En el cotidiano quehacer de lo que Lechner llamó “la difícil y nunca acabada construcción del orden deseado”, los actores políticos tienen un papel preponderante; tanto así que llega a creerse que dicha tarea es responsabilidad exclusiva de ellos, quienes se asumen como “políticos de tiempo completo”. Así, asistimos a una especie de exclusivización de la política como actividad reservada a unos pocos especialistas dedicados profesionalmente ya sea a administrar la cosa pública, a gobernar a las mayorías, a legislar en su nombre y representación y, básicamente, cuidar que esas mayorías no se vuelvan un peligro contra sí mismas, propiciando como meta prioritaria la estabilidad económica y la estabilidad social. La gobernabilidad, pues.
La política reservada a élites se ve entonces como llena de especificaciones aptas tan sólo para iniciados, quienes cuidan muy bien de que dichos saberes no se difundan entre los legos, rodeándose y rodeando esos temas de un complejo y vasto entramado de vericuetos tanto políticos como mediáticos y legales. La política, entonces, se percibe como algo ajeno a quienes se supone son el objeto de sus diversos actos, sus decisiones y sus medidas. El gobierno es esa “caja negra” donde políticos y funcionarios --quién sabe con qué artes y bajo qué criterios-- procesan una serie de datos y toman decisiones según sus respectivas áreas de responsabilidad.
No se espera ni sería prudente que cualquier “hijo de vecino” ingresara al infranqueable ámbito donde se planean, diseñan y ejecutan las pomposamente llamadas políticas “públicas”. Es evidente y comprensible que el grado de especialización y las dificultades inherentes a la administración de la cosa pública impliquen --si bien no “exclusión”-- sí una necesaria separación entre las mayorías gobernadas y la minoría que gobierna: se supone que para esa importante tarea han sido electos o nombrados sus respectivos responsables. La naturaleza (o la lógica) de la política se pervierte ante dos eventos lamentablemente nada infrecuentes: su masificación (cuando deviene populismo o fascismo) o su individualización (que deriva en dictadura o mesianismo).
Tan prudente es prever las inconveniencias y los riesgos que conlleva masificar la política, como insoslayable es también señalar lo anacrónico y retardatario que implica la existencia de un solo “hacedor político” que dicte y ordene a su antojo y conveniencia las grandes líneas de acción de partidos, legisladores, instituciones y demás actores subordinados a los antojos del Gran Hermano que hace y deshace como si se tratara de “su” gobierno o de “su” partido”. No está de más mencionar que así como hay cosas que competen solamente a uno, otras que son competencia sólo de dos; la política es siempre, necesaria e indispensablemente cosa “de pocos”; pero nunca de uno solo. Entre esos pocos deben caber los más posibles; los mejores, los más aptos, los más calificados, los más probos.
La democracia es el momento de “los muchos”, de los ciudadanos que lo son por un día, el día de la elección; pero la política no es democrática, o lo es solamente en su origen (según la legitimidad de los representantes y gobernantes), no en su ejercicio. Los candidatos apartidistas, así llamados “independientes”, de ninguna manera suponen el asalto de la política por las masas (“la política es siempre cosa de interesados”), si acaso una breve y exigua apertura meramente testimonial y cosmética al mundo de la política institucional. Dado el diseño del sistema político-electoral mexicano, no puede imaginarse algo más anodino que un candidato “independiente”, aun si gana la elección; son una rareza y no debieran provocar otra cosa que curiosidad y algo de ternura.
Las candidaturas independientes se incorporaron a contracorriente y casi con calzador en la reforma electoral de 2014 y mostraron sus alcances en la reciente elección; ante ello casi nada más hay que agregar. El desproporcionado temor que inspira esta figura entre algunos personajes dedicados a adecuar las respectivas legislaciones locales al marco normativo nacional, tan solo se explica como ejemplo de los abigarrados intereses que comparten los políticos profesionales de cualquier partido y el temor a que éstos se ventilen “desde dentro” o tengan que compartirse entre más.
Así, va un tip para los más impacientes: evítese y evite a sus simpatizantes farragosos y costosos trámites, recolección de firmas e identificaciones, largas filas al momento de acudir ellos personalmente a refrendar su apoyo a la eventual candidatura “independiente”; mejor dedique esa inversión y esos denodados esfuerzos en obtener su registro como candidato por un partido cualquiera, asegúrese de aparecer en ambas listas, la de candidatos de mayoría y plurinominales, disponga de los recursos públicos para su campaña y, si gana la elección a pesar de las previsibles impugnaciones, una vez rendida su protesta, declárese “independiente”. Ante todo la eficacia: es más fácil y más barato. Abundan casos a manera de ejemplo.
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Fungió como Ombudsman de los Derechos del Lector de Puebla y Tlaxcala.
Hasta 2012 se desempeñó como Consejero Electoral del Consejo General del Instituto Electoral del Estado.
Es director de Política, Sociedad y Análisis A.C, institución que opera la sede académica de Grupo de Enfoque Político. Fundó con otros especialistas en la materia, el Centro de Estudios Electorales y Opinión Pública (CEEOP), el cual desarrolla diferentes proyectos y actividades en materia demoscópica y de asesoría electoral.