El martes

  • Juan Martín López Calva
Sabemos antes que inicie el sexenio que viviremos seis años de martes “con toda su vacía extensión”

“El martes es el símbolo de la monotonía por excelencia. No es como el lunes, paradigma de la depresión, ni como el miércoles, bisagra de la esperanza, ni como el jueves, preludio de la alegría, ni como el viernes, éxtasis de la liberación. No, nada de eso. El martes es la evidencia de lo efímero de lo placentero. Es el canto de la monotonía. El martes demuestra que lo peor no es el lunes con su tristeza. Que lo terrible está en la continuidad, en la seguidilla, en la inútil cadena de días de la cual el martes es el eslabón más macabro. Es el puente nefasto que nos conduce de la desesperación al engaño. Pues si quedásemos en la desesperación del lunes, si nos ahogásemos en el pantano de su melancolía, vaya y pase. Pero no, fíjese que ahí está el martes con toda su vacía extensión, sin otro objeto en el mundo que conducirnos hasta el miércoles, y ponernos de nuevo a la espera de un nuevo fin de semana que nada ha de aportarnos, pero que mirado desde el dolor de la esclavitud de entre semana se nos antoja promisorio y dichoso.”
Eduardo Sacheri. Te conozco, Mendizábal y otros cuentos. Fragmento.

Como si fuese una premonición, siguiendo este texto de Sacheri, el próximo período presidencial comienza en martes, el día de la monotonía por excelencia. No es como el lunes de la depresión -que a lo mejor estarán viviendo hoy los muchos ciudadanos que por razones que nunca alcanzaré a comprender, idolatran al presidente saliente- ni como el miércoles que es “la bisagra de la esperanza” en la que se empieza a ver la luz al final del túnel de la semana o en este caso, del círculo vicioso de la sucesión de gobiernos gatopardianos -que cambian todo, para que todo siga igual- en el que vivimos al menos desde la Revolución Mexicana hasta la fecha o tal vez desde siempre.

En efecto, la toma de posesión del cargo de presidente -o presidenta, discusión inútil en la que da lo mismo la forma de decirlo si no cambia el fondo- por parte de la Dra. Claudia Scheinbaum será en martes y al parecer viviremos seis años en martes, según nos lo han venido reiterando el presidente saliente de cuyo nombre prefiero olvidarme y ella misma en estas giras en las que simbólicamente se ha dejado claro quién es el que manda y seguirá mandando, aunque lleve a su lado y a veces detrás, aunque tome de la mano y a veces jale del brazo para no dejarla interactuar con ciudadanos que le solicitan algo, a la presidenta electa que a partir del martes, con su canto de la monotonía, será la titular del poder ejecutivo en funciones.

Porque en los innumerables discursos de López Obrador y de la misma Sheinbaum se ha dicho y repetido hasta el cansancio que lo que viene es el segundo piso de lo que ellos llaman pomposamente la “cuarta transformación”, autoasignándose un papel histórico al nivel de la Independencia, la Reforma o la Revolución. Se trata según ellos de consolidar los cambios realizados en estos seis años de destrucción institucional, debilitamiento del Estado y militarización disfrazado todo ello de programa de izquierda y por increíble que parezca asumido y creído a pie juntillas por millones de ciudadanos -incluyendo muchos con alta preparación académica- como un gobierno ubicado en ese lado del espectro político.

En el terreno educativo, esta continuidad está más que cantada con el nombramiento de un político, en el peor sentido del término, que desconoce el campo de la educación y que ha cambiado de principios conforme a sus conveniencias personales, liderando la aprobación de la reforma educativa del 2013, calificada por este gobierno como neoliberal, para luego liderar también desde el Congreso la destrucción total de ese proyecto que no tuvo tiempo de desarrollarse ni de evaluarse, para aprobar la reforma educativa del 2018 que es totalmente opuesta a la anterior.

La continuidad del martes educativo que viene está precisamente ahí, no en lo pedagógico sino en lo político partidista. Porque mientras en los discursos y documentos se habla de una transformación educativa, del desarrollo del pensamiento crítico y las habilidades socioemocionales de los educandos, de una visión comunitarista y supuestamente democrática y decolonial, de aprendizajes basados en proyectos, en problemas en casos, en los que los educandos vayan haciendo para aprender, en la estructura del sistema educativo se retrocede aún más hacia un sistema de menor complejidad, como el de “los buenos tiempos” del viejo régimen priista.

Porque una vez desaparecido el INEE como órgano autónomo y sustituido por MEJOREDU, sin independencia real de la SEP -baste leer las declaraciones de Marx Arriaga respecto a que la evaluación diagnóstica promovida por este organismo es voluntaria y también neoliberal- ahora se anuncia su desaparición, para volver a una educación sin evaluación para la mejora.

Desde otro ángulo, se asignan más espacios para las cúpulas sindicales en los procesos de decisión sobre asignación de plazas, promoción y remoción del personal docente y administrativo en el sistema, con lo cual se vuelve a una estructura piramidal, cupular en la definición de su rumbo, con menor participación de los demás actores de la educación -padres y madres de familia, profesores de base, investigadores educativos, observadores externos, sociedad civil organizada- y la consecuente disminución de los espacios de crítica, propuesta creativa, diálogo horizontal, construcción colaborativa, que caracterizan a los sistemas de alta complejidad que existen en las sociedades democráticas.

Los educadores de vocación, los que se asumen como profesionales de la esperanza viven a lo largo de su trayectoria las semanas completas con sus lunes de depresión, sus martes de monotonía, sus miércoles de bisagra de la esperanza, sus jueves de preludio de la alegría y sus viernes de éxtasis de la liberación. Pero todas estas emociones diarias se orientan en ellos y ellas en un horizonte más amplio que mira las semanas con sus altibajos como parte de una historia de más largo aliento en la que de manera progresiva, a veces desesperantemente lenta pero real, se van produciendo cambios, mejoras cualitativas que se reflejan en la vida de los educandos y en la sociedad en general.

En cambio los empleados del sistema educativo, los que ingresaron porque era una opción más o menos redituable y estable para ganarse la vida y nada más, viven intensamente cada día de la semana con los altos y bajos que señala Sacheri en su atinada descripción, sin ser capaces de mirar más allá del siguiente fin de semana que los libera un poco, aunque siempre limitada y deficientemente, de la carga que les implica acudir a la escuela o a la oficina de forma sistemática y durante toda su vida.

Esa composición doble siempre se ha dado. Siempre habrá profesores como los primeros que describo y como los segundos: los de vocación y los de chamba. Lo que es más grave es vivir sexenio tras sexenio con la expectativa de que algo cambie y encontrarse al paso de unos años que no ocurrió nada significativo para transformar la formación personal, ciudadana y planetaria de las nuevas generaciones. En los sexenios anteriores, a lo mejor había siquiera un atisbo de esperanza en lo que iba a ocurrir desde arriba. Esta vez, sabemos desde antes de que inicie el sexenio que viviremos seis años de martes “con toda su vacía extensión”.

           

 

 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).