Dignidad, resistencia y alternativas

  • Joshue Uriel Figueroa

El pasado primero de enero se rememoró en buenas partes de los medios nacionales e internacionales un hecho, que indudablemente, retumbará en el imaginario colectivo. Se trata del XX aniversario del alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). A dos décadas de distancia de la implantación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), muchas son las dudas y quejas que pesan en nuestro sentir diario. Crisis económicas, políticas y falta de valores es lo que más se ha oído desde aquel día que inauguró el 1994.

A dos décadas de distancia, la prensa de todo el mundo vuelve a llenarse con encabezados producto de la rabia que vive el mexicano promedio. Los conceptos de autodefensas, policías comunitarias y resistencia llenan los espacios de prensa diaria, la opinión pública realiza sus propios juicios y hace un ejercicio crítico sobre estos fenómenos. De algo no cabe la menor duda, la aparición de resistencias y de nuevas formas de acción colectiva en nuestro país, responde a la incapacidad e inutilidad de la administración gubernamental de dotar de seguridad a los habitantes de su territorio nacional. La impunidad de los principales carteles de la droga en el país, hace que salten dudas, pero ante todo, que se desate una rabia generalizada.

El Estado como maquina de burocracia que finalmente tiene un solo cometido, el detentar el monopolio legitimo de la violencia. Tal aseveración nos hace preguntar de ¿qué tipo es la violencia que ejerce el crimen organizado en México? La vida diaria y el terror cotidiano hace que señalemos que es una violencia ilegitima e ilegal, en sentido contrapuesto al ejercicio violento estatista y, ¿por qué a pesar de ser dos tipos de violencia opuestas dialécticamente, siguen a la sombra de ciertos grupos políticos del Estado mexicano? En el peor de los cinismos, llegan a colaborar con las estructuras de las organizaciones criminales, señalando que el mercado y el interés monetario es el que los une.

Los grupos ciudadanos de autodefensas y policías comunitarias son ilegales ante los ojos de la burocracia mexicana, pero legítimos porque cumplen con una necesidad básica en todos los seres humanos: la necesidad de certidumbre y seguridad. Guerrero y Michoacán hoy muestran que tras el rompimiento de la mayor parte del tejido social, producto de la embestida del crimen organizado, ellos tratan de recuperar el sentido de comunidad, saber que se puede construir una alternativa de una política no partidista o estatista. Ante esto, la actitud de la maquinaria gubernamental es de risa, el descalificar a estos grupos y tratar de enlodar su causa, es contraproducente a los mismos ojos del gobierno. Lo anterior ya que esto incrementa la ingobernabilidad en el país, debido a que la rabia e indignación de la ciudadanía y sociedad civil mexicana es alta.

Recientemente fue anunciado que en el poblado de San Gabriel Chilac, Puebla, se había lanzado un grupo de autodefensa debido a que grupos de diversas organizaciones criminales habían arribado a la entidad angelopolitana. Los hechos saltan a la vista y demuestran que Rafael Moreno Valle está más preocupado en suplir a Enrique Peña Nieto en 2018, que en eliminar viejos vicios y problemas que están presentes en nuestro estado. Este 24 de enero se anunció que ante esta acción ciudadana el ejército y policía estatal arribaron a este pueblo, durante una hora detuvieron al líder de las autodefensas.

Este mismo 24 de enero la capital poblana amaneció con el suceso de que un bar en la Avenida Juárez fue baleado, suceso por demás extraño en la aparente pasibilidad de la ciudad. Estamos ante tiempos turbulentos, donde la dignidad se niega a ser destruida y desaparecida de la vida cotidiana; resistencia y oligarquía se contraponen en una clara disputa, donde unos tratan de romper la dominación que hay sobre ellos. Demostrando que se puede vivir sin dominación, pero no sin libertad y mucho más importante sin poder.

Ya lo decía Aristoteles hace más de dos milenios, “El hombre es ante todo un animal político”. Este animal político es el que lucha todos los días por no ser aislado, su participación es vital en una sociedad donde el poder rige todas las esferas de la vida misma.

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Joshue Uriel Figueroa

Politólogo y abogado con estudios de Maestría en Políticas Públicas y Género (FLACSO). Fue Consejero Universitario en la BUAP. Activista por los derechos humanos. Se ha desempeñado como asesor en el INE y en la Cámara de Diputados. Desde el 2019 es titular del Programa Becas Benito Juárez en Puebla.