Ahora resulta que no únicamente aquéllos que viven del presupuesto, es decir, los representantes populares, se sienten justificados al tener ciertas conductas, precisamente sólo por haber sido elegidos mediante el voto y gozar de fuero, sino que muy cerca les siguen el ejemplo sus hijos, claro: de tal palo tal astilla.
No importa de qué partido provengan, lo mismo da que sean azules, verdes o amarillos, los abusos son los mismos, y van desde la comisión de delitos, práctica del nepotismo, los negocios particulares, hasta el uso de influencias.
Alexia Imaz —hija del director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), Eugenio Imaz Gispert— denunció a través de redes sociales que fue golpeada por su exnovio Gerardo Saade, nieto del procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, para ello, ingresó fortuitamente a la casa de la chica para atacarla mientras dormía. Claro, el atacante se sabe muy bien protegido por el largo brazo de la justicia, representado por su abuelo.
Por otro lado, la ex titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Marisela Morales, es la nueva cónsul de México en la ciudad de Milán, Italia. Con esta designación lo que se llega a pensar es que se protege a la ex funcionaria luego de su accidentado paso por la PGR, pues mediante la polémica figura de testigos protegidos se encarcelaron a funcionarios públicos e incluso miembros del Ejército, muchos de los cuales, como el General Dahuajare o Noé Ramírez Mandujano, tuvieron que ser puestos en libertad por falta de pruebas.
Y así podríamos llenar cientos de hojas con las peripecias de tan notables personajes y llegaríamos a la misma conclusión: quienes gozan de las mieles del poder son prácticamente intocables, en cambio, aquellos que sólo cuentan con más riqueza que su propia persona, no escapan a la “impartición de la justicia”.
Y que no se sobreentienda que quiero se otorgue una dispensa a los que delinquen sólo por el hecho de ser pobres, quiero hacer notar que en México nos caracterizamos por ser una sociedad hipócritamente clasista, bastante racista y cínica, pues por un lado coincidimos en que no debe haber mexicanos de primera ni de segunda ni tercera y a la vez, nos encargamos de marcar la diferencia a partir de una ostentación ridícula del dinero que tenemos o ganamos; del poder adquisitivo; de la posición social y económica; del poder político, de las influencias, los resortes, los conectes, las agarraderas, los padrinos, los conocidos y los familiares empoderados en cualquier nivel de gobierno y sólo por eso, muchos piensan que pueden pisotear la dignidad humana de cualquiera que viva o sobreviva, desde un estrato socioeconómico menos favorecido, en este país de desigualdades.
La sociedad mexicana carece de estima propia y ante la falta de fortaleza y de unidad como nación, que sólo sobresale cuando juega la selección de futbol y gana.