Te quiero, te recuerdo

  • Ignacio Esquivel Valdez
Mientras haya alguien que se acuerde, seguiremos vivos; mueva esas cuatro patitas y corra a saludar

Hola, ¿cómo está? No diga nada, lo sé, esa inquietud la sentimos todos cuando llegamos aquí. Se siente bien conocer nuevos compas, pero llega el momento que se extraña a quienes conocimos antes, es natural.

Venga, siéntese aquí conmigo, tengo algo que contarte. Cuando era niño vivía con mi familia en un pueblito. No más me enteré para qué eran los pies y las manos, corría por todos lados y trepaba cuanto árbol se me pusiera enfrente. Al principio lo hice porque veía cómo mis hermanos lo hacían, y cuando supe la razón, pues no había quien me bajara ¡Los capulines! Sí esas bolitas negras que se dan entre mayo y junio y cuyo dulzor es la mejor golosina que se pueda comer. Ahora bien, para finales de año, pues no hay quién le diera batalla a los tejocotes, amarillos y colorados, dulces y amargos ¿No conoces los tejocotes amargos? ¡No compa! Con esos se puede hacer una jalea. ¡Chulada! Bien sabrosa.

A mí me gustaban todas las frutas que se traían al tianguis del pueblo: cañas, plátanos, naranjas, chirimoyas, zapotes, pero los capulines y los tejocotes los teníamos gratis y a manos llenas. ¿A ti te encantaban los mangos? Pos ¿A quién no?  Solo que eran de los más caros, ¿cómo? ¿No sabías que se tiene que comprar? Ah qué mi compa, pues todo cuesta dinero, yo tampoco lo sabía, por eso no me llevaban al tianguis, porque agarraba de todo sin pagar, jajaja, era un chiquillo muy travieso.

¿Que qué más aparte de la fruta? Pos qué le puedo decir; mira, me gustaba de todo, pero lo que más extraño son los tamales y el champurrado. El mejor día de mi vida fue cuando una Nochebuena mis tatas nos hicieron un bote de ricos tamales de chile verde, rajas, mole y de dulce. Toda la chiquillada no más volteaba a ver cómo el bote soltaba vapor con los deliciosos aromas que despedían, pero lo mejor fue cuando rompimos la piñata, el compadre de mi apá no solo la llenó de fruta, sino también con juguetitos, muñecas de trapo, carritos de madera, matracas, yo me gané un balero que fue mi más grande tesoro.

¿Por qué le digo todo esto? ¡Ah! Déjeme decirle que aquí donde estamos, podemos una vez al año volver a disfrutar de todo lo que nos gustaba, no más que pongan el retrato y dando la media noche, la veladora ilumina a aquellos que nos quisieron y todo aquello que alguna vez disfrutamos, como yo, que no tardaré en ver mi jalea de tejocote, mis tamales y mi balero.

No se agüite, seguro le recuerdan, a lo mejor no encuentran un retrato suyo, pero ya tendrán manera de recordarlo, mientras haya alguien que se acuerde, nosotros seguiremos vivos, ande ya quite esa cara porque me va a hacer chillar.

¿Ya vio? Sí pusieron un retrato suyo, quizás su familia no quería ponerlo, se han de acordar el día que usté se vino pa’acá, ¿Ya vio todo lo que pusieron en su honor? Claro que lo recuerdan con cariño, y cómo no, usté era parte de la familia y a quien se le quiere, nunca se le olvida.

¡Ándele! Seque esas lágrimas, que vean lo contento que está de verlos, levante las orejas, agite el rabito, mueva con gusto esas cuatro patitas y corra a saludarlos.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas