Ella y él

  • Ignacio Esquivel Valdez
El escenario se enmarcaba con las imágenes de compositores e intérpretes de la música vernácula

Ella llegó hasta ese famoso lugar de música, luz y alegría. En la entrada se detuvo para dar un vistazo con la idea de encontrar al motivo de su visita, más solo encontró caras risueñas, brindis con dedicatorias en palabras arrastradas, o uno que otro parroquiano espetando sinsentidos al aire. Este escenario se enmarcaba con las imágenes de famosos compositores e intérpretes de la música vernácula plasmadas en las paredes.

Entró sin que nadie reparara en ello, ni por esa sensación helada que solía provocar su cercanía, ni el perfume floral que despedía, ni por el garbo de su figura. A ella no le importó, empero se llevó una sorpresa al verlo a él, sentado con la pierna cruzada, vistiendo un anticuado, pero elegante traje gris Oxford de tres piezas y su característico cigarrillo con boquilla que suele usar la gente refinada. Una copa de coñac se entibiaba en su mano, no había duda, era él.

Él la miró arqueando la ceja y dirigiendo los ojos a la mesa en un invitante ademán, ella le correspondió con una discreta sonrisa y con risueños ojos a medio ocultar por la visera del sombrero. Dando pasos cortos y pausados llegó hasta la mesa en donde él se levantaba con delicada agilidad y enseguida acercó una silla para ofrecerla a la recién llegada en tanto un mariachi comenzó a tocar “La media vuelta”.

─No es tanta la sorpresa como el gusto de encontrarte ─dijo él con amabilidad.
─¿Cómo va a ser sorpresa si siempre que vienes tú, tengo que venir yo?
─Pero esto es trabajo, querida, tal vez un día de estos deberíamos vernos solo por placer.
─Eres un coqueto, pero tal vez ─
Ella volvió la mirada sobre los asistentes nuevamente.
─Pero qué mal anfitrión soy ¿Quieres tomar algo? ─
dijo él mientras sorbía el humo de su cigarrillo.
─Bueno ya sabes mis gustos.

Él hizo señas a un mesero que volvió justo cuando el mariachi intentaba terminar su pieza que se interrumpió por el sonido de un arpa y una jarana. La mesa fue servida al ritmo “La mujer de Nicolás”.

─Tequila, como siempre ─dijo él mientras le retenía la botella al mesero.
─Qué bien te acuerdas.
─Yo prefiero la uva.

─Y yo preferiría que no fumaras, el cigarro me fastidia y a ti te va a matar.

 Ambos soltaron una leve y espontánea carcajada.

─¡Salud! ─dijo él levantando su copa.
─A tu salud ─respondió ella mientras seguía con la búsqueda, pero sus ojos encontraron a un jarocho que trataba de negociar con un alterado norteño los dejaran tocar una canción más.

Los compañeros del norteño trataban de calmarlo, pues ya le había quitado el sombrero al jarocho y jalaba sus aplastados cabellos. Al rematar la canción de los jarochos, un acordeón tomó el turno para iniciar “La puerta negra” y con ello no dar oportunidad de que los de Veracruz continuaran, por lo que los ánimos se exacerbaron. Un mariachi se acercó para aclarar que cada uno tenía derecho a solo una canción para complacer a sus clientes, pero el tipo del arpa dejó el instrumento y le dio un empellón al norteño que lo hizo caer al suelo. Los meseros intervinieron para que el pleito no se detonara, pero el norteño del bajo sexto tomó su instrumento y luego de levantarlo, lo descargó sobre el del arpa y así inició una pelea campal.

Ella y él miraban entretenidos la escena.

─Te apuesto otra ronda a que los mariachis ganan ─él mencionó sin apartar la mirada en la trifulca.
─¿Cómo puedes estar tan seguro?
─Por dos razones, son más y traen pistola.

Dos botellas semivacías surcaron el aire en búsqueda de algún objetivo, un tipo reclamaba a otro haberse quedado dormido, otro más lloraba mirando una fotografía mientras tomaba caballitos de mezcal. Los rijosos forcejeaban con sus oponentes en cómica danza, algunos tiraban golpes al aire mientras que otros se subían a la barra para volar y encontrar al suelo como único receptor de su osadía.

La gresca iba subiendo de intensidad, guitarras, sillas y sombreros se usaron como improvisadas armas hasta que los asistentes se petrificaron ante el grito demandante de orden dado por una pistola. Algunos besaron el suelo con los ojos en blanco ante la incrédula mirada de sus respectivos rivales.

─Yo sabía que venías solo por uno ─dijo él que se había estirado para ver mejor.
─No hagas caso, así es el plomo, suele llevarse dos o más pájaros con un solo tiro, pero hay que buscar al cliente que tenemos en común.

Mientras que los antes rijosos ahora rodeaban a los caídos, ella y él se pusieron de pie para caminar y recorrer el salón.

─¡Ah! Es este…

Ella señaló al hombre que había estado mirando la foto sostenida con la mano izquierda y ahora apoyaba su cabeza en el antebrazo derecho. Ella le tocó un hombro y los dedos del tipo soltaron el retrato.

─Efectivamente, es este amigo ─Él dio un suspiro.
─No fue el alcohol ni la bala, más bien se le rompió el corazón, hizo lo imposible por ser digno de esa muchacha, al grado de pedirme dinero por el cual hoy vengo a cobrarle el favor.

Ella recargó la cabeza en el hombro de él y sin quitar su mirada conmiserativa por el recién fallecido acercó su boca al oído de él para decir en voz baja.

─A pesar de tu fama, eres bueno, deberías perdonarle la deuda.

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas