Supongamos

  • Ignacio Esquivel Valdez
Marisol, inventora del juego de creatividad literaria, que estaría a punto de jugarse en una reunión

Rayos vespertinos se filtraban entre las desfoliadas ramas alcanzando la acera sobre la cual dos jóvenes caminaban aprisa mientras platicaban.

—Estoy segura que estas reuniones te gustarán, no solo es para conocer gente que le gusta escribir, sino también para convivir de una manera distinta. Marisol tomó de la mano a Alberto con la intención de que no perdiera el paso. Alberto un poco sorprendido dijo:

—OK, seguimos suponiendo —hizo una pausa y continuó— Pues gracias por invitarme, no tengo idea de cómo son esas tertulias.

—Como en todas las reuniones se sirven bebidas y bocadillos, pero además se hacen juegos entretenidos de creatividad literaria, como el que te conté, ya lo comenté en el grupo y hoy lo vamos a jugar, nos vamos a divertir, ya verás.

Llegaron a una calle de la Colonia Roma que, por ser cerrada, era poco concurrida y casi sombría. Luego de hacer sonar un timbre de sordo ruido, la puerta se abrió mostrando una cara familiar para Marisol, que les dio la bienvenida y los hizo pasar. Al interior había ya gente reunida que charlaba con un fondo ambiental de jazz suave. El anfitrión, luego de ofrecer unas bebidas a los recién llegados, llamó la atención de los concurrentes.

—Amigos, les presento a Marisol, inventora del juego que vamos a estrenar en esta velada, Mari —se dirigió a ella— ¿Por qué no nos explicas en qué consiste e inicias?

—Claro, pues en este juego de creatividad literaria, una persona dice a otra “Supongamos” y si esa persona quiere jugar responde lo mismo, entonces uno de los dos comienza un diálogo que el otro debe corresponder con lo que quiera, pero sin perder la idea ni la coherencia, de modo tal que se arma toda una historia improvisada, para finalizar el juego uno de los participantes dice: “Ya no suponemos”.

—De acuerdo Mari, por favor escoge a alguien y empecemos —sugirió el anfitrión-. Marisol se apartó de Alberto buscando a un compañero de juego que, según ella, mientras más desconocido, sería mejor. Caminó entre los presentes y finalmente dio con un tipo que estaba hundido en un viejo sillón comiendo canapés.

—Hola ¿Cómo te llamas?

Con la boca todavía llena contestó:

—Hola, mi nombre es Juan.
—¿Jugamos?
—Eh, sí claro.
—OK ¡Supongamos!
—¡Supongamos!
—Hace tiempo que no te veía ¿Cómo has estado?

Juan dio un sorbo a su copa de vino y luego de pasar el trago se levantó y respondió:

—Pues, bien —escudriño su cabeza para poder seguir el diálogo —Te veo más delgada que la última vez.
—Solo un poco, he estado concentrada en el trabajo, conseguí un ascenso y siempre ando corriendo.
—Sí, siempre fuiste competitiva, me da gusto que la vida te premie.
—Pues no es tanto de recibir premios, sino de buscar las justas retribuciones.

—Cierto, pero a eso es a lo que me refiero, el perseguir tus metas —Juan se adelantó un paso hacia ella, quien permanecía inmóvil con la mirada cayendo en los ojos de él —Tal vez sea prematuro decir que te he extrañado, —dijo Juan con ánimos de retar el autocontrol y creatividad de Marisol.

—Pues no quedamos a debernos nada, nuestra separación fue de mutuo acuerdo por comprender que no éramos afines.

Juan se acercó más a ella:

—Bien sabes que un sentimiento como el que tuvimos no se alimenta de reglas, edades, condición social ni algún otro prejuicio, sino de lo cada quien hace sentir al otro.
—Por favor, Juan, ya no es tiempo —Marisol, desvió la mirada al suelo sin advertir que la distancia entre ellos se había acortado en un nuevo movimiento de él. Finalmente ella contestó retadora.
—Si entonces no tuviste las respuestas a mis preguntas, ¿por qué he de pensar que ahora las tienes? Y si tienes alguna, aunque ya no sirva de nada ¿cuál sería?

—Esta es la respuesta —Juan acercó la cara a ella y en un rápido movimiento plantó un beso en sus desprevenidos labios. Marisol de inmediato retrocedió sorprendida y dijo:

Ya no suponemos.
—Ya no suponemos —respondió él y los contertulios estallaron en aplausos, menos Alberto, que no podía ocultar su descontento con el resultado del juego y durante toda la velada pintó una cara larga.

Al finalizar la fiesta, ambos salieron para regresar a casa como habían llegado, a pie. Marisol de inmediato abordó el evidente motivo del disgusto de Alberto.

—¡Vamos! Es solo un juego, no tienes por qué enojarte.
—Si lo hubiera hecho yo, ¿cómo te sentirías?
—No niego que me hubiera incomodado, pero al final comprendería que no es cierto.
—¿Y piensas que no es factor que Juan sea tu ex?
—Entiendo lo que dices y por lo mismo te pido que nos calmemos y lo platiquemos cuando lleguemos a mi casa.

Alberto soltó una inesperada carcajada.

—¿Qué te causa tanta risa?
—Que no te has dado cuenta que ya llegamos a tu casa.
—¡Ah! Es cierto, bueno, entonces ¡Ya no suponemos! —Una pícara sonrisa se esbozó en ella.
—Ya no suponemos, hasta mañana hermanita, me gustó el juego. Saludas a Juan cuando llegue.

 

 

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas