Tenía que ser vieja

  • María José Zapata Moreno Valle
La violencia de género puede ser tan sutil como una frase popular

Probablemente, alguna vez en nuestra vida  todos hemos escuchado, o recibido el comentario de  “tenía que ser vieja”, el cual es utilizado comúnmente cuando se ve a una mujer al volante; sin embargo, este comentario con tinte machista que pareciera ser inofensivo, resulta denigrante al generalizar y hacer referencia a un estado de poca capacidad e inhabilidad para una actividad como ésta, dando a entender que solo las mujeres pueden tener dificultades al volante, cuando en realidad también hay una gran cantidad de hombres que cometen imprudencias y faltas viales mucho más graves que el hecho de no poder estacionarse de reversa o manejar lento. Ante  esto, no solo surge en mí la interrogante de por qué no existe la frase equivalente “Tenía que ser hombre”, sino que también al decirla pareciera ser menos ofensiva que cuando se  expresa para referirse a las mujeres, lo cual demuestra cómo hasta en el mismo lenguaje se denotan dichas distinciones de género; un ejemplo de ello  es la diferencia entre la palabra perro y su contrario femenino o incluso frases como “un hombre cualquiera” en contraste con “una mujer cualquiera”.  

Lo anterior, son ejemplos simples de cómo vivenciamos diariamente pequeñas muestras de machismo, que se han  normalizado socialmente y que también forman parte de nuestra cultura y educación. Estas, son actitudes y  comportamientos tan imperceptibles que pareciera no causar daño o que pudiera justificarse como “una simple frase”; sin embargo, el hecho de repetirlas sin razonarlas perpetúa actitudes machistas, la desigualdad de género y menosprecia a las mujeres. 

Por otra parte, existe la idea errónea de que una persona machista es exclusivamente aquella que atenta contra las mujeres a través de la violencia física, el acoso o conductas más evidentes; empero, hay otro tipo de agresiones que se presentan de forma más sutil en donde  se minimiza a la mujer y se le encasilla en roles de género que obstaculizan su autonomía y libertad. Con ello, me refiero al micromachismo, el cual es una manifestación más discreta o disfrazada del machismo que  humilla y resulta la base de la violencia de género. Asimismo, tanto el micromachismo como cualquier forma de violencia de género, no es algo que deba ser visto como propio del hombre o de todos los hombres, dado que son comportamientos, pensamientos y actitudes que han sido tan naturalizados socialmente que incluso pueden venir por parte de otra mujer. 

Resulta complicado reconocerse como machista, especialmente cuando vivimos en un país que culturalmente ha perpetuado y reforzado este tipo de conductas a través de los años; no obstante, una vez que identifiquemos cuáles de nuestros pensamientos, actitudes y prejuicios son machistas podremos dejar de serlo y lograr tener alguna influencia en las personas de nuestro entorno para que también se reduzcan este tipo de comportamientos y dejen de ser aceptados. 

En la medida en la que dejemos de normalizar este tipo de conductas, que paremos de tolerar comentarios y actitudes que violentan a la mujer, que luchemos por la equidad, lograremos  un cambio que deje a las futuras generaciones una sociedad más justa, libre e igualitaria. Las mujeres no buscamos un trato superior, simplemente queremos tener el mismo respeto e igualdad de oportunidades que un hombre, porque ambos géneros somos seres humanos con las mismas capacidades. 

Opinion para Interiores: 

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María José Zapata Moreno Valle

Licenciada en Psicología, Máster en Pedagogía y Educación Especial. 

Docente de primaria, forma parte del departamento de Inclusión en el Colegio Humboldt; se ha desempeñado como terapeuta infantil.