Los motivos del lobo

  • Herminio Sánchez de la Barquera
EE. UU. han dejado de jugar el papel de defensores de la democracia ser los aliados de la autocracia

En 1913, el excelso Rubén Darío (1867-1916) publicó uno de los poemas más célebres de la literatura del siglo XX, “Los motivos del lobo”, que narra, aunque torciendo el final, la historia del lobo de Gubbio, un terrible animal que asolaba los alrededores de esa pequeña ciudad de la Umbría, hasta que “el mínimo y dulce Francisco de Asís” lo domeñó. En las culturas europeas, el lobo siempre ha sido considerado como una animal fiero y peligroso, aunque en realidad sea, en su trato con los humanos, sumamente tímido y huidizo. Como sea, en el imaginario europeo el lobo representa la maldad, la fiereza, la traición y hasta lo diabólico.

Hoy, en vista de lo que en los días recientes hemos observado con estupor en el escenario internacional, parece que los electores estadounidenses soltaron a un lobo llamado Donald, que está poniendo de cabeza, junto con su manada de cómplices, al sistema de seguridad internacional, particularmente al europeo, y a la economía de su propio país y del mundo. Ha amenazado con todo tipo de recursos a Canadá, México, Ucrania, Panamá, Dinamarca, etc. Pero lo más grave, si cabe, es que, haciendo equipo con el autócrata Vladimir Putin, se ha vuelto rabioso contra la agredida Ucrania y contra los tradicionales aliados de los Estados Unidos. Cruel, ha culpado a Ucrania de haber comenzado la guerra; rudo y torvo, ha acusado al presidente ucranio de ser un dictador. El lobo de Gubbio tenía sus razones para comportarse de manera fiera, sanguinaria y arisca, como podemos leer en el poema del gran nicaragüense, o en “Las florecillas de San Francisco”, del siglo XIV. Pero, en cuanto a Trump, podemos preguntarnos ahora: ¿cuáles son sus motivos para darle la espalda a Ucrania?

Confieso que el caso de este magnate metido a político quizá pertenezca primero al ámbito de la psiquiatría que al de la Ciencia Política, pero trataremos ahora de escudriñar sus posibles motivaciones políticas en torno a la guerra en Ucrania, en particular, y a Europa, en general.

Primero, partamos por plantearnos la pregunta de por qué Trump está debilitando a sus aliados europeos y a Ucrania, no sabemos si de manera deliberada o no. Quizá haya tres respuestas: la primera tiene que ver con la muy comentada admiración que parece tener Trump por Putin; la segunda respuesta podría ser que Trump quiere meterle miedo a Europa para que pague lo que debe en la OTAN y se haga cargo de su propia seguridad. Una tercera opción es que a Trump le importe un comino lo que pase en Ucrania. La primera respuesta puede ser cierta, pero no parece que sea la más concluyente, es decir, no basta para explicar todo. La segunda parece ser parte de la explicación, porque Trump da la impresión de medir todo con dinero. Quizá haya una extensión de la respuesta tres: aunque a Trump no le importe Ucrania, quizá esté buscando la paz (como sea que esta sea) porque desea obtener el Premio Nóbel de la Paz. Pido a mis cuatro fieles y amables lectores que no se rían, pero es cierto: ya ha externado su anhelo de recibirlo.  

Ciertamente estamos hablando aquí con muchos adverbios como “quizá” “posiblemente”, etc.; el problema es que me es difícil escudriñar lo que ocurre (mucho o poco) en la mente de Donald Trump. Lo veo obsesionado con su “legado”, como ha expresado ya desde la campaña electoral; se ve como el que puede traer la paz a Europa, aunque sea a costa de Ucrania y aunque fortalezca a Putin, a quien repetidamente ha dicho que admira y justifica. Su forma de actuar es la de un comerciante: todo es “transaccional”: Europa tiene que dar lo que tiene que dar, la seguridad de Europa no puede ser a costillas del contribuyente estadounidense, Ucrania debe dar algo a cambio de seguridad, si un país de la OTAN no paga lo que debe no debe aspirar a ser defendido, Europa debe ser “lucrativa” para él, etc.

Hasta ahora, EE. UU. estaba al lado de Europa y de Ucrania porque veía que Rusia es una amenaza no sólo contra la estabilidad europea, sino contra los valores de las democracias occidentales, a cuya cabeza se veían los estadounidenses. Ahora el tema parece ser meramente monetario: la seguridad europea cuesta dinero al contribuyente gringo y supone poner en juego la vida de los soldados estadounidenses estacionados en Europa, así que, si los europeos no pagan por ello, Trump se retira y que se rasquen como puedan.

Obviamente que en ello hay contradicciones: Europa debe hacerse cargo de su propia seguridad, pero al mismo tiempo se le excluye de la mesa de negociaciones sobre Ucrania. Esto es imperialismo puro, de ahí que se entiendan tan bien Putin y Trump, por lo menos hasta ahora.

Lo decisivo en los días recientes es lo siguiente: en contra de lo que Barak Obama había dicho (“Rusia es una potencia regional”), Trump la ha llevado de regreso a los escenarios internacionales y la reconoce como una potencia mundial, pues afirmó que Putin es un “world leader”. Esto significa que, de golpe y porrazo, Putin recibe lo que siempre ha exigido: ser un protagonista en los escenarios internacionales, ser un líder mundial con poder, ser un interlocutor válido, dejar a Ucrania fuera de la mesa de negociaciones, que Zelensky no sea reconocido como legítimo presidente, que la culpa de la guerra se achaque a Ucrania, que este país no reciba garantías plenas de seguridad y que Europa quede aislada militarmente de los Estados Unidos.

Después de lo que pasó en la Conferencia de Seguridad de Múnich hace unos días (el discurso del vicepresidente Vance y los pronunciamientos de otros miembros del equipo de Trump), muchos recordaron los acuerdos de Múnich de 1938, por medio de los cuales los franceses y los ingleses, para apaciguar a Hitler, le concedieron apoderarse de la región de los Sudetes, sin que la entonces Checoslovaquia pudiese participar en las negociaciones.

Winston Churchil le espetó al responsable de esto, el Primer Ministro británico Neville Chamberlain: “Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”. En efecto: en septiembre de 1939, la Alemania nacionalsocialista invadiría Polonia y comenzaría la Segunda Guerra Mundial. Esa fue una lección -que parecen haber olvidado muchos- de que no es posible ni práctico, a la larga, tratar de apaciguar a un tirano, porque nunca estará satisfecho y buscará conseguir más y más.

Por eso no es de extrañar que Rusia ya haya comenzado a tomar medidas que podemos catalogar como de “guerra híbrida”, es decir: en los escenarios de conflicto modernos, los atacantes ponen en práctica una combinación de operaciones militares clásicas, de medidas de presión económica, ataques informáticos, actos de sabotaje contra infraestructura crítica e incluso propaganda en los medios de comunicación y las redes sociales. A este conjunto de acciones se le conoce como “tácticas híbridas” o “guerra híbrida”. El objetivo de los atacantes no es sólo causar daños, sino también desestabilizar a las sociedades democráticas e influir en la opinión pública. Las sociedades abiertas, pluralistas y democráticas ofrecen muchas áreas de ataque y, por lo tanto, son fácilmente vulnerables; en realidad, son más vulnerables que los países regidos por gobiernos autoritarios.

Hemos visto cómo recientemente ha habido extraños actos de sabotaje contra cables de comunicación y de corriente eléctrica en el Mar Báltico, la presencia de buques espía en las costas inglesas y en el mismo Mar Báltico, intentos de influir en procesos electorales (como en Rumania y en Georgia), contratación de agentes “de un solo uso”, actividades cada vez más evidentes de la llamada “flota rusa en las sombras”, etc. Para mí es muy claro: Rusia se está preparando para asaltar Europa y expandirse hasta el Mar Báltico, recuperando lo que afirma que es suyo. Si el mayor obstáculo para esta aventura eran las fuerzas armadas estadunidenses en el marco de la OTAN, con el cambio de sistema de seguridad que está generando Trump, todo se alinea perfectamente para Putin. No olvidemos que Rusia es el único país del mundo que se está expandiendo territorialmente en la actualidad. Y va por más.

Estamos al parecer ante un escenario en el que tres países poderosos se repartirán el mundo: China, Estados Unidos y Rusia. Xi Jinping sueña con Taiwán, Putin con Ucrania y los países del Báltico, y Trump con Groenlandia, Canadá y Panamá. Los países de la Unión Europea tienen un gran problema: antes de actuar en consecuencia deben convencer a sus electores de que hay que invertir enormes cantidades de dinero en la defensa del continente. Este sigue siendo el punto flaco de las democracias: si los electores se equivocan, cuando se den cuenta del error será demasiado tarde.

Los países europeos deben invertir, según los expertos, un 3% de su PIB en defensa de aquí al 2030, pero yo soy del parecer de que debería ser un 3.5%: 3% para la defensa propia y 0.5% para Ucrania, pues así podría lograrse la derrota de Putin antes de que los rusos puedan pisar territorios de la OTAN. Y pedirle a Dios y a todos los santos que Rusia se tarde más tiempo que ellos en rearmarse. Según expertos en Bruselas y en Kiel, para suplir a los soldados gringos y su equipamiento que se retirarían del continente, Europa necesita 50 brigadas nuevas, 1 400 tanques y 2 000 vehículos blindados, así como 2 000 drones de largo alcance por año y 300 000 nuevos soldados.

Por lo pronto, parece ser que Trump no tiene una estrategia, sino solamente ocurrencias y cambios de humor, pues en su equipo se escuchan posicionamientos contrastantes, algunos razonables y algunos verdaderamente absurdos, dependiendo de quién hable. Posiblemente esté buscando Trump un arreglo para comprar petróleo y otras fuentes de energía a Rusia, pero para llegar a eso hay que quitar del camino a Ucrania.

En esta columna que perpetramos cada semana lo hemos dicho muchas veces y desde hace años: el principal peligro para las democracias occidentales es Putin, por lo que Rusia seguirá siendo la amenaza más relevante en los siguientes años. Por eso creo que estamos quizá ante los cinco o diez años más peligrosos del siglo XXI. Y la potencia militar más grande del mundo, los Estados Unidos, conducen una política exterior que está en manos de gente no profesional y que no entiende las complejidades de los escenarios internacionales. Los Estados Unidos han dejado de jugar el papel de defensores de la democracia (bueno, así se presentaban), para ser ahora los aliados de la autocracia.

 

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Herminio Sánchez de la Barquera

Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.