Tomás de Aquino: algunos pensamientos
- Fidencio Aguilar Víquez
La vida y obra de santo Tomás de Aquino, como las de los grandes, semejan al mar: profundo y amplio, inabarcable en una mirada, misterioso, aunque también toca las playas y las orillas que hacen descansar a quienes se acercan a sus aguas. La Summa theologiae, la Summa contra gentiles y sus diversas obras sobre temas teológicos, filosóficos, políticos y sociales nos hablan de las dimensiones de su talante y de su talento, no hace falta abundar más. Sentía hondo, pensaba alto y hablaba claro.
Cuando estudiaba yo la carrera de Filosofía, cada año —primero el 7 de marzo, día de su muerte, luego el 28 de enero, día en que se le declaró patrón de la educación católica— se hacía en la facultad un evento que congregaba a profesores y alumnos para presentar investigaciones o pequeños trabajos en honor del Doctor angélico. En general, la metafísica, la antropología y la epistemología que estudiábamos tenía motivación e inspiración tomista. Un seminario sobre este pensador buscaba acercarnos a sus textos de forma directa. Nadie salía defraudado.
Uno de esos textos fue su opúsculo De ente et essentia. Tengo a la fecha una nota de trabajo de ese entonces sobre el capítulo II, que habla precisamente de la noción de esencia de las sustancias compuestas (como es el caso del ser humano). Plantea Tomás, en primer lugar, la estructura hilemórfica (en esto sigue a Aristóteles) (n. 7); luego, señala que la forma es el acto de la materia (n. 8); en seguida demuestra esa composición (n. 9); más adelante, argumenta cómo la materia es el principio de individuación (n. 10) en cuanto signada por la cantidad (n. 11).
En el ser animado —el animal— se trata del cuerpo. Pero éste, en el género de la sustancia, está determinado por las tres dimensiones de la cantidad; así, la materia signada por la cantidad (signata quantitate) constituye la perfección del cuerpo del ser animado; “el alma será algo que queda fuera del alcance de lo significado con el término cuerpo, y será algo sobreañadido al mismo cuerpo, de modo que de esos mismos dos, a saber, del alma y del cuerpo, como partes, se constituye el animal.” (n. 12).
El cuerpo, sometido a las tres dimensiones, aplica tanto a los cuerpos inanimados como animados, si habláramos sólo de éstos, tendríamos a los seres irracionales como racionales. El cuerpo en tal sentido es género respecto al animal (n. 13). Por su parte, la noción animal es género con respecto al ser humano, a la humanidad o a la noción de hombre (n. 14). Realmente, empero, el género, la diferencia específica y la especie constituyen la esencia (n. 15), esto es, se imbrican proporcionalmente con la unidad sustancial de la materia y la forma, sin identificarse con ellas. “Por eso decimos que el hombre es un animal racional, y no decimos que consta de animal y de racional, como decimos que consta de alma y de cuerpo… por lo que es material respecto a la perfección última.” (n. 16).
Hay una analogía entre el género y la materia (n. 17) y otra entre la especie y el individuo (n. 18). La especie significa el todo, en abstracto, no como añadida a las partes esenciales, es decir a la forma y a la materia, como la forma de la casa viene sobreañadida a sus partes integrales, sino más bien, la forma que es el todo, que abraza la forma y la materia, con exclusión, sin embargo, de aquello mediante lo cual viene designada naturalmente la materia.” (n. 19).
De este modo, hombre y humanidad significan la esencia del ser humano; el primer término como un todo, el segundo como parte. Así, el término hombre se predica de los individuos en su totalidad; en cambio el de humanidad se predica de los individuos como una parte, ya que un individuo no es toda la humanidad ni la realiza en su totalidad. Esto también se comprende si decimos que Sócrates tiene la esencia humana, pero no es la humanidad (n. 20).
Otra ficha que aún conservo es relativa a la moralidad del acto humano según su objeto (S. Th. I-II, q. 18, a. 2). “El bien y el mal de una acción se mide por la plenitud del ser o por su defecto. Lo que ocurre en primer lugar a la plenitud del ser de una cosa le viene de su especie.” Así, ya que las cosas naturales derivan su especie de la forma, los actos humanos derivan su bondad o maldad del objeto, es decir, la primera bondad del acto moral proviene del objeto conveniente.
“Y del mismo modo también, en el orden natural, el mal primordial de una cosa proviene de no haber obtenido su forma específica… así el mal primordial en la acción moral deriva del objeto malo, como es tomar lo ajeno. Por tanto, toda acción mala se dice mala en su género considerado como especie.” Esto se entiende cuando el Aquinate explica que, si bien todas las cosas exteriores son buenas en sí mismas, no siempre están en la relación debida con tal o cual acción. Como objetos de tales acciones, dejan entonces de ser buenos.
Como profesor, uno de los cursos que impartí varios años fue Filosofía del absoluto, llamada Teodicea. Para tal fin ineludiblemente ocupaba los artículos de la cuestión 2 de la Summa theologiae. En el artículo 1, Tomás plantea que Dios no es evidente para nosotros (quoad nos), aunque sí lo sea en sí mismo (quoad se); son dos tipos de evidencia. La segunda es similar a la evidencia matemática: sólo es visible para los que la conocen. El estudioso de las matemáticas distingue desde la expresión de la fórmula si se trata de una elipse o de una parábola. Por tanto, a Dios hay que demostrarlo (artículo 2). Y Tomás lo hace (artículo 3), mediante las cinco vías.
Otra cuestión de la Summa theologiae que también ocupé como profesor fue la prima secundae (I-II), cuestión 90, sobre la esencia de la ley. El artículo 1 demuestra que la ley pertenece a la razón, aunque pareciera que no. Esto debido a la expresión de san Pablo (Rm 7, 23): “Siento otra ley en mis miembros”; y la razón no se expresa en los miembros. La razón, por su parte, se expresa en potencias, hábitos y actos, pero la ley no, ya que, si fuese así, dejaría de ser actual o vigente. Por otro lado, la ley mueve a quienes le están sometidos; pero mover es de la voluntad, no de la razón.
Pues bien, Tomás demuestra, pese a las anteriores objeciones, que la ley pertenece a la razón, sobre todo porque es regla y medida de nuestros actos. Ahora bien, siendo la razón regla y medida de nuestros actos, es el primer principio de los actos humanos (hechos libremente), puesto que los ordena a su fin propio. La razón, en suma, es el primer principio en el orden operativo.
En el artículo 2, Tomás formula que la ley se ordena al bien común como a su fin propio. Tal fin es la felicidad o beatitud de la comunidad. Citando a Aristóteles (libro V de la Ética y I de la Política), Tomás dice que llamamos cosas legales justas a las factivas y conservativas de la felicidad y de sus particularidades. “De donde se sigue que, como la ley se constituye primariamente por el orden al bien común, cualquier otro precepto sobre actos particulares no tiene razón de ley sino en cuanto se ordena al bien común. Se concluye, pues, que toda ley se ordena al bien común.”
En el artículo 3, el Aquinate muestra que un individuo, en lo particular, no puede establecer una ley, o disponer para todos lo que dispone para sí. Y, finalmente, en el artículo 4, demuestra que la promulgación de una ley es parte esencial de ésta para su vigor. Así pues, la ley se impone a los súbditos como regla y medida. Para que la ley tenga el poder de obligar, cual compete a su naturaleza, es necesario que sea aplicada a los hombres que han de ser regulados conforme a ella.
Tal aplicación se lleva a cabo al poner la ley en conocimiento de sus destinatarios mediante la promulgación. Por ello, la promulgación es necesaria para que la ley tenga fuerza de tal. Y así se puede establecer la definición de la ley, la cual no es sino una ordenación de la razón al bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la comunidad. Si se separa del bien común, la ley es injusta; si se separa de la razón, también lo es; si se separa de la comunión y de la felicidad de los miembros de la comunidad, igualmente, es injusta.
Con todo lo anterior, se puede admirar la magnitud del pensamiento de santo Tomás, que, ante todo, fue un hombre que alcanzó la santidad mediante el estudio, la meditación y la oración. Muestra de esto último es un fragmento de su oración para antes de estudiar: [Señor] “Dame agudeza para entender, capacidad para retener, facilidad y método para aprender, sutileza para interpretar y gracia abundante para hablar.”
Referencias
Santo Tomás de Aquino, El ser y la esencia en Opúsculos y cuestiones selectas I, Filosofía (1), Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 2001, pp. 45-54.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología I, parte I, BAC, Madrid 2009, pp. 107-112.
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología II, parte I-II, BAC, Madrid 2011, pp. 703-708.
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Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).