“El Fugitivo”
- Atilio Peralta Merino
La cinta de John Ford con la estrujante actuación de Henry Fonda, Dolores del Río y Pedro Armendáriz no desmerece un ápice respecto a la lectura de la novela El Poder y la Gloria de Graham Greene, incluso, tampoco deja atrás la crónica realizada por el propio escrito británico en Caminos sin Ley, libro en el que describe la persecución religiosa que se vivió en Tabasco en una etapa posterior al fin de la Guerra Cristera.
La persecución religiosa se prosiguió en Tabasco bajo la gubernatura de Tomás Garrido Canabal incluso tiempo después de que, en 1929, el presidente Emilio Portes Gil llegase a los acuerdos de paz con el Episcopado Mexicano, situación que disgustó por su parte al Vaticano que se sintió excluido de los mismos, ya que de hecho lo estuvo hasta la reforma de 1992 con el previo episodio de la visita a Paulo VI del presidente Echeverría y su comitiva.
La crónica que al efecto se plasma en Caminos sin ley, se refiere incluso a la política eclesiástica seguida en Tabasco ya no por el propio Tomás Garrido Canabal sino por un sucesor suyo como fue Manuel Bartlett Bautista, quien estuvo al frente del cargo en fecha por demás cercanos al de la filmación de la cinta de John Ford.
No en balde, Luis Buñuel llegó a considerar que John Ford era desde el punto de vista técnico el mejor director del mundo, y, al menos por lo que hace a su cinta “El Fugitivo”, acaso también pueda decirse lo mismo en su carácter de narrador, compartiendo los créditos conducentes con el autor de la trama y sin que pueda quedar de lado, por supuesto, la maestría fotográfica de Gabriel Figueroa, acaso junto con Gregg Tolland, uno de los más formidables fotógrafos en la historia de la industria cinematográfica.
Las inquietudes que se desprenden del nudo central de la trama parecerían haber quedado atrás para siempre a partir de la reforma eclesiástica emprendida durante la administración de Salinas de Gortari, no obstante, pudiese acaso resurgir en los albores del segundo cuarto del presente siglo con una vertiginosidad que acaso pudiera resultar inimaginable en sus consecuencias.
Por una parte, habría que considerar que la Iglesia jugó un papel clave y preponderante al orientar la decisión de voto de la comunidad méxico-estadounidense en Texas en el resultado de la reciente elección presidencial de los Estados Unidos, a partir de la batalla cultural desatada en torno de la denominada “cultura woke”.
Por otra, cabría considerar que nos acercamos al centenario de la promulgación de la Ley Reglamentaria del Artículo 130 Constitucional del 2 de julio de 1926, coloquialmente bautizada en su momento como “Ley Calles”, cuya aplicación detonó uno de los acontecimientos más silenciados, acallados y olvidados de nuestra historia pese a haber sido pieza fundamental en el devenir de la conformación social y política de México.
En los contornos de la parroquia de la “Sagrada Familia” en la Colonia Roma, Anacleto González Flores emprendió una campaña de firmas de apoyo al proyecto de decreto de reformas a la Constitución redactado por el jurista Manuel Herrera y Lasso a solicitud del Episcopado.
La tensión que desencadenó una cruenta guerra civil por espacio de tres años habría reconocido acaso su más alta expresión tanto en el atentado con explosivos en la Basílica de Guadalupe, como en el que posteriormente fuera perpetrado en la Cámara de Diputados de Donceles el 24 de mayo de 1928, revindicado por Carlos Castro Balda, posterior contrayente nupcial en “Islas Marías” de Concepción Acevedo de la Llata, mejor conocida como “la Madre Conchita”.
Al ver recientemente la película “El Fugitivo” me vinieron a la memoria relatos de mi abuelo sobre la Cristiada, cuando el General Adrián Castrejón por entonces, jefe de la zona militar en Michoacán, le hizo ver que era un error poner a su disposición una escolta para acompañarle a llevar a cabo el reparto agrario en Huetamo, poblado enclavado en la llamada ‘Tierra caliente’ como ordenaba el parte expedido por el la Secretaría de Guerra, en ese entonces a cargo de Joaquín Amaro, quién había realizado gran parte de su carrera de armas precisamente en aquella demarcación; a criterio de Castrejón, en una etapa posterior al creador de los servicios de inteligencia y sagaz cazador de espías nazis durante la guerra:
“La escolta lo va a asesinar, para robarse las armas y desertar, es mejor que lo dote de armas y que usted organice una guardia de agraristas”.
Recordé, asimismo, cuando, años atrás de que Salinas de Gortari convocara a la reforma eclesiástica, José Ángel Conchello me encargó conseguir en la biblioteca “Benjamín Franklin” la ficha de una obra que no ha vuelto a ser referida por nadie en absoluto desde entonces: “The Mexican Revolution ande the Catholic Church” del profesor de la Universidad de Indiana, Robert Quirk.
Para el jovenzuelo que era yo en aquel entonces , resultaba toda una aventura de intriga y misterio, localizar primero, en la arbolada calle de Londres en la Colonia Juárez, la sede de la biblioteca creada en la Ciudad de México por la Embajada de los Estados Unidos desde los tiempos de Dwight Morrow, y, posteriormente, encontrar una obra de dos volúmenes de gran dimensión, identificada dentro de aquel acervo, no mediante el consabido sistema de biblioteconomía de “Dewey”, sino con el específico que se sigue en la Biblioteca del Congreso de Washington, una de las más completas el mundo.
Hoy, a muchos años de haber realizado aquel hallazgo para mí mágico en su momento que me fuera encomendado, y ya no digamos de que escuchara como sobremesa los relatos familiares, el misterio que pareciera presentarse en los días que corren es el concerniente a los motivos para que falte difusión a una película de enorme envergadura como es “El Fugitivo”, y ya digamos , el silencio que se cierne en torno a la obra de Robert Quirk relativa a un suceso señero de nuestro acontecer en la historia como país y como sociedad.
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De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.
Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava