Ideas antidemocráticas disfrazadas de libertad
- Anabel Abarca Pliego
El triunfo de Donald Trump ha generado múltiples cuestionamientos para México, lo cual es natural considerando que Estados Unidos es nuestro principal socio comercial y compartimos una frontera con la potencia hegemónica de la política internacional. Como analicé previamente en las columnas Nostalgia y economía: claves del triunfo de Trump y Trump y el peligro de las ideas antidemocráticas en América Latina, su ascenso no solo redefine el panorama global, sino que también marca tendencias preocupantes que comienzan a replicarse en nuestro país.
En México, estamos presenciando cómo, bajo el manto de la "libertad", surgen discursos que promueven racismo, misoginia y homofobia. Este fenómeno no es aislado; en el ámbito internacional, vemos cómo, en nombre de la libertad, se atentan contra derechos fundamentales. Por ejemplo, Javier Milei en Argentina utiliza descalificaciones como “zurdos de mierda” para desacreditar a quienes piensan diferente, restringiendo, en la práctica, la libertad de pensamiento que dice defender. Además, su visión ultraliberal ha provocado un incremento de once puntos porcentuales en la pobreza durante los primeros seis meses de su gobierno.
En Italia, se esgrimen teorías conspirativas sobre una supuesta “sustitución étnica”, donde se culpa a la inmigración y a la baja natalidad de amenazar la identidad nacional. Este argumento no solo es racista, sino que refuerza la idea de superioridad de unas razas sobre otras. En España, Santiago Abascal, líder de VOX, utiliza el descontento conservador para legitimar discursos de odio bajo la premisa de defender la libertad de expresión, entendida como su derecho a difundir xenofobia, misoginia y racismo sin consecuencias.
En Estados Unidos, Trump ha avalado acciones violentas bajo la excusa de la libertad, promoviendo, por ejemplo, que Israel pueda actuar sin restricciones en Gaza. Este patrón revela cómo el concepto de libertad se pervierte para justificar agendas que erosionan derechos y perpetúan desigualdades.
En México, estas narrativas han encontrado eco. La reciente conferencia de la Conservative Political Action Conference (CPAC) en nuestro país, realizada el 24 de agosto, reunió a políticos de derecha que buscan replicar estas dinámicas polarizadoras. La CPAC, un evento organizado por la Unión Conservadora Estadounidense, ha sido históricamente un espacio para promover ideas extremas, como las de Milo Yiannopoulos, quien ha trivializado temas como el feminismo y la justicia social, y de Ron DeSantis, con gran historial académico y militar que ha recurrido a comentarios racistas en su carrera política.
La verdadera libertad no consiste en permitir discursos de odio que deshumanizan o excluyen a quienes no encajan en la visión hegemónica. Pretender que la libertad es un escudo para actuar sin consecuencias es una falacia peligrosa. La libertad debe ser un espacio donde todos podamos convivir, sin que nuestras identidades o ideologías sean motivo de discriminación o violencia.
Quienes se erigen como paladines de la libertad, cuando en realidad buscan la licencia para ser racistas, misóginos o xenófobos sin enfrentar consecuencias, distorsionan el significado profundo de este valor. Aunque no se puede controlar lo que cada individuo piensa en privado, deben existir estándares de convivencia pública que protejan la dignidad y el respeto mutuo.
La libertad verdadera no puede ser el privilegio de unos pocos a costa de la exclusión de muchos. Solo garantizando un marco de consecuencias para discursos y acciones de odio podremos construir un mundo donde todos tengan cabida, sin importar si sus identidades o ideas se ajustan a las narrativas dominantes.
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Abogada especializada en derecho corporativo y analista política. Su expertise en derecho corporativo incluye asesoría estratégica a empresas, diseño de estructuras legales eficientes y mitigación de riesgos jurídicos. En el ámbito político, ha destacado como asesora en vinculación estratégica y planeación gubernamental.