Hábitos de la 'opinocracia ranchera'
- Luis Martínez
Los hay de muchos estilos: unos insufribles, otros ignorantes; unos déspotas, otros bonachones; algunos excelentes conocedores del idioma, otros que dependen del corrector de la computadora.
Lejos de ser un calificativo despectivo, los "opinadores rancheros" son toscos, simplistas y están ensimismados en los límites de su localía, pendientes del rumor y la víscera personal. Poco profundos pues.
Los opinadores han construido su propio refugio a lo largo de los años. Se esconden detrás de la libertad de prensa y la zona de confort que les proporciona la hegemonía mediática. Rentan su pluma y se autodenominan expertos. Se toman fotos con piezas de ajedrez, se acarician la barbilla y se informan a través de tuits.
Se diluyen y mimetizan, se siguen llamando reporteros, periodistas, prensa e incluso presos políticos. Están muy lejos, ya sea por edad o por voluntad, de los reporteros que recorren las calles, que cubren la noticia después de recoger a sus hijos de la escuela. Están muy lejos de arriesgar su vida y sustento por una nota.
Se han acostumbrado a no ser cuestionados, y cuando lo son, recurren al escudo de la libertad de opinión, al ataque a la prensa "crítica" y a ser defendidos por sus iguales. Se han acostumbrado a atacar al poder político de manera selectiva y a recibir impersonales cartas aclaratorias.
Ante la crisis financiera de los medios de noticias, las columnas y las opiniones se han convertido en el principal activo. El algoritmo domina, el tráfico se disuelve y los anunciantes se alejan. Hacer buen periodismo es caro y laborioso, un lujo que pocos medios pueden permitirse. Los medios mediocres apuestan por lo seguro: replicar boletines y dedicar columnas al poder político.
Como en cada trienio o sexenio, pasan lista con los gobiernos entrantes, desechan reses y adulan carniceros. No son ni de izquierda ni de derecha; de hecho, muchas de estas personas jamás han abierto un libro de Economía, Sociología o Ciencia Política. Escriben con "valentía" y "desafían al poder", pero sólo al pequeño, al que no paga convenios, o al que les instruye quien sí paga.
Hoy son menos líderes de opinión que antes. Ahora, se leen entre ellos mismos. Sus reflexiones pasan por las empresas de monitoreo y llegan directamente a los celulares de políticos y funcionarios, quienes, si ven su nombre acompañado de alguna alegoría, lo comparten con sus equipos y aduladores. Las oficinas de Comunicación marcan con un "check-list" quién cumple con la tarea cada mañana.
En tiempos de transición, la opinocracia ranchera avanza con la correa en el hocico; la mayoría comienza a lamer zapatos de quienes se perfilan como las nuevas autoridades. Llaman la atención con zalamerías y, a veces, en su impaciencia, lanzan algunos gruñidos y ladridos. En redes sociales, no se cansan de "arrobar" a sus intereses, mencionando decenas de veces al director, directora, vocero o secretario particular de quien esperan que los incluya en la lista del convenio.
Se dice que George Orwell afirmó: "El periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques; todo lo demás son relaciones públicas". Las columnas incómodas, las documentadas, las que cuestan el puesto a funcionarios, son escasas, pero hablan en otro idioma al poder político: lo interpelan, lo exhiben, lo juzgan.
En resumen, la opinocracia ranchera ha recreado la cultura de los Minions: pequeñas personas que sólo se entienden entre ellas, cuya supervivencia depende de que un villano les dé instrucciones. Destaca quien mejor obedece.
En las ciencias sociales, cuando se explican fenómenos, no se particularizan porque son globales y se replican en diversos contextos. Entonces, puede ser cualquiera: en cualquier lugar de México, puede ser cualquier Carlos, cualquier Arturo, cualquier Vicky, Viridiana, Elvia o Érika. Podría ser cualquier Álvaro, Gerardo, Iván o Javier. En todo México hay muchos Víctor, Alfonso o Roberto, y aún más Jesús, Mario, Alberto o Miguel.
Podría ser cualquiera.
Hasta la próxima.
Opinion para Interiores:
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Comunicador y catedrático especializado en Periodismo Digital y Opinión Pública con más de doce años de experiencia. Master en Ciencia, Tecnología y Sociedad por Quilmes; Premio Nacional de Innovación en Transparencia 2016. Es director del Observatorio Mexicano de Medios.