Rosa sin pétalos

  • Rodrigo Rosales Escalona
El origen de la polarización está encumbrada en el nido del odio de la derecha

Existen diversas definiciones que nos permiten aproximarnos y delimitar el concepto de discursos de odio

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define a los discursos de odio como “cualquier tipo de comunicación verbal, escrita o conductual, que ataca o utiliza lenguaje peyorativo o discriminatorio con referencia a una persona o un grupo sobre la base de quiénes son. En otras palabras, sobre la base de su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”. Por lo consiguiente, el discurso de odio debe entenderse como el “fomento, promoción o instigación, en cualquiera de sus formas, del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito,  que difaman, hostigan, persiguen, discriminan, difusión de estereotipos negativos, estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones por razones de raza, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual y otras características o condición personales”.

El objetivo de estas manifestaciones puede ser la deshumanización del otro, la búsqueda de un “chivo expiatorio” a quien culpabilizar por la emergencia de problemas sociales críticos, o el intento de negarle a una persona o un colectivo de personas el acceso a derechos, por considerarlo indigno de ejercerlos.

Si bien es cierto que hay condiciones estructurales que determinan patrones de vulnerabilidad frente a los discursos de odio (clase, género, etnia), los grupos proclives a ser objeto de este tipo de discursos varían en cada lugar y momento histórico de acuerdo a las circunstancias sociales, políticas, económicas, etc.

Si nos situamos en el contexto de nuestro país, podemos identificar ciertas prácticas sociales y grupos específicos que han sido o son objetos de odio, como por ejemplo:

Antisemitismo: Prejuicio contra u odio o discriminación hacia las personas judías tanto como grupo étnico o religioso.
Aporofobia: Aversión, temor y desprecio hacia las personas pobres o más vulneradas en sus derechos (suele incluir también el rechazo a los movimientos sociales que articulan las demandas de estos sectores y a las políticas públicas dirigidas específicamente a atender su situación).
Estigmatización a grupos políticos: Persecución de activistas, militantes y dirigentes políticos por sus acciones y posiciones públicas en favor de la igualdad y la ampliación de derechos.

De lo anterior, encontramos el odio por parte de quienes no aceptan que su pasado presente los arrastra y acusa de corrupción y empobrecimiento del conjunto social, así como empeñar el futuro nacional al privatizarla, entre represión y persecución de la oposición.

Quienes hacen de la mentira y difamación como discriminación, un amasijo de móndrigo y herramienta, tal como José Antonio Crespo afirma que la “mentira, es necesario mentir”, donde la mentira tiene límites por la ética política, que ignoran los integrantes del equipo “intelectual, periodístico orgánico u opinadores” emanados y solventados económicamente por el oligarca Claudio X. González, que crearon a Xóchitl Gálvez, que en conjunto, pretenden engañar en su discurso de que “son los que defienden al INE y a la democracia”, contra el totalitarismo de Andrés Manuel López Obrador y su candidata Claudia Sheinbaum.

Entre su discurso de la mentira y de odio, no comprenden el potencial del significado de la mentira, porque no saben leer el libro El arte de la mentira política, de Jonathan Swift, atorados en la prepotencia, soberbia y egocentrismo patológico.

Patología que raya en lo absurdo, que los impulsa a la aporofobia, al insistir que representan a una supuesta “sociedad civil desde la clase media a arriba”, discriminando a los de abajo, acusándolos de que son “presa” del gobierno comunista, castrochavista de la 4T, como también antisemitismo al acusar a Sheinbaum de ser judía y no creyente del catolicismo, tal como Xóchitl lo manifestó en el tercer debate, que corresponde al guion de esa oligarquía ignorante, sin olvidar al yunquista candidato del PAN poblano, Eduardo Rivera, quien dijo que son “morenonacos” de dicho partido y su candidato Alejandro Armenta, que luego de certero reclamo y explicarle que la palabra “naco”, deriva del totonaco, por lo que “tuvo que disculparse”.

Otro difusor del odio racista es Vicente Fox, quien en sus redes “X”, difunde un video de propaganda, que narra el origen de la familia de Sheinbaum desde Europa a México, de comunistas, oportunistas y más; video que desde el año pasado contiene la propaganda de odio y que lo rediseñan con más odio y mentiras.

Se entiende por discurso del odio cualquier forma de expresión cuya finalidad consiste en propagar, incitar, promover o justificar el odio, el desprecio o la aversión hacia determinados grupos sociales, desde una posición de intolerancia. Quien recurre a ese tipo de discursos pretende estigmatizar a determinados grupos y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad, disuelve a las personas en el colectivo al que se agrede y lanza contra el conjunto su mensaje destructivo.

El grado patológico los arrastra a dejar escapar sus problemas psicológicos, morales y anti éticos, donde su clasicismo lo sienten o ven natural la agresión y el insulto, como forma de placebo careciendo por sí misma de acción terapéutica, que les produce algún efecto favorable en su angustia, si este la recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción y satisfacción de vengarse u ofender.

La ultraderecha desde que Carlos Salinas fusionó al PAN y PRI, al despojarlos de su identidad política e ideológica, siembra un modelo idéntico y sin mácula de dignidad, al servicio del poder y de aceptar ciegamente que proceso de legalidad y democracia será apegada a intereses apátridas, a la fecha, pero, al perder el poder, consideran férreamente que una sociedad que se hartó de ellos, debe ser conducida al buen carril de siempre.

Se entiende por discurso del odio cualquier forma de expresión cuya finalidad consiste en propagar, incitar, promover o justificar el odio, el desprecio o la aversión hacia determinados grupos sociales, desde una posición de intolerancia. Quien recurre a ese tipo de discursos pretende estigmatizar a determinados grupos y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad, disuelve a las personas en el colectivo al que se agrede y lanza contra el conjunto su mensaje destructivo.

Si partimos de Jacques Rancière en su libro, El Odio a la democracia, se apegan al decálogo de todas estas figuras contemporáneas que tienen al menos un mérito: a través del odio que manifiestan contra la democracia o en su nombre, y a través de las amalgamas a las que someten la noción de ella, nos obligan a reencontrar la potencia singular que le es propia. La democracia no es ni esa forma de gobierno que permite a la oligarquía reinar en nombre del pueblo, ni esa forma de sociedad regida por poder de la mercancía. Es la acción que sin cesar arranca a los gobiernos oligárquicos el monopolio de la vida pública, y a la riqueza, la omnipotencia sobre las vidas. Es la potencia que debe batirse, hoy más que nunca, contra la confusión de estos poderes en una sola y misma ley de dominación.

La desesperación de que su esfuerzo por recuperar el poder, mismo que es un fracaso desde el diseño y aplicación con su candidata que la obligan a actuar o decir sin lógica, pero sí mentir o acusar sin pruebas, que la candidata y el gobierno federal es narco; d que está en contra de la religión, contra la educación, etcétera, así como de no conquistar mentes ni estómago, van descubriendo que el sector juvenil debe ser persuadido y manipulado a que vote por su candidata. Tal como en un video de duración de seis minutos, lo dice Enrique Krauc, Eugenio Derbez, o Héctor Aguilar Camín, quien con peroratas acusa que el poder gubernamental opera para continuar con la dictadura, en contra de las “apariciones de la sociedad civil” de una “verdadera y auténtica democracia”.

Se entiende por discurso del odio cualquier forma de expresión cuya finalidad consiste en propagar, incitar, promover o justificar el odio, el desprecio o la aversión hacia determinados grupos sociales, desde una posición de intolerancia. Quien recurre a ese tipo de discursos pretende estigmatizar a determinados grupos y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad, disuelve a las personas en el colectivo al que se agrede y lanza contra el conjunto su mensaje destructivo.

Posiblemente el concepto “odio” no sea el más adecuado para referirse a las emociones que se expresan en esos discursos, como la aversión, el desprecio y el rechazo, pero se trata en cualquier caso de ese amplio mundo de las fobias sociales, que son en buena medida patologías sociales que se deben superar. Se incluyen entre ellas el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la misoginia, la homofobia, la aversión a los miembros de determinadas confesiones religiosas, o la forma más común de todas, la aporofobia, el rechazo al pobre. Y es que las emociones, a las que tan poca atención se ha prestado en la vida pública; sin embargo, la impregnan y son especialmente manipulables por los secuaces del flautista de Hamelín. Así fue en la primera mitad del pasado siglo y está siéndolo ahora cuando los discursos fóbicos proliferan en la vida compartida.

La tarea de los secuaces de Hamelín es sostener que ellos son “democracia”, que velan por una soberanía secuestrada, bajo manipulación de sus discursos, que no propuestas de gobierno, porque el asesor económico de Xóchitl, José Ángel Gurría, es quien dibuja el retorno a la privatización, a sujetar salarios y beneficios sociales al esquema neoliberal, por cierto, siempre ha sostenido “que ignora qué es neoliberalismo”.

El simple hecho de que se les “escapa decir judía, nacos como dijo Eduardo Rivera, “sociedad ignorante” bajo palabras de Krauze, Emilio Álvarez Icaza, Héctor De Mauleón, Carlos Marín, Raymundo Riva Palacio, Lilly Téllez, Denise Dresser, Kenia Rabadán, Amparo Casar, Macario Schettino, Pablo Hiriart, y otros más, se apegan al discurso de odio, denotando sus problemas patológicos y frustraciones.

Es tal su desesperación de sembrar mal y con hiedra venenosa su hambre de poder, que ahora siembran que si el proceso electoral se conduce bajo violencia y violando el mismo proceso, “que se actúe judicialmente”, fingiendo inocencia, que le es negada por los actos de corrupción que arrastran Alito, Marko y Zambrano.

Puebla merece analizar y advertir el mismo acto corrupto por parte de la tríada PRIANRD, donde dicen cumplir democráticamente el proceso electoral, pero recurren al uso de recursos públicos para compra de voto.

rodrigo.ivan@yahoo.com.mx

Fuentes
Jacques Rancière. El Odio a la democracia. Ed. Amorrortu. España, 2022
Christian Geulen. Breve historia del racismo, Ed. Alianza Editorial. España. 2018
José María Perceval. El racismo y la Xenofobia. Ed. Cátedra. España. 2020
Alfonso García Martínez. La construcción sociocultural del racismo. Ed. DYKINSON. Madrid. 2010

 

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Rodrigo Rosales Escalona

Periodista y analista político en medios locales y nacional, filósofo, docente en nivel superior, activista social, comprometido con la justicia.