Los amorosos son pasionales
- Román Sánchez Zamora
La mirada perdida de Samuel, en su éxtasis.
Sus manos aún temblaban, su sonrisa de satisfacción.
Hincado, así lo vimos, a sus espaldas el cadáver de su pareja.
Los últimos días estaba intranquilo, veía su teléfono.
Veía su reloj.
Se quedaba hasta tarde y a las tres de la mañana se retiraba, y llegaba puntual al pase de lista de las seis.
Siempre impecable, siempre buen tipo.
Ese lunes fue anormal, no llegó a las seis ni a las siete, ni al día siguiente, ni al próximo lunes; tuvimos que ir a buscarlo, algo había pasado.
Estuvo encerrado en casa, no salía, en los primeros cuatro días, su pareja había salido de vacaciones con sus familiares.
Al llegar a casa, solo sintió que algo rozó su cabeza, sintió muy caliente, antes de llegar su rostro al suelo, su vista ya se había nublado; ni la bocanada de aire para gritar pudo completar. Un solo golpe bastó con ese machete que había afilado los días anteriores y había ensayado, una y otra vez.
Lloró por muchas horas, tenía unas hojas donde se podían ver mensajes de un amor pasado y uno donde prometía que se iría a fin de mes… lo abandonarían a Samuel.
De allí venía su satisfacción, como se lo prometió, que jamás se dejarían y esa fue su satisfacción, por eso la sangre en sus ropas, -sabía que era mi vida y hoy se lleva mi vida, como yo le ofrendé la mía.
La justicia civil y militar, actuaron.
Tantas cosas se hacen por amor, por desamor, por la llamada que no llega, por las letras que no maduran, por las risas lejanas, por el recuerdo de los días felices, los paseos en la playa, las risas en las tertulias, los cumpleaños.
Mi general sólo suspiró por los idos.