Sobre plagios y juicios sumarios

  • Lorenzo Diaz Cruz
En un ambiente de polarización la búsqueda de la verdad poco importa

Una de las noticias que dominó la discusión pública en el inicio de año fue el supuesto plagio de la tesis de licenciatura de Yasmín Esquivel, ministra de la Suprema Corte de la Nación. Digo supuesto porque hasta la fecha no ha habido un juicio en el que las partes involucradas hayan presentado sus argumentos sobre la acusación, como se supone que debería funcionar un sistema de justicia moderno.

El escándalo se desató cuando el escritor Guillermo Sheridan hizo público un análisis comparativo de la tesis de la ministra, presentada en 1987 y la de Edgar Báez, otro estudiante que trabajó con la misma asesora, y que se presentó en 1986, encontrando notables similitudes que incluyen hasta párrafos completos en ambas tesis.

Una parte del público consideró que esa información era evidencia suficiente para declarar culpable a la ministra. Sin embargo, ella rechazó las acusaciones, afirmando que era la autora original de la tesis, que no la presentó antes porque tenía que hacer el servicio social. Parecería obvio que al considerarse a sí misma inocente tendría que defenderse de alguna manera, aunque también cabe la posibilidad de que estuviera diciendo mentiras.

Por su parte, basándose en esa información pública, que fue avalada además por la unidad donde la ministra realizó sus estudios, las autoridades de la UNAM concluyeron que el plagio era real, pero que no tenían facultades para retirar el título a la ministra. Pidieron a la SEP que tomara cartas en el asunto, pero las autoridades se negaron y le regresaron esa papa caliente a la UNAM.

Al paso de los días la asesora, acusada de compartir la misma tesis con varios estudiantes, confesó que la tesis original era la de la ministra, que ella le había compartido sus notas al otro estudiante. Otra vez, es posible que ella mienta para protegerse y/o proteger a la ministra.

En este punto cabe resaltar lo rápido que la gente llega a una conclusión, aún con la poca información que dispone. Reaccionamos a bote pronto, tal vez porque seleccionamos aquella información que está en sintonía con nuestras propias creencias.  Y en ese punto la clase media, que se supone cuenta con mayor educación, no se distingue de los pobladores rurales que creen que un extraño puede ser un delincuente secuestrador que merece ser linchado, sin que sea necesario llevarlo ante la justicia para que reciba un juicio legal.

Pareciera que el ruido mediático se alimenta de la ignorancia, aunque se desconozcan detalles de los hechos, el mensaje logra tener un poder de convencimiento sobre las masas. Posiblemente esa forma de llegar a juicios apresurados provenga de la falta de una cultura basada en la lógica o la ciencia. Para esa forma de razonar no vale aquello de que alguien es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Eso tampoco parece ser necesario para esos medios que analizan con poca objetividad, produciendo artículos que más que análisis se convierten en panfletos.

Así pues, a mí me parece que, con la información pública disponible, no es suficiente para declarar culpable a la ministra Esquivel por haber plagiado su tesis. Pero ojo: con esto no digo que ella sea inocente, no me consta, simplemente digo que con la información disponible no se puede concluir eso todavía.

Buena parte del país considera culpables a la ministra y a la maestra que fungió como asesora. Es posible que así sea, pero tiene que haber más elementos probatorios. Tal vez las autoridades universitarias los tienen, solo que no los han dado a conocer. En una de esas también son culpables los estudiantes que trabajaron con ella. ¿Dónde están sus testimonios?

Por otra parte, la actuación de la asesora ha despertado también duras críticas. Sin embargo, para declararla culpable sería necesario saber si cobró o sacó provecho de sus actos.  Aunque parece poco creíble, es posible que todo lo haya hecho por ineptitud y descuido, que también es grave para una catedrática, pero no es lo mismo. Para ello, sería necesario que los alumnos aclararan cómo aceptaron esas notas, si pagaron por ellas, o que hicieron para hacerse de ellas.

Finalmente, ocurre que con tanto ruido mediático no se ve el problema de fondo: ¿Cómo se le hace para dirigir la tesis de tantos estudiantes? Si hay 50 profesores y 5000 alumnos, cada profesor debería dirigir 100 tesis. No es realista esperar que el sistema educativo pueda cumplir con esa demanda. Eso nomás lo podría hacer la inteligencia artificial.

Es posible que esta situación sea sólo la punta del iceberg, que haya un número enorme de tesis copiadas, adquiridas de peores maneras en la universidad de Santo Domingo.

Tal vez esos profesionistas que se hicieron de una tesis chueca, además de sinvergüenzas, sean unos completos ineptos en sus actividades profesionales, quienes se perdieron la oportunidad de pulir sus habilidades con la realización de un proyecto de investigación, para luego redactar y defender una tesis original.

O a lo mejor no, puede ser que esos profesionistas cumplan muy bien con su trabajo. Eso podría llevarnos a concluir que la tesis es algo anacrónico, y que se deberían ampliar las opciones de titulación para esos jóvenes impacientes por incorporarse al mundo laboral.  Un mundo en el que muchas veces deben empezar a aprender, casi desde cero, lo más relevante para su trabajo.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).