El CONACYT y los grandes problemas nacionales
- Lorenzo Diaz Cruz
Imaginemos que estamos en 1942, con los Estados Unidos luchando en todos los frentes durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente de ese país, o alguno de sus secretarios de entonces, se enteran que hay investigación en una rama de la física, que apunta a la posibilidad de obtener una nueva fuente de energía, tan poderosa que podría cambiar el curso de la historia. Entonces deciden que su país debe dedicar recursos para desarrollar la tecnología que permita dominar esa fuente de energía.
¿Cómo hubiera procedido el CONACYT de México si le hubieran encargado esa tarea? Bueno, de entrada, cabe decir, que muchos de sus funcionarios son pacifistas y no querrían apoyar ninguna investigación que eventualmente causara muerte y destrucción. Esa filosofía es muy loable. Tal vez lo mejor para la humanidad en condiciones ideales, pero si ya estás en la guerra no te queda más que enfrentarla, sobre todo cuando el enemigo es el fascismo y no precisamente Gandhi o Teresa de Calcuta.
Así pues, supongamos que aceptan emprender alguna acción, a lo mejor porque el Presidente se los ordena o los amenaza que serán despedidos. El CONACYT debe entrarle al tema y acepta comunicarlo a la comunidad científica mexicana. Tal vez la reacción de algunos científicos sería enojarse porque les piden salir de su torre de marfil, otros se harían los indiferentes hasta que les digan cuántos puntos van a obtener si participan en ese proyecto. También es posible que algunos se lo tomen en serio y se apunten, esperando que les comuniquen mayores detalles sobre cómo participar.
Después de varias semanas o meses de retraso, que por fortuna no sería demasiado tarde, el CONACYT les pide que busquen por su cuenta, que vean algo que se les pueda ocurrir para aprovechar la energía nuclear. Para financiar las propuestas se abre una convocatoria especial, que permitiría otorgar unos miles de pesos para cada proyecto. No hay muchos recursos, así que muy pocos podrán obtener algo en esas convocatorias.
Pasan los meses, y en esas condiciones es muy difícil que se obtengan resultados conclusivos, merodea el fracaso. Ante eso, unos se burlan del Consejo, a otros les sigue dando igual, algunos de los que participaron en los proyectos ganadores encuentran algún resultado interesante, pero es apenas una pequeña parte de lo necesario para construir un reactor, un submarino nuclear, menos una bomba atómica.
Cabe decir que planteo ese escenario hipotético basándome en lo que CONACYT ha hecho desde su fundación. Tal vez con algunas excepciones que se plantearon de manera diferente, pero que al final de cuentas tampoco rindieron frutos. De acuerdo a lo que se sabe, hubo algunos proyectos de computadoras, fuentes de energía, cuadro básico de medicinas, que se propusieron para lograr algo importante.
Ahora veamos cómo le hizo realmente Estados Unidos para llevar a cabo el proyecto de la energía nuclear, el famoso proyecto Manhattan. Primero, el presidente Roosevelt se había sensibilizado sobre el peligro de que Alemania dominara primero esa nueva fuente de energía, gracias a una carta de varios científicos de mucho renombre, Albert Einstein entre ellos. Al principio otorgaron fondos a un físico experimental, Enrico Fermi, para que avanzara en el estudio de las reacciones de fisión nuclear. Posteriormente, se enteraron que Winston Churchill había apoyado a los científicos ingleses quienes estaba trabajando en un proyecto similar, y habían logrado un progreso importante. Dado que E.E. U.U. tenía más recursos los ingleses decidieron compartirles sus conocimientos; así el país entró de lleno al proyecto, para lo cual buscaron quien se encargara del mismo. Entre los científicos encontraron que Robert Oppenheimer podría ser el líder ideal, con prestigio, conocimientos y autoridad. Para llevar a cabo esa misión, Oppenheimer se rodeó de las mentes más brillantes de la academia, Fermi, Bethe, Feynman, etcétera, con el resultado de todos conocido.
Se podría pensar que esa es una situación hipotética, que nosotros no sufrimos tanto por esa guerra, que la bomba atómica fue un error, que mejor deberíamos plantear una situación en la que tengamos que enfrentar problemas reales. Bien, había que pensarle un poco más.
Pero, ¡esperen!, justamente acabamos de vivir una situación crítica similar estos últimos años, con la pandemia del COVID, aunque pareciera que estamos en la fase final de la misma, rogando todos porque realmente ese sea el caso. Así pues, esta experiencia nos puede servir para analizar las acciones del gobierno y la comunidad científica.
¿Hubo iniciativas de la propia comunidad científica para estudiar la pandemia o el virus mismo? Sí las hubo, desde estudios matemáticos sobre la evolución de la pandemia, hasta propuestas de vacunas. ¿Hubo un llamado amplio del CONACYT a la comunidad científica? Realmente no lo hubo, pues aunque se pidió entrarle al problema, nunca se dieron lineamientos al respecto. ¿Hubo convocatorias especiales? Sí, también las hubo, pero con tan pocos recursos, que al final muy pocos pudieron participar, salvo los proyectos que las mismas autoridades decidieron emprender. Es posible que dichas autoridades hayan consultado a algunos expertos, pero no se hizo de manera amplia.
Entre esos proyectos especiales de las autoridades hubo dos iniciativas con alta visibilidad: construir respiradores y la vacuna Patria. No tengo a la mano ningún estudio independiente sobre la eficacia de los primeros, pero según CONACYT “con datos acumulados al 30 de agosto de 2021, los ventiladores Ehécatl 4T y Gätsi han atendido a 12,254 pacientes”. Sobre la vacuna se sabe que todavía está en etapa de pruebas. Esperamos que cuando esté terminada y lista para ser aplicada, el virus no haya mutado tanto y que todavía sea útil.
Cabe decir que esta es una época muy difícil para la comunidad científica. Por una parte, con muy pocos apoyos para proyectos, aunque cabe decir que eso siempre ha sido así. Por otra parte, hay una división en la misma sociedad, junto con una visión simplista sobre el valor de la ciencia. Lamentablemente el Presidente de la República ha insistido en contribuir a este desencuentro. Nos ha llamado elitistas, parte de los sectores conservadores, y para peor, nos confunde con los científicos porfiristas. Si bien hay una parte de la comunidad que se identifica o actúa en sintonía con esos valores, hay una mayoría que simpatiza con un mayor reparto de la riqueza y apoya que mejoren las condiciones de vida de todos, amén de comulgar con valores liberales o incluso de izquierda.
Cierro estas líneas con una vivencia de mi infancia, que me recuerda la estrategia que se ha seguido para atacar los grandes problemas nacionales. Lo vuelvo a remarcar, que no sólo la 4T ha ignorado el potencial de la comunidad científica mexicana, esa ha sido más bien la constante de todos los gobiernos, desde que leo los periódicos y tengo uso de la memoria.
Bueno, pues por ahí durante mis estudios de primaria, en Chilpancingo Guerrero, cada año se realizaba el torneo de futbol interescolar. Mi escuela participaba, pero con resultados muy pobres. Cada torneo nuestro equipo se llevaba unas goleadas crueles y humillantes.
Yo no había visto mucho futbol, pero aún para mis ojos infantiles, resultaba una sorpresa contemplar la estrategia que seguían la mayoría de los equipos: los 20 jugadores de campo se la pasaban corriendo tras la pelota, que cambiaba de bando casi de manera aleatoria. Así, el equipo que conseguía llevar la pelota cerca de la portería contraria, estaba más cerca de lograr que una patada milagrosa marcara el gol de la victoria.
Atacando los grandes problemas nacionales con una estrategia similar, sin un plan y sin una política de estado, no vamos a lograr mucho.
Por otra parte, cabe mencionar que había un equipo con un mejor nivel, gracias a la escuela o los padres de familia. Ellos sí contaban con un entrenador, que les ordenaba repartir el juego entre los defensas, medios y delanteros, cada uno realizando una función en el campo. Ese equipo era invencible, siempre terminaban campeones.
Bueno, pues que eso ocurriera desde entonces, nos podría dejar una mínima dosis de optimismo.
Opinion para Interiores:
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Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).