Réquiem para Debanhi y para...

  • Julio Broca
Las acciones sociales se reducen a diversos modus operandi donde lo humano deviene en mercancía

Los puntos suspensivos en el título de este texto indican infinito. Las mujeres en México enfrentan su holocausto. No hay detalle feminicida que no sea más espeluznante que el anterior. ¿Hemos tocado fondo? El fondo ha quedado lejos, allá arriba; hace mucho que lo tocamos, la distancia ya no se puede medir. Al publicar esto tenemos ya que lamentar la muerte de la abogada Cecilia Monzón en Puebla. El objetivo de este artículo es compartir una reflexión que por libre asociación implica la poesía y la crítica sociológica desde el concepto de intemperie con la intención de no dejar que la vorágine de la inmediatez mande a Debanhi al olvido, pues debemos seguir reflexionando y descubrir todo lo velado en su asesinato.

La intemperie y la moderna cacería humana de humanos
Se debe plantear si en el caso de Debanhi Escobar los medios de comunicación no encubren algo espeluznante y colosal y las autoridades también: la cacería de seres humanos. ¿Podemos preguntarnos si existe este servicio para quien pueda pagarlo? Es un hecho que en lugar de informar o generar líneas de investigación y ser capaces de interpelar el horror, lo que nos ofrecen las autoridades son pequeñas migajas mórbidas, detalles de un todo que poco a poco devela un hecho absolutamente post-apocalíptico: el ser humano como presa y divertimento de otros seres humanos, una red alrededor de potenciales víctimas, las redes sociales como catálogo para sicópatas.

La intemperie se acuña aquí para declarar la soledad absoluta del ser que huye, no encuentra refugio y perece en medio de una muchedumbre que vio, pero no actuó para ayudar. Implica una forma de percepción del otro, por ejemplo: las miradas como indiferencia ante el prójimo que no encuentra puertas abiertas; la anti-hospitalidad que no solo observa, sino que sigue, ubica… pero no interviene, etc. Si el ser humano es dios, como tanto celebran los positivistas, es uno muy mediocre.

La intemperie humana, no la intemperie de la naturaleza, sino la existencial desgraciadamente implica la cacería de humanos por humanos como mercancía; alude a la muerte de la hospitalidad y la emergencia del voyerismo sobre la desgracia ajena en la era digital —pero desde el circo romano— señala el deleite por el dolor de los demás. Deleite desde la seguridad del dispositivo electrónico, la ventana, o los ojos indolentes sin más mediación que la córnea. El ojo, el cuerpo en sí, es el primer dispositivo mediador entre la conciencia y el mundo; las pantallas no son las culpables de una actitud que se tiene desde hace mucho, aunque, sí, los dispositivos extra corporales han exacerbado la cuestión.

La intemperie es un vacío
Indigna ver cuántas cámaras de seguridad captaron a Debanhi a manera de mirilla telescópica de francotirador. Capturada primero por las cámaras, preludio de la captura definitiva que la mataría, seguida paso a paso hasta desaparecer en cierto lugar. Si hubiera sido un ladrón el que entró al fatídico motel, seguramente los vigilantes habrían llamado a la policía, sobre todo tratándose de un hotel de paso. En cada video de Debanhi o corre, o lucha o intenta esconderse, y parece que el mundo se hubiese quedado vacío... o lleno de espectadores pasivos frente a una presa.

El lugar de enunciación de este texto
El poeta polaco Tadeusz Różewicz escribió: “hoy espié un monstruo terrible y maravilloso, hacer poesía después de Auschwitz”. Junto con sus hermanos, miembro de la resistencia polaca durante la gran Guerra Patria —también conocida como la Segunda Guerra Mundial— prisionero en campos de concentración, tuvo que lamentar la muerte de algunos de sus familiares. Y lo hizo desde la poesía. Frente a este horror absoluto y no siendo quien esto escribe ni periodista ni forense, mucho menos poeta, sino alguien cuya vida cotidiana transcurre entre símbolos y metáforas y que debe estar con la mirada fija en los hechos humanos más polares: del amor al odio, del asesinato a la empatía, de la indiferencia a la simpatía, etcétera; comparto las siguientes líneas.

Desde la metáfora decir lo imposible
Lo que se escribe a continuación se ha manifestado como un impulso de plantear indirectamente, a través de metáforas, algo difícil de decir. Porque, a veces, la realidad sólo puede ser dicha a través del símbolo. Como si el símbolo fuese la única materia capaz sacar de entre las llamas un corazón calcinado.

En este sentido, el texto que desarrollo viene inspirado por otra lectura previa: un poema de Vinicius de Moraes sobre la vida y la muerte, esta simbolizada en su belleza y horror a través de un gato. Este ejercicio no es nuevo. Ya la gran poeta Wislawa Szymborska logró expresar el dolor de la muerte de un ser amado caracterizándose ella misma como «un gato en un piso vacío». El japonés Nastume Sōseki escribió un extenso tratado-novela en primera persona caracterizando, él mismo, un gato en su obra «Yo, el gato».  Ejemplos hay muchos.  

Dicho lo anterior, comento a ustedes cómo emergió el texto a continuación propuesto: esta madrugada abrí mi correo electrónico para revisar una fotografía de un cliente sobre la cual debo trabajar, pero sorpresivamente junto con la foto el remitente adjuntó un poema. Él acaba de sufrir una pérdida dolorosa e irreparable: su querida compañera, como él la llamaba, Kija, una gatita callejera negra que lo eligió como refugio, fue hace unos días atropellada por alguien que circulaba, ciertamente a exceso de velocidad. El poema es precisamente la reflexión de Vinicius sobre un gato. Algunas culturas consideran a los animales más que mascotas sino mensajeros y maestros. A continuación, el poema, el original en portugués, pero la traducción es cortesía del remitente:

“Un gato vivo es algo hermoso.
Nada existe con más serenidad
Incluso estando quieto camina aun
Las sinuosas junglas de la «saudade»
De haber sido feroz.
A su venida
Altas corrientes de electricidad
Rompen del aire las láminas en gris
En una tormenta silenciosa.
Por eso siempre se ríe de cada
Uno de nosotros, y al morir pierde el terciopelo
Se vuelve torpe, al revés, opaco, torcido
Acaba, es el antigato; porque nada
Nada se parece más con el final de todo
Que un gato muerto.”

Leyendo el poema de Vinicius recordé cómo los vecinos hemos protegido de la intemperie a tres gatitas callejeras que se han instalado en la casa que es de ustedes, y en otras tres casas más, pero llegando al final, en lugar de ver en mi mente lo que el poema dice literalmente, vi de repente, muy a mi pesar, precisamente lo opaco y torcido de un cuerpo humano hallado en una cisterna de motel. Porque los poemas sobre gatos no hablan en esencia del gato en sí, sino de cómo lo humano encuentra en lo gatuno una paradoja, por ejemplo, entre la libertad, la belleza y la muerte: los gatos tienen siete vidas, la curiosidad mató al gato, etc.

Entonces, sin poder evitarlo no solo pensé en la vida y la muerte sino en la intemperie como espacio-abandono en que se es vulnerable no por los peligros que siempre acechan, tal vez en la calle o la casa misma, sino por la indiferencia de un mundo vacío de simpatía con quien necesita ayuda, es decir, indiferente a pesar de estar involucrado. Acaso sea justamente la intemperie que le hace decir a una madre no importando la edad de un hijo: “llévate un sueter”.

La avalancha de correlaciones continuó avasallante en mi mente: si esto que pasó a Debanhi puede pasar, y pasar y viene pasando y sigue pasando... sí hay tantas cámaras y de nada sirven para lo que supuestamente están ahí, que es prevenir… y si por el contrario, ¿están para que una red de asesinos y violadores fotografíe, filme, siga, aísle, ignore y mate a alguien? He de decir que toda la tecnología y la información del mundo son absolutamente inútiles o peor aún, son oferta y posibilidad de deslinde del otro.

Al terminar la lectura del poema de Vinicius estalló además de la reflexión arriba compartida, el siguiente texto que es cierta prosa, sin duda torpe, cuya relación racional con Debanhi no es explicable y, sin embargo, no tiene más origen que ella. Pero al mismo tiempo se relaciona con eso que me unió sin palabras con mis vecinos y que fue cuidar a tres seres gatunas y resguardarlas de la intemperie, no encerrándolas sino asistiéndolas cada vez que eran atacadas por los gatos machos. Porque el ser humano no es sólo naturaleza, es comunidad, algo muy diferente a una manda o la masa, y eso nos interpela éticamente a actuar, esencialmente por el bien del prójimo.

Por lo tanto, la prosa que comparto trata sobre la hospitalidad de la que podemos ser capaces todos y critica el hecho de que se utilice la ventana, la distancia, la retina, como coartada para la indiferencia frente al dolor de otro ser, sea de la especie que sea, sea de la nuestra o alguna otra. Porque siempre se puede hacer algo.

Las gatas a la intemperie

La primera se abrió paso entre la violencia.
A fuerza de querer vivir
Soportó la crueldad de la naturaleza
Y sin quererlo aprendió a parir.

La segunda, su hija, compartió la suerte de su madre
antes siquiera de estar mínimamente lista
Porque los gatos machos no esperan.

Los vecinos sin quererlo coincidimos:
             guerra a los machos con agua
            o con lo que se pudiera.

Entendió que ningún ataque era contra ella
y encontró entre dos o tres casas
una zona a resguardo de la biológica tempestad.

Sin distinción entre el dolor y el placer
Amasijo salvaje de sensaciones
Aprendieron que al anochecer
Podían dormir en alguna casa
Sin preocupaciones.

Quizá comprendieron que la paz existe
Que existe un límite que no se cruza
Que había un lugar-escondite
Para dormir sin miedo
Que la vida no es solo biológica escaramuza
Que los extraños también pueden ayudar.

Lo que sé es que ella comprendió
Que no estaba sola aunque estuviera en la calle.

El territorio protegido
Echó raíces dentro en su gatuno pecho
Y quiso expandirse hasta el techo
Y llegó el día que la gata
De un zarpazo
Dejó claro al gato que era bestia non grata.

Si lo pensamos bien
Con un poco de agua y algo de tenacidad
Los gatos machos
Terminaron por entender que no, es no
               En esto, aventajan a los humanos.

Eventualmente subyugadas
Por una fuerza venida desde el centro de la tierra
A su pesar y a su placer, volvían las gatas al génesis de Sade
Que entre maullidos, zarpazos y sangre
Traería al mundo a una gata más
La última,
           por gracia de la esterilización.

Esta, la tercera, la más pequeña, es otra
Y los machos lo saben
Ella nació mirándoles de frente
Muy extrañada de su rareza grotesca
Y no los necesita
Porque ella no conoce la intemperie
a pesar de vivir en la calle. 

Y la mirada salvaje dio paso a otra más serena
Y los machos lamentaron ese trío de felinas
Que los humanos cuidan
Desde sus ventanas.

Siguen siendo ellas
Las de siempre tan distintas entre sí, tan su historia
Pero serenas.

Algo parece haber cambiado
Y creemos que ahora ellas pueden decidir
Y no, nunca estuvieron locas
ni en el momento de la peor locura
          Solamente estaban
          a la intemperie.

Prólogo
La crítica implícita en este artículo se dirige a todos aquellos que miraron a Debanhi: detrás de un teléfono, de una cámara mientras huía desesperada o se quedaba sola en la carretera, indignada, o detrás de los ojos institucionales que la siguen mirando, creando una realidad donde lo fácil es matar y abusar de alguien y no lo contrario: “es muy difícil demostrar el acoso o el feminicidio”.

Angustia a cualquiera que conozca de arte o teatro, que es al final mi lugar de enunciación, saber que el lenguaje corporal de Debanhi es todo el tiempo el de alguien abandonado a la intemperie existencial por todos. Pero específicamente la pregunta es, ¿dónde estaba la hospitalidad de aquellos detrás de las cámaras frente a un prójimo siempre huyendo y finalmente devorado por la intemperie? Desde la indiferencia, están implicados; cuando no, sean quizás cómplices de un modus operandi: la persona como mercancía. Las autoridades deben aclarar esto. Lo que es un hecho es que cada vez más las acciones sociales, desgraciadamente, se reducen a diversos modus operandi donde lo humano deviene en mercancía.

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Julio Broca

Artista gráfico y sociólogo, investiga fenómenos culturales de disrupción y rebelión. Diseñador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”-BUAP.