Los cuentos infantiles

  • Mónica Palafox Guarnero
Los cuentos sólo reflejan fielmente nuestro funcionamiento emocional, que puede ser ambivalente

El cuento favorece la relación entre los padres y sus hijos, pero también es un motivante para que el niño se interese por la lectura.

En casi todas las historias aparecerá un héroe, quien posiblemente vive una situación de cierta carencia y su supervivencia y podría verse amenazada, etc. También aparecerá una situación donde el protagonista encuentre a una nueva familia opulenta y feliz. En este contexto crece para llegar a la autonomía después de un largo proceso con muchos obstáculos entre los que se encuentra el rechazo, amores, odios, separaciones, de aquellos personajes que lo protegen y acompañan en su desarrollo.

Estos elementos se pueden comparar con los que vive un niño y en cierto modo los adultos y que tienen que ver con un proceso de diferenciación y autonomía. En los cuentos hay familias de diferentes tipos, ya que el protagonista en pleno crecimiento, se relaciona con ellos además de establecer otras relaciones con los amigos.

A pesar de su aparente irrealidad, las situaciones que aparecen en los cuentos son las mismas que se producen en la vida real. Los personajes manifiestan sus sentimientos, de forma ambivalente; entre el amor y el odio, colaboración y rivalidad, idealización y desvalorización, etc. etc.

Los cuentos tradicionales son una especie de inventarios de sentimientos y fantasía “terribles” y que, por tanto, sería mejor rechazarlos y procurar su desaparición. Sin embargo, antes de llegar a este extremo, habría que ver algunas consideraciones. En primer lugar, los cuentos sólo reflejan fielmente nuestro funcionamiento emocional, que puede ser ambivalente. Por otra parte, en las relaciones humanas se viven esos sentimientos ambivalentes entre los diversos grupos, ya sean familia, parejas, trabajo, amistades, donde será necesario desarrollar la capacidad de asumirlos y contenerlos hasta que cada uno de dichos miembros esté en condiciones de elaborarlos y resolverlos.

En este sentido la familia juega un papel muy importante, porque es ahí donde se distingue entre fantasía y sentimientos y su realización en el acto. Una cosa es sentir rabia hacía alguien y otra muy distinta, infligir un daño real. Físico o psíquico, como consecuencia de esta rabia. La salud de una familia depende también de su capacidad para poner límites adecuados a la realización efectiva de estos sentimientos.

Con frecuencia, la ambivalencia afectiva les resulta intolerable a los pequeños, que se defenderán de ella desplazando parte de sus sentimientos hacia otras personas. Así si un niño se enfada o siente una fuerte hostilidad hacia una de las figuras de autoridad, a quien también admira y respeta, lo más probable es que traslade su agresividad hacia un hermano, un muñeco o alguno de los padres, que se convierte así en depositario de estos sentimientos que no le gustan.

La tendencia que muestran los cuentos, donde los buenos por una parte y los malos por otra, son necesarias para que el niño pequeño, que aún no está en condiciones de asumir los sentimientos de culpa que le produce su ambivalencia afectiva. De esta forma observemos como en las historias del cuento suelen aparecer una primera madre buena y cariñosa y otra sustituta, que generalmente es injusta, presumida, envidiosa y maligna. Como sucede en Blanca Nieves, La Cenicienta y la bruja de Hansel y Gretel o La Bella Durmiente.

Con el padre sucede algo parecido. En los cuentos, ellos suelen ser más ambiguos, más imprecisos. El protagonista ama a los padres y odia a las madrastras y a los ogros. Imita o se identifica con los buenos progenitores y desprecia, engaña o mata a los sustitutos malignos.

En muchos cuentos como en Pulgarcito, La Cenicienta o El gato con botas, aparece también el tema de la rivalidad y los celos entre hermanos, con un sentido similar al que acabamos de plantear con las figuras paternas.

Gracias a sus características específicas de ser un mundo irreal, de escenarios, final feliz, los cuentos permiten al niño “jugar” con sus fantasías, facilitándole fórmulas imaginarias para la elaboración de sus conflictos y evitando así la satisfacción de los mismos por medio de la acción directa. Además, los cuentos tradicionales muestran que para crecer es necesario saber manejar los sentimientos ambivalentes, según como se elaboren se conseguirá una cierta madurez psíquica a través del protagonista.

Desde esta perspectiva, el cuento tiene un valor similar al juego simbólico imaginario, como cuando juegan a la casita con sus muñecas, o cuando juegan a los ladrones, la escuelita, etc. donde también hay ambivalencias afectivas. Observémoslos y aprendamos con ellos.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Sus comentarios son bienvenidos.

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Mónica Palafox Guarnero

Licenciada en Psicología por la UPAEP y maestra en Psicología Familiar por la UDLAP. Sus líneas de investigación son: problemas específicos del aprendizaje, educación emocional, y atención a familias y menores con discapacidad intelectual. Actualmente es coordinadora de los Posgrados en Psicología de la IBERO Puebla.