Las prisiones del pensamiento único

  • Lorenzo Diaz Cruz
La dictadura del pensamiento único no acepta que la sociedad sea más diversa y compleja

¿Qué tienen en común el número récord de presos en Estados Unidos, la visión de los medios occidentales sobre la guerra en Ucrania, la polarización de la opinión pública en México y la película “The Shawshank Redemption”?

Se puede reconocer en esa lista, la intención del establishment global por imponer una interpretación de los hechos para que se acepten sus argumentos y justificar un punto de vista sobre la vida, la geopolítica o incluso la superioridad de un grupo social sobre los demás. Junto con ello aparece la reacción de la sociedad contra esas fuerzas que tratan de mantenerla prisionera de un estilo de vida y una visión del mundo.

Cuando vemos que Estados Unidos ocupa el primer lugar mundial de población encarcelada, con un número de 631 presos por cada 100 mil habitantes (=100Kh), notamos que ese número está muy lejos del promedio europeo que ronda los 100 presos por 100Kh, o los 63 de Japón. Incluso México, junto con varios países de Latinoamérica, están en el rango de los 200-300 presos por 100Kh, excepto Cuba o El Salvador que rebasan los 500 presos por 100Kh.

¿Cómo explicarse que un país como Estados Unidos, que tiene tanto poderío económico y militar, con un alto grado de desarrollo científico y tecnológico, tenga tanta población recluida en sus cárceles? Tiene uno que mirar más a fondo las estadísticas para descubrir que las minorías raciales (afroamericanos y latinos) están sobrerrepresentados entre la población encarcelada. El sistema privatizado de prisiones, así como el racismo que predomina entre los cuerpos de policía de ese país, hacen que un hombre negro o latino, tengan una probabilidad mucho más alta que un hombre blanco, de ser llevados a la cárcel, o peor aún, de ser asesinados por las mismas fuerzas del orden.

Uno podría preguntarse si el sistema de justicia de EE. UU. tiene los suficientes contrapesos, para hacer más accesible la justicia para los acusados negros y latinos, que al final resultan ser inocentes. Dado el resultado de ese sistema podemos concluir que no es así; que el sistema contiene elementos que cargan la mano a ese sector de la población. Luego entonces, resulta que los juicios que elaboran las personas que participan en ese sistema (jueces, abogados, jurados, etc), no hacen más que reproducir la ideología dominante, que sigue pensando que ellos forman un sector elegido, que considera a los otros como sus no-iguales. En cierta forma esa gente ajusta sus juicios en función de sus prejuicios, todo lo cual abona a favor de una forma de dictadura, la del pensamiento único, más sutil pero no por ello menos grave.

Lo mismo se observa cuando uno repasa los titulares, el tono y juicios, de la mayoría de la prensa internacional sobre los sucesos actuales, como la guerra entre Rusia-Ucrania. En ese caso, los medios parten de presentar el drama de los refugiados, las bajas civiles, para luego comentar sobre el heroísmo de los soldados o el liderazgo del presidente de Ucrania. No se encuentra en esos editoriales ni un matiz mínimo, un ápice de distancia que permita siquiera albergar como una posibilidad que existan otros agentes involucrados en la gestación de esa guerra, como la política de la OTAN.

Una primera observación que me harían algunos, es que no se trata de una guerra sino de una invasión. Puede ser el caso, pero entonces cuando se consulta la hemeroteca, para ver como llamaron esos mismos medios a las sucesivas guerras que ha librado Estados Unidos o Europa en diferentes partes del mundo, no se encuentra que se hayan referido a las invasiones en Vietnam, Irak, Corea, como tales, todas ellas fueron referidas como “guerras”. El calificativo de guerra o invasión depende de quién sea el invasor.

Todos estamos en contra de la muerte de inocentes, y deseamos que se llegue a un arreglo lo más pronto posible, que posibilite la paz entre esas naciones y aleje la posibilidad de un conflicto nuclear, que pondría en riesgo a toda la humanidad. Sin embargo, el discurso de los líderes de occidente parece más bien abonar a la idea de derrotar a Rusia o tenerla bajo una permanente amenaza.

Es posible creer que Rusia sea la reencarnación del mal, que Putin sea un dictador, mala entraña, mesiánico, aunque cuando uno lee sus discursos, parecen ser más coherentes o racionales que los de Trump, por ejemplo. Lo que se argumenta aquí, es que aún, aceptando todos esos calificativos sobre Rusia y Putin, es posible que esa no sea la historia completa, ni la explicación de por qué hay un enfrentamiento que está llevando sufrimiento y muerte a la población civil de ese país centro-europeo.

Pero justamente eso, aceptar que un fenómeno puede ser más complejo de lo que las apariencias indican, es una posibilidad que los partidarios del pensamiento único no están dispuestos a admitir. El discurso dominante pide una sumisión absoluta, una fe ciega, creencias inmutables, como sumos sacerdotes de un dogma que resuena con aquello de que “sólo hay un dios y Alá es su profeta”.

Bajo un criterio más racional no se está afirmando que sus juicios estén equivocados. Simplemente se les dice que ante equis fenómeno es necesario contar con más evidencia, antes de creer del todo en una teoría. Así pasó, por ejemplo, ante la explicación de la caída de las Torres Gemelas del WTC. La verdad oficial nos dice que fue un ataque terrorista, aunque los datos sobre la caída de las torres indiquen que el colapso de las torres pareció ocurrir en caída libre, más propio de un proceso de demolición que de un incendio. Las comisiones científicas que han estudiado el suceso no dicen que la hipótesis terrorista sea falsa, simplemente dicen que no hay evidencia suficiente para cerrar por completo otras hipótesis. Lo mismo aplica para las famosas “armas de destrucción masiva” que según Occidente, justificaron la invasión a Irak, algo que luego supimos que era una falsa premisa.

En la mente del científico, y de hecho en todas las personas con un pensamiento crítico y racional, se pueden admitir dos hipótesis como algo plausible, en cierto momento cuando no se cuenta con mayor evidencia. Desde ese punto de vista científico, por ejemplo, no se trata de negar la existencia de un dios, pero sí de aceptar que la probabilidad de que el ser humano haya sido hecho a su semejanza, como reza la biblia, parece no encajar muy bien con el conocimiento actual sobre la composición del universo, que sólo contiene un 5 por ciento de materia ordinaria, similar a la que forma nuestro cuerpo, que está hecho de los quarks y leptones descritos por la llamada Teoría Estándar. Las medidas actuales apuntan a que en realidad el universo está dominado por otras dos componentes exóticas, que son la energía y la materia oscura, cuyos efectos gravitacionales se han medido por diferentes métodos, incluida la medición de las llamadas curvas de rotación de las estrellas dentro de una galaxia. Sin embargo, todavía desconocemos la naturaleza de la materia y energía oscura a un nivel más profundo. No parece aceptable que ese supuesto dios, este hecho de los mismo que nosotros, porque entonces habría un desperdicio de la materia y energía oscura.

A lo largo de la historia esa herramienta del pensamiento único ha sido utilizada para imponer un coctel de creencias, desde imponer que el rey o el papa son infalibles; creer que el mercado se encargaría de repartir el progreso, o asegurar que el partido equis guiará a la humanidad hacia un futuro luminoso e igualitario.

En el caso de nuestro país, la utilización de diversas formas del pensamiento único, se mezcla con un discurso clasista, donde las elites asumen la superioridad de su propia clase social y su sistema de valores. Para comprobar ese discurso que se pasea desnudo, basta con asomarse a los comentarios de los lectores de periódicos, en los cuales se niega la capacidad del otro para defender o argumentar a favor de sus puntos de vista. Esos comentarios reflejan la creencia de una clase social que se considera con el derecho para dirigir al país, con discurso clasista que no le concede al otro la capacidad para pensar y votar como una forma de defender sus intereses. Ese otro es un “chairo”, un descamisado, un pobre que no ha viajado, que no piensa, que votó por hambre e ignorancia. Eso afirma una clase social que se reproduce a sí misma en las limitadas fronteras de su pensamiento único.

Ese discurso campea con cinismo por las redes sociales y se refuerza por la televisión o el cine, que están cerrados para que la mayoría de la sociedad mexicana se exprese, cuyas características ni siquiera son reflejadas por esa estética que pone a la raza blanca-europea por encima de las otras. 

El otro extremo del espectro político también llega a resbalar, aunque por otras razones. Por un lado, se tiene un grupo que no acepta que su líder pueda equivocarse, al mismo tiempo que desconfía del especialista o el experto.  En la misma nave se encuentra el oportunista, aquel que no dice lo que piensa porque no le conviene y prefiere sacar ventaja de su relación actual con el poder. Por ambos lados del espectro político también deambulan aquellos que se asumen como intérpretes del destino para un sector de la población, personajes que realmente creen que el indio debe quedarse en un estado de pureza, alejado de la medicina occidental y la educación.

Otros grupos se oponen al Tren Maya, al aeropuerto, el Corredor Transístmico, así como al intento por ser autosuficientes en gasolina, según ellos porque ya llegó lo nuevo: los autos eléctricos. Sin embargo, ese grupo opositor se queda pasmado cuando los sucesos internacionales nos traen de nuevo una guerra en la cual la disputa por el petróleo juega un papel determinante. 

Algunos de los puntos expuestos en este texto tienen ciertas resonancias con una excelente película, “The Shawshank redemption”, traducida en nuestro país como “Sueños de fuga”.

La película narra la caída en desgracia de Andy Dufresne, un hombre brillante que vive una situación extrema en su vida. Mediante un juicio se le encuentra culpable, no porque lo sea, sino por las apariencias que lo incriminan, sin existir evidencias concluyentes sobre su culpabilidad. El jurado lo condena, sin considerar siquiera que pudieran existir otras posibles explicaciones del crimen. El fiscal cumple su papel encarnando un sistema que hace escarnio y abusa del caído. Luego tiene que luchar contra los abusos del alma más perversa de la prisión, que quiere doblegarlo en su dignidad; debe sobrevivir en una cárcel en la que no se puede cuestionar al poder.  Obtiene un respiro gracias a sus habilidades técnicas contables, luego el director de la prisión aprovecha para beneficiarse con el trabajo de los presos. Pero en lugar de usar ese respiro para su beneficio, Andy lo aprovecha para mejorar la vida y el alma de los presos con mejoras en la biblioteca. Hace amistad con un hombre negro, que enfrenta con entereza y picardía la saña de ese sistema de justicia, o mejor dicho de injusticia institucionalizada. En un momento Andy arriesga todo por un arrebato de libertad y rebeldía: compartir música clásica con todos los presos. El castigo es inhumano, pero no logra doblegarlo y ese instante de ensoñación con el arte, hace que renazca en su alma el deseo de alcanzar su libertad. Cómo debe ser.

Y en la película, en el porcentaje de población encarcelada en Estados Unidos, en la guerra entre Rusia y Ucrania, y en el enfrentamiento político entre clases sociales en México, aparecen los efectos del sistema del pensamiento único, con un costo inhumano que nos hace pagar a todos.

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).