Programas de estímulos y el modelo de universidad

  • Lorenzo Diaz Cruz
El debate de fondo debería centrarse en el modelo de la universidad pública en México

Uno de los debates que aparecen periódicamente en el medio universitario tiene que ver con los llamados programas de estímulos del personal académico. Las voces que participan en este debate defienden un punto de vista que puede ser respetable y también criticable. Algunas de esas voces defienden un interés particular, lo cual es válido y hasta protegido por las leyes laborales mexicanas. Otras voces defienden un modo de trabajo de una universidad, que ya no existe en la actualidad. Sin embargo, pocas voces entran a discutir el problema de fondo sobre el modelo de la universidad pública en México

Las universidades públicas de nuestro país son, en su gran mayoría, de reciente creación con menos de cien años de vida, aunque algunas de ellas, como la UNAM y la BUAP, vengan de una tradición centenaria. En sus inicios, la función primordial de las universidades era la formación de profesionistas, y el profesorado que se requería para cumplir esa función tenía un perfil de licenciatura. Una parte de la carga de materias se asignaba a profesores de asignatura, profesionistas que ayudaban a darle un perfil más amplio a la formación de los estudiantes, quienes podían tomar materias con médicos, ingenieros, abogados, todos ellos practicando su profesión en la clínica, la constructora o el despacho. Sin embargo, con el paso del tiempo, el aumento de la matrícula obligó a contratar profesores por horas, incluso para materias básicas e intermedias, quienes contaba con licenciatura como máximo grado académico.

Esa situación comenzó a modificarse a mediados de los años noventa cuando se implementó el Programa de Mejoramiento del Profesorado (PROMEP) por parte de la SEP. Aunado a ello, se produjo la incorporación de los becarios de Conacyt que habían concluido su doctorado en el país o en el extranjero. Eso nos llevó a un modelo de universidad en el cual conviven profesores con un amplio espectro de formación: algunos dedicados por completo a la docencia, otros que hacen investigación y docencia, y los menos que se dedican de forma exclusiva a la investigación.

En los años noventa, ese personal académico contaba con un ingreso que incluía por una parte el salario; y en el caso de los investigadores con la beca del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que más o menos aportaban un 50 por ciento del ingreso total. Sin embargo, aún con esos ingresos, el salario de los profesores de las universidades estatales no competía con los ingresos de profesores de la UNAM, UAM y CINVESTAV; lo que comenzó a motivar que el personal que había llegado a las universidades estatales en los años ochenta y noventa, comenzara a regresar a esas instituciones de la Ciudad de México, o de otros estados que tenían mejor salario base. 

Es en ese contexto que aparece el programa de estímulos promovido por la SEP, que en algunos casos se completaba con ingresos propios o mediante una “reingeniería financiera” de dichas universidades. En un principio se tenía un amplio rango de categorías, con un ingreso que iba desde uno hasta catorce salarios mínimos. En algunos casos, como en la BUAP, se avanzó en una simplificación del proceso con la llamada evaluación por “certificaciones”.

Con esas condiciones llegamos al inicio del sexenio de la 4T, entre las esperanzas de unos y los temores de otros. Desde un inicio el subsecretario de Educación Superior, Luciano Concheiro llamó la atención sobre las enormes diferencias entre los ingresos de los profesores (El Financiero, junio 11, 2019), lo cual abre un debate sobre el proyecto educativo de la misma 4T. Por una parte, aparece una narrativa que considera a los profesores de la universidad pública como un ser privilegiado. Luego, dentro de la misma universidad se repite ese debate, ahora dirigiendo la mirada hacia los profesores-investigadores, que vendrían a ser los privilegiados de los privilegiados, con lo cual parece seguirse aquella frase de Kissinger: “La política en el medio académico está tan viciada, precisamente por lo poco que hay en juego.”

Algunos sectores de la misma universidad parecen añorar un tiempo pasado en el que sólo había que dar clases para vivir bien y no era necesario obtener un postgrado o desvelarse para publicar papers. Junto con ello apareció otra actitud que desprecia la especialización, el talento diferenciado, la ambición y deseo de superarse, con pullas como aquella de que “el doctorado no quita lo p…”

Ahora bien, es válido preguntarse, ¿es posible ser un maestro universitario sin hacer investigación? En sentido estricto no me parece viable, incluso para ese profesor que se dedica exclusivamente a la docencia, pues todo docente debería estar siempre en un proceso de actualización, ya sea para estar al tanto de los avances en su disciplina, o bien para dominar los recursos que se disponen para impartir clases; por ejemplo, mediante el uso de las herramientas digitales, las cuales jugaron un papel tan relevante en este tiempo de pandemia.  Podemos discutir su eficacia o sus defectos, pero sin esos recursos no hubiera sido posible mantener abierta la universidad en estos años de Covid. Por otra parte, vivimos una época de constantes cambios y avances científicos y tecnológicos, de modo que un profesionista debe mantener una atención permanente a la literatura especializada para estar actualizado.

Es posible que para la formación de profesionistas sea necesario un tipo de docente que imparte materias básicas y que sólo requiere conocer esas materia. Sin embargo, para al nivel de materias más especializadas es imposible sobrevivir sin una actualización continua. Por ejemplo, un médico debe estar al tanto de los avances impresionantes en la cirugía, fármacos, tratamientos, etc., de modo que debe tomar cursos de forma permanente, ya sea los que ofrecen los laboratorios u otras instituciones.

En el caso de la Física, podemos trasladarnos a las primeras décadas del siglo XX. En ese entonces, un profesor dedicado a la docencia debía ser un conocedor de la mecánica clásica de Newton, la electro-dinámica y la termodinámica, materias muy importantes hasta nuestros días, por supuesto. Sin embargo, desde las décadas de los veinte y treinta de ese siglo XX, muchos de los conceptos que ese profesor enseñaba ya no seguía siendo válidos en todos los contextos.

¿Es posible actualizarse para estar al tanto de esas revoluciones científicas sin hacer investigación? Claro que sí es posible; sin embargo, el tiempo que le toma a quien no hace investigación es muy grande, como lo ilustra el tiempo que pasó para que se impartieran los primeros cursos de Física Cuántica en nuestro país, lo cual ocurrió hasta finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Nos pasó de noche el nacimiento de la Física Atómica y Molecular, los avances de la energía nuclear y el nacimiento de la física de la materia condensada. Nuestra ciencia todavía estaba en pañales cuando se inventó el láser o la micro-electrónica, con el consecuente retraso en el desarrollo tecnológico de nuestro país. 

Todo eso nos lleva a una discusión del modelo de universidad que tenemos en México. Por una parte, tenemos a las macro universidades, que cumplen una función social muy amplia. La universidad pública sigue formando a profesionistas que contribuyen al funcionamiento de la economía estatal e incluso nacional, acciones que favorecen la movilidad social. Al mismo tiempo, la Universidad es un agente que favorece la difusión de la cultura en su sentido más amplio, desde las bellas artes hasta la divulgación científica; promueve la literatura, exposiciones y conciertos; actividades que enriquecen a una nación. Todo eso redunda en una mejoría del tejido social y la convivencia de las personas.

El país cuenta también con algunas universidades que han sido capaces de generar un sistema científico con un amplio grado de tamaños y logros. Tenemos desde aquellas universidades que con grupos pequeños o de forma individual logran publicar artículos en revistas especializadas de nivel internacional. Ese es un esfuerzo loable y digno de ser reconocido. Publicar un paper implica desvelos, obliga a trabajar los fines de semana, todo un sacrificio que incluso llega al nivel familiar. Como reza el dicho: “si fuera fácil, cualquiera lo haría”.  Hay otras universidades que tienen grupos más amplios para los cuales hay más apoyo y recursos, que pueden sostener una carrera de profesores-investigadores. El país cuenta también con universidades que albergan grupos de investigación con un alto impacto, o que participan en colaboraciones internacionales que han producido los descubrimientos científicos más trascendentes de nuestra época. 

Por otro lado, es posible que ese modelo de meritocracia académica favorezca poco la solidaridad, y más bien fomente el individualismo o el agandalle, incluso pueda dar lugar a la simulación o la deshonestidad. Sin embargo, ese modelo ha dado también los aportes de la ciencia mexicana al mundo, desde la construcción del GTM hasta la participación mexicana en los experimentos que llevaron al descubrimiento del bosón de Higgs o las ondas gravitacionales, por mencionar los que yo conozco del área de la Física Fundamental. Pero igual se pueden mencionar las contribuciones de muy alto nivel en Genética, Biotecnología, Salud pública, Arqueología, y más.

¿Cómo compensar ese trabajo en cada una de las diferentes universidades que existen en el país? Lo más sencillo sería mediante un salario adecuado al nivel de especialización. Pero sin ese salario justo, tenemos un gran problema. Si viviéramos en un mundo que de alguna manera pudiera realizar los ideales, no habría inconveniente si viviríamos según la máxima: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Si eso pudiera aplicarse a la educación no tendríamos problema; sería algo mejor que el modelo neoliberal que se impuso en las universidades en este milenio.

El sistema de puntos asociado con cada una de las actividades que se usa actualmente para otorgar los estímulos al profesorado de las universidades en casi todo el país, es parecido a la entrega de dulces y frutas en la época navideña. Por un lado, se tiene la piñata-estímulos donde la suerte y la actitud permiten al “peregrino” hacerse del máximo de colación. Por otra parte, está la entrega posterior de aguinaldos-salario, que se hace de forma ordenada y en la cual le toca a todos los participantes. En ninguna posada se obliga a los viejos a pelear con los jóvenes.

Bajo esta forma de evaluar al docente se incluyen una serie de rubros que no se integren de una manera conexa. Tampoco se tienen estudios que demuestren que ese tipo de calificación redunde en una mejoría del aprendizaje de los alumnos, que se supone es el objetivo final de dichos estímulos. En este rubro hay una gran confusión de los administradores, que toman la “satisfacción del cliente” como sinónimo de aprendizaje.

La evaluación tampoco permite definir un modelo que considere la trayectoria de un académico.  Sería deseable poder describir de manera cualitativa cuáles son las actividades que realiza un profesor que obtiene x nivel y qué es lo que hace muy bien para merecer esa distinción, lo cual no existe con el esquema actual. Ante ello, quizás lo más sano sería pensar que todo profesor que sea contratado por la universidad debe cumplir con un rigor profesional y académico, con una responsabilidad ante la actividad docente y se le debe otorgar un salario acorde con ese nivel.

Dada la amplia gama de universidades que hay en el país, algunas concentradas en la noble formación de profesionistas, otras sumando la difusión y extensión cultural, y otras más con cuerpos de investigadores bien consolidados, es de esperarse que existiera la libertad para que cada universidad diseñara una forma de evaluación sencilla, que no involucre una enorme inversión de tiempo y recursos del personal administrativo y académico para completar ese proceso.

En el caso de las universidades que albergan grupos consolidados de profesores-investigadores, sería deseable que se llegara a un esquema parecido al de la UNAM, que incluye tanto el trabajo en docencia, dirección de tesis y publicación de artículos, cuya calificación otorgan un nivel de estímulos por un cierto número de años (5 en el caso de la UNAM); al término de los cuales debe demostrar que se puede mantener en ese nivel o incluso superarlo.

La mayor ventaja de un esquema como ese sería la estabilidad laboral y del ingreso, mismo que es vital para poder plantearse proyectos de la mayor envergadura. Dentro de los defectos del modelo actual de investigación en México, es considerar al investigador como un productor de papers, artículos, o reportes. Esa actividad debería ser la consecuencia de haber realizado un proyecto de investigación de largo aliento, que debe permitir después de un cierto tiempo la presentación de tales reportes. Pero, ¿cuál puede ser la trascendencia o impacto de un proyecto que se plantea para publicar algo, lo que sea, cada seis meses o un año? Posiblemente será un paper modesto, que no será leído ni apreciado por la comunidad internacional.

Para darnos una idea de lo surrealista que puede llegar a ser esa evaluación en la mayoría de las universidades del país, me permito mencionar uno de esos rubros.

Hay un rubro de la evaluación en el que se pide reportar las citas que van generando los artículos del profesor. Esas citas miden el impacto de un investigador en la comunidad científica, pues indican que su trabajo es leído por sus pares del mundo. El sistema de estímulos parece estar pensado para un académico que consigue unas cuantas citas al año, y pide incluir todos los datos del artículo que hace la cita. Eso es un trabajo muy tedioso, que puede llegar al nivel de tortura para aquellos investigadores cuyo trabajo puede generar el orden de unas 50 a 100 citas o más, cada año. Incluso, en la actualidad existen sistemas de acceso a todo mundo, que cuentan esas citas de manera automática. Bien podría el sistema de evaluación permitir que el investigador refiera a la liga que contiene sus datos.

Ante esta desigualdad, deberían protestar los profesores jóvenes o aquellos que se formaron en áreas que son poco citadas, quienes, por supuesto, también merecen un reconocimiento por su trabajo. Sin embargo, esto ilustra que el sistema de evaluación no está diseñado para premiar el trabajo excepcional, que puede ser el trabajo de investigación más valioso de un grupo, de una universidad o de un país.

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Lorenzo Diaz Cruz

Doctor en Física (Universidad de Michigan). Premio Estatal Puebla de Ciencia y Tecnología (2009); ganador de la Medalla de la DPyC-SMF en 2023 por su trayectoria en Física de Altas Energías. Miembro del SNI, Nivel lll. Estudios en temas de educación en el Seminario CIDE-Yale de Alto Nivel (2016).