Sesgo nacional o el arte de hacer piñatas

  • Fernando Gabriel García Teruel
Señores piñateros: olvídense de Spiderman o princesas de Disney, es hora de hacer piñatas de AMLO

Empecemos aceptando una exageración. En México hay dos tipos de personas: las que aman al Presidente y las que lo odian, no más. Los unos y los otros se detestan, para los que odian a Andrés Manuel, amarlo es una muestra de ignorancia y maleabilidad. Para los que lo aman, odiarlo es muestra de envidia y rencor. Ambos, se dan consuelo a sí mismos en el confort de sus cámaras de eco con estos argumentos. Los que odian al Presidente, se consuelan diciendo que los que lo aman son unos idiotas, y estos, se consuelan de los otros diciendo que son unos ardidos. Así, sin más, fanáticos y detractores, luchan día con día en redes sociales y comidas familiares predispuestos a no ceder ni lo bueno ni lo malo, en una perspectiva totalizadora y una verdad arraigada: López Obrador es, o el mejor o el peor Presidente de la historia. Punto.

Vivimos en un dogmatismo político donde más que argumentos hay justificaciones. En vez de permitir que los argumentos, la evidencia, forme nuestra postura ante los hechos, es decir, adoptar una postura científica, en la que la verdad debe descubrirse; los mexicanos hemos tomado una postura dogmática, la verdad ya existe, en este caso y de acuerdo a quien preguntes, AMLO es lo mejor o lo peor, sólo hace falta buscar los argumentos correctos para justificar ese credo. Tal es la situación que, como buenos devotos, nada ni nadie nos hará cambiar de opinión.

Me sorprende que, de esta dualidad del Presidente, de esta doble y contradictoria concepción que le permite ser héroe y villano a la vez, no haya surgido hasta hoy la más obvia de todas las preguntas: ¿existen las piñatas de AMLO?

Un simple vistazo a Google indica que sí, por lo que la natural y consecuente pregunta es: ¿por qué no hay piñatas de AMLO en todas las tiendas de piñatas?  Explico por qué.

El origen de las piñatas parece incierto, algunos mencionan a Marco Polo en sus viajes por Asia, se habla de China y de España. Sea cual sea su origen, la piñata al estilo Chavela Vargas, es mexicana. Es un ícono de nuestra niñez y por consecuencia de nuestra cultura. No hay mexicano que no le haya dado, dado y dado, y no perdido el tino. Si bien el origen de la piñata es dudoso, no cabe duda que la predecesora a la piñata de los cumpleaños es la piñata de las posadas.

Aquella cuasi esfera con siete picos que aparece acompañada de la sotana morada del adviento representa ­-si mal no recuerdo mis clases de catecismo-, los siete pecados capitales de los que debemos librarnos para recibir al niño dios en nuestro ahora limpio corazón. Resulta curioso en extremo que, si bien la piñata religiosa nos invita a deshacernos de estos pecados, de estos picos, parece más bien exponerlos. A la hora de la piñata vemos la ira brotar a cada palazo que se da; la soberbia del que llegado su turno sabe, o cree saber, que la va a romper; la pereza de quien prefiere no participar; la envidia hacia quien la rompe y a quien agarró más dulces; la avaricia por tomar todos los dulces; la gula de comerlos. Quizá sólo la lujuria no esté ahí porque esa ya está en todas partes.

Esta contradicción de potencializar lo que en teoría se quiere destruir, se transforma junto con la variedad y versatilidad que las piñatas adoptan. Ahora, y desde hace tiempo, las piñatas pertenecen a todos los natalicios y no sólo al del mesías. Cada cumpleañero le da la forma que desee. De una lejana y casi ilusoria infancia, recuerdo aquella piñata de Flik, protagonista de la película Bichos de Pixar. Esta ingeniosa e antisistema hormiga, era mi más grande ídolo, mi modelo a seguir, ¿cómo no iba a querer que mi piñata de cumpleaños fuera él?, ¿cómo no iba a querer tener a mi ejemplo de vida hecho en periódico y listo para ser despedazado a palazos para quedarme con apenas una pata que sirva de portadulces de paletones, aciditas y chicles PAL? Es lo que cualquier niño desea, ¿no es cierto? Al parecer todos padecemos cierta psicopatía de querer destruir lo que amamos y la piñata nos sirve como catarsis para no desarrollarla.

Menos dignas de psicoanálisis son las piñatas de aquello que odiamos, de lo que naturalmente queremos destruir, de un enemigo. La piñatas de coronavirus son ejemplo de ello, o incluso las de Trump que llegó a haber. La existencia de estas representaciones en periódico y papel maché de aquello que despreciamos y que si pudiéramos agarrar a palazos lo haríamos sin pensarlo, resultan natural, hasta aburridas, una catarsis instintiva. El coronavirus arruinó mis planes y ahora me desquito con esta representación suya que he de agarrar a palazos. Normal ¿no?

Esta versatilidad, esta capacidad de tomar la forma de lo que adoramos y lo que despreciamos, de ser héroe y villano, hace de las piñatas un objeto digno de las más profundas reflexiones. De cierta forma muestran un lado íntimo y a la vez general del mexicano, dicen algo de nuestra identidad y sin duda de nuestra condición humana. Es precisamente esta característica, esta dualidad amor-odio, la que las asemeja tanto con el actual Presidente, que la pregunta obligada es: ¿dónde están las piñatas de AMLO? Millones de mexicanos ven al presidente con ojos enamorados, es su héroe, es decir, alguien ideal para una piñata. Y otros (menos) millones de mexicanos lo detestan, lo ven como enemigo, es decir, también ideal para una piñata.

En este dogmatismo político, no me puedo explicar por qué no hay piñatas presidenciales en cada esquina, por qué no hay en ningún rincón del país un cumpleañero radiante de felicidad con una pierna de Andrés Manuel, llena de chocolates Rocío o cualesquiera sea el dulce de moda en estos tiempos. Con tantos fanáticos y detractores de López Obrador, tantos devotos, tantos ciegos para lo bueno y tantos ciegos para lo malo, no entiendo dónde están las piñatas presidenciales. Señores piñateros, por favor olvídense de Spiderman, princesas de Disney y esas tonterías, es hora de convertir papel maché en papel moneda como ningún alquimista hubiera imaginado, al cliente lo que pida, es hora de hacer piñatas de AMLO.

@fgabrielgt

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Fernando Gabriel García Teruel

Nacido en Puebla en 1996, estudió la licenciatura en Ingeniería Industrial en la Ibero Puebla. Actualmente estudia la maestría en Biosistemas en Wageningen University and Research. Apasionado por la ciencia y artes