Consulta médica

  • Fernando Gabriel García Teruel
La salud toma toda su importancia y se convierte en condición intrínseca del Estado moderno

Dicen que una tragedia deja de ser tragedia cuando es demasiado larga. ¿Ha durado lo suficiente el COVID para dejar de serlo? Dependerá a quien preguntemos. Algunos, ya acostumbrados, dirán que dejó de serlo hace tiempo. Otros, a los que el virus interfiere en sus planes, reafirmarán lo trágico de nuestros días. Desgracia o rutina, el coronavirus y sus consecuencias siguen presentes en todo el mundo, con cada nueva variante recordándonos su existencia y traza.

Dejando de lado cuán vulnerables somos como sociedad y cuán cercana es la muerte como individuo, el coronavirus muestra la condición sine qua non del Estado moderno: la salud. Lo económico, el tránsito, la educación, toda área de estudio y toda secretaría pensable, parte de la suposición que el pueblo está sano. La salud pública es el núcleo de toda organización social, teniendo hospitales y clínicas como base de toda estructura interinstitucional. Cuando el sistema de salud cae, podemos tener la certeza de que todo ha de colapsar con él. Una crisis en salud es una crisis generalizada, los enfermos no estudian ni trabajan, los muertos no consumen ni viajan. Sin salud, nada.

Esto último es evidencia suficiente para desarmar gran parte de las teorías de conspiración. A ningún país en lo general le conviene tener un pueblo enfermo, mucho menos gravemente. Incluso las farmacéuticas saldrían perdiendo a largo plazo. Es simplemente, contra natura económica.

Haciendo a un lado conspiraciones dogmáticas, no es sorpresa que incluso en los países más democráticos, donde la libertad individual es la intocable madre de todos los derechos, el estado de excepción se impone cuando hospitales no alcanzan para cubrir la demanda del pueblo. La constitución se hace a un lado como un pendiente para otro día. Ejemplo mundial tuvimos recientemente y volvemos a tenerlo con la cuarta ola en Europa que no ha de irse sin salpicar otros continentes.

La salud, o bien, la enfermedad, es un espacio liminal entre la vida y la muerte, es esa zona ambigua que no está ni en uno ni en otro y a la vez está en ambos. Idea o estado tan confuso que procuramos evitarlo incluso en pensamiento. Queremos evitar la liminalidad de la salud al grado de suponerla, incluso presuponerla, como garantizada y ajena. Pensamos el futuro asumiendo que propios y extraños estarán sanos, pues al cruzar el umbral y caer en enfermedad, lo inmediato desaparece.

En ese carácter de principio y a la vez fin, la salud toma toda su importancia y se convierte en condición intrínseca del Estado moderno. No es casualidad, como lo detalla Michel Foucault en El nacimiento de la clínica, que el médico y los organismos médicos, hayan sido la primera institución moderna en ser propiamente regulada y certificada. La licencia de médico es pionera entre todas las licenciaturas pensables. Esto explica por qué en todos los países haya un equivalente, en mejor o peor presentación a López Gatell.  Un alguien que habla con los medios ya que el presidente no está licenciado para hacerlo.

Al ser núcleo del Estado, la salud por definición deberá ser centralizada, tanto como sea posible; de ahí que no haya secretaría de salud a nivel municipal. Y aunque esto haya dado paso al abuso y chantaje político entre gobierno federal y estatal, al no darle presupuesto suficiente a los estados con gobernadores no aliados; y entre gobierno estatal y municipal, al desatender estratégicamente los centros de salud de ciertos municipios; la importancia de un sistema de salud centralizado es incuestionable.

Ejemplos de una mala centralización abundan, desde falsos médicos hasta la farmacorresistencia a antibióticos, que ya es una crisis por sí misma. La centralización no se debe limitar a la compra mayorista de medicamentos y su distribución, no sólo a las licencias médicas y registros sanitarios. La centralización en salud debe de ser total, incluso se propone que sea global, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se convierta en el máximo y único regulador y ejecutor en la materia. Los gobiernos darían la parte correspondiente a la OMS y ella se encargaría de satisfacer las necesidades de cada población de manera coordinada a escala global.

Esto daría cabida a un sistema de salud verdaderamente universal y pandemias como la actual podrían ser evitadas. Se podría asistir a cualquier hospital del mundo dada la centralización del sistema incluida su base de datos, hecho posible con tecnología de cadena de bloques (blockchain). Así, cualquier doctor certificado y autorizado podría consultar el historial médico del paciente y atenderlo sin costo directo para éste. El mayor riesgo, suponiendo que se tiene la estructura necesaria para no convertir al director general en dictador mundial, sería un hackeo o mal uso de la base de datos y toda la información obtenida. Sin embargo, el potencial de un organismo de tal magnitud es incalculable. Los peligros que ya enfrentamos y que hemos de enfrentar, podrían ser “fácilmente” atendidos. La erradicación de la polio es ejemplo de ello.

Sin embargo, hasta que la OMS no se convierta en aquel ideal monopolio, la falta de seriedad en el sistema de salud mexicano es innegable; las cartillas de vacunación con su viejo papel amarillo son obsoletas; la facilidad para conseguir medicamentos sin prescripción es alarmante. ¿No es el colmo que las farmacias vendan cigarros? Es que, aunque risible, debería ser inaceptable poder comprar antibióticos, cigarros y, de paso, una gelatina en vaso en el mismo mostrador. Algo claramente no está bien y debemos atenderlo.

Si bien no pensamos la salud hasta que la tenemos frente, no está de más profundizar en ella, sus implicaciones y sus consecuencias. Debemos procurarla sistemática y conjuntamente como Estado y como individuo. No se trata de ser como Dinamarca, sino de atender las necesidades sin descuidar los riesgos. Entender que la salud en su liminalidad representa principio y fin de la especie y sus venturas. Nuestra responsabilidad no se debe limitar a cuidarse uno mismo y ser conscientes de nuestra rutina, sino a exigir un sistema de salud público y digno que nos cuide. En otras palabras, hay que lavarnos las manos sin dejar que el gobierno se lave las suyas.

 

@fgabrielgt

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Fernando Gabriel García Teruel

Nacido en Puebla en 1996, estudió la licenciatura en Ingeniería Industrial en la Ibero Puebla. Actualmente estudia la maestría en Biosistemas en Wageningen University and Research. Apasionado por la ciencia y artes