Ovejas negras: los distintos de la familia

  • Leopoldo Castro Fernández de Lara
Muchos individuos rompen con tendencias del sistema familiar y proponen nuevas formas de vivir

Todos pertenecemos a una familia. Todos formamos “parte” de un sistema que comparte sangre. Puede ser que los veamos mucho, poco, que esté constituido por pocos miembros o por una horda de personas que no conocemos bien. Es posible que nos encontremos todas las tardes o que sólo los veamos en Navidad y que dentro de este grupo se den lugar encuentros de todo tipo y lealtades que conllevan obligaciones y derechos que no existirían si no fuéramos parte de esta familia.

La familia es el lugar en donde aprendemos lo más básico: la supervivencia. Nos dan cobijo mientras desarrollamos autonomía y somos capaces de valernos por nosotros mismos. Nos ofrecen protección y nos da identidad; es un grupo que nos acompaña para vivir la vida y hacernos más fácil el camino estando acompañados. Hasta ahí suena muy bien, ¿no?

¿Cuándo empieza el problema entonces?, ¿hay algún problema en realidad? La familia por su naturaleza tiene la característica de ser una estructura rígida, difícil de modificar y con reglas definidas que no siempre son fáciles de entender. Existen clasificaciones sobre los distintos tipos de familias, pero más que crear más etiquetas lo que me gustaría es invitarte a pensar en esto: ¿cuáles son las reglas que hay que seguir en mi familia?, ¿quién toma las decisiones?, ¿quién no puede opinar?, ¿qué hay que hacer para ser parte de esta familia?, ¿qué hay que pensar para ser parte de esta familia?

Son preguntas sencillas que se pueden contestar rápidamente. Te invito, sin embargo, a volver a leerlas y tomarte unos minutos de reflexión para volver a contestarlas. La familia cumple con su función de ayudarnos a sobrevivir, pero también implica la adecuación a sistemas de creencias y manifestación de conductas y emociones que como cualquier sistema que nos exija adecuarnos prima el interés grupal sobre el reconocimiento del individuo.

Aquí es donde aparecen las “ovejas negras”, personas que, a pesar de haber recibido y crecido en el sistema familiar igual que otros miembros, se muestran distintos. Individuos que son percibidos como “raros” por los otros miembros de la familia; distintos, extravagantes, extraños, diferentes e incluso distantes o ajenos…  A su vez estas personas se reconocen como lejanos al sistema y aunque en un primer momento intentan “encajar”, poco a poco les va resultando más difícil y empiezan a buscar ese calor -también da la familia- en otros ambientes.

Normalmente son señalados por sus rasgos diferentes, que pueden abarcar desde una preferencia por una vestimenta distinta o una orientación sexual o interés profesional desconocido por el grupo o una clara oposición ideológica a una tradición enraizada o un desconocimiento de las reglas morales, valores o sistemas de relación que el grupo familiar reconoce como valiosos. Existen conflictos y tensiones en “recuperar” al miembro que se va alejando y al mismo tiempo un cuestionamiento de por qué este actúa/piensa como lo hace.

Los mecanismos de la culpa, de la lealtad y del vínculo de sangre hacen que la oveja negra siempre se mantenga en un estado de conflicto en una dualidad de pertenencia-no pertenencia que difícilmente se resuelve de manera satisfactoria para todos (o se queda bien con uno mismo o con el sistema familiar), y muchas veces se da un rompimiento (aunque lo ideal sería volverse libre dentro del sistema para ir y venir).

Ahora bien, ser oveja negra y sentirse poco -o nada- parte del grupo tiene otras posibilidades: encontrar valores que hagan una resonancia interna, encontrar personas nuevas que incluso puedan volverse familia y que uno mismo elige desde la libertad y los intereses comunes; descubrir que la individualidad es una conquista y que el sentirse “solo” es parte de un camino de autonomía, romper con las tendencias de programación propias del sistema familiar y heredadas de generación en generación y proponer nuevas formas de vivir.

Entonces las ovejas negras pueden cambiar de nombre. Este adjetivo que normalmente contiene un dejo despectivo y que la familia siempre utilizará para nombrar a aquellos que percibe como distintos, puede convertirse desde el propio miembro que ha decidido seguir otro camino en una oportunidad. Sigo buscando un adjetivo sin la connotación negativa y me cuesta todavía encontrarlo. Si lo encuentras por favor escríbeme y compártemelo.

Lo que tengo claro es que el miembro de la familia que vive algo diferente es alguien que despierta a otras posibilidades, que tiene mucho que aportar y que además mantiene el anhelo de pertenencia con su familia de origen. No quiere marcharse, quiere pertenecer también, pero siendo auténtico siendo él/ella, y desde esa congruencia mostrar que el mundo y la vida no tienen una forma definida de vivirse, que existen todas las posibilidades si nos abrimos a ello.

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Sus comentarios son bienvenidos.

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Leopoldo Castro Fernández de Lara

Psicólogo, Master en Recursos Humanos, Maestría en Modelos y áreas de investigación en ciencias sociales. Sus temas de interés son los movimientos sociales, las representaciones sociales y en general la psicología social