La Rosa Amarilla de Texas

  • Atilio Peralta Merino
Humberto Hernández Haddad fue designado cónsul en San Antonio, donde entonan la célebre pieza

En el ya lejano año de 1986, el Congreso de los Estados Unidos expidió una ley que autorizaba al Senado a expedir certificaciones respecto a la colaboración mostrada por diversos países del orbe con el Departamento de Estado, con relación a la “guerra contra las drogas” declarada en 1974 por el gobierno de Richard M. Nixon.

Ante la intervención Jesse Helms, senador por Carolina del Norte, nuestro país recibió ese año una calificación reprobatoria, corriendo la correspondiente respuesta a cargo de la Cámara de Senadores, en el que se esgrimió un portentoso y valiente documento, cuya articulación correría a cargo de Humberto Hernández Haddad, a la sazón, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores el Senado mexicano.

Respuesta del Senado de la República que concitó la primera gran marcha  de la historia reciente de México, llevada a cabo el 21 de marzo de 1986, concentración cívica que rebasaba  por mucho a toda posible referencia histórica de aquel momento, incluido por supuesto a las que se verificaran durante los días del  movimiento estudiantil de 1968; y  ni qué decir respecto de los  legendarios mítines del “henriquismo”,   “almazanismo” , e  incluso los del “vasconcelismos”  en medio del movimiento estudiantil que culminó el 23 de mayo de 1929 con la declaración de la autonomía de la Universidad Nacional.

Episodio hoy olvidado, opacado por las posteriores movilizaciones que se llevaron a cabo posteriormente con motivo de las campañas presidenciales de Cuauhtémoc Cárdenas y de Andrés Manuel López Obrador; no obstante, habrá de ser consignado cuando, al paso de la debida distancia en el tiempo, se escriba la historia de la actual generación.

Tras una participación por demás honrosa en el desempeño de la dignidad senatorial de la que fue investido por nuestros conciudadanos en los comicios, Humberto Hernández Haddad fue designado cónsul en San Antonio Texas, plaza en la que las bandas entonan como himno la célebre pieza denominada “La Rosa Amarilla de Texas”.

En tal función, tocó a su suerte dar pleno testimonio de la presencia del cabo suelto de los asesinatos que cimbraron la vida del país en el aciago año de 1994; situación de la que dejó plena constancia en dos libros de su autoría, en los que, por cierto, recibí el inmerecido el honor de ser citado por el autor, nada más nada y menos que junto a Carlos Fuentes y a  don Tomás Ángeles Dauahare.

En efecto, dado el testimonio jurado de agentes aduaneros de los Estados Unidos ante el Juez de la Corte de Federal de Distrito correspondiente   John Primomo, Hernández Haddad pudo acreditar la presencia del diputado mexicano Manuel Muñoz Rocha en Texas en compañía del litigante Enrique Fuentes León.

Figuras claves ambos, en muchos de los episodios más sórdidos de la vida del país, mantenidos por lo demás en el más estricto secreto para la inmensa mayoría de los mexicanos, y muy particularmente en el caso de Muñoz Rocha, en los referentes al proceso de “itercriminis” que culminó con las vidas de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.

“Entre la visualización de una conducta y su posterior ejecución, - dice Bruto en circunloquio tras haberse reunido con los conspiradores al decir de Shakespeare- el ánimo todo se conturba y las angustias del alma su sublevan en el ánimo que parecido a un reino experimenta en su interior los vientos de una sublevación”.

El testimonio que Hernández Haddad consignó en sus libros, provocó en su momento que los más sórdidos intereses enquistados en el poder público, lo hostilizaran y cesaran de aquella encomienda, resultando por demás significativo el hecho de que, a treinta años de distancia en días recientes, el Presidente de la República hubiese designado a Humberto Hernández Haddad, cónsul General de México, precisamente en la ciudad de Austin, capital del estado de Texas.

No debe caber duda alguna que, desde el momento mismo en el que el misterio se presenta en la concatenación de los asuntos humanos, de poco sirve que se conciten los poderes del mundo para evitar que aquel sea develado en cualquier momento, pase el tiempo que haya de pasar.

Ante el anuncio que Horacio hace al príncipe de Dinamarca referente a la presencia fantasmal del rey asesinado, Hamlet en medio de su consternación, sentencia desde las cumbres del Castillo de Elsinor: “¡No hay crimen que no se culpe, aunque todo en el mundo lo sepulte!”

albertoperalta1963@gmail.com

 

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Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava