Miopía: Colón, una pieza de museo

  • Fernando Gabriel García Teruel
Un riesgo al juzgar el pasado con ojos del presente, es creer que se ha llegado a una cima moral

Hace un par de meses, a mis espaldas escuchaba una conversación entre lo que supongo era un grupo de amigos. Una de los presentes declaró, que aunque creía en la evolución, no consideraba que Darwin ni su obra, merecieran aplauso o reconocimiento por parte de la sociedad, pues claramente era racista. La amiga de al lado le preguntó si había leído El origen de las especies, a lo que esta respondió que no y que nunca lo haría, pero que había leído muchos artículos al respecto, argumentando lo despreciable de las descripciones que el ‘padre de la teoría de la evolución’ hace sobre los habitantes de Tierra de Fuego. Esta liberal, con gran sentido humanista, incluso llegó a mencionar que se debería enseñar la evolución sin Darwin.

Yo no sabía si reír, llorar o intervenir ante semejante ideas “progresistas”, pero antes de elegir una reacción, uno de los sí invitados a la conversación, interrumpió diciendo que es imposible o, por lo menos, irresponsable hablar de la teoría de la evolución sin considerar los aportes de Darwin, y que es una verdadera estupidez exigirle a una persona nacida a principios del siglo XIX tener los valores de una del siglo XXI. Que si bien las declaraciones de inferioridad sobre los fueguinos nos pueden parecer injustas, no podemos dejar de considerar que no fue hasta los años sesenta que, por ejemplo, los aborígenes de Australia pasaron a ser considerados humanos y no fauna de la zona. No es que Darwin fuera racista sino que todos lo eran, y, con toda certeza, si cualquiera de los presentes hubiera vivido en esa época y contexto, serían igual o más racistas que el naturalista, pero con infinitos logros menos.

Esta conversación es ejemplo del presentismo que envuelve a la sociedad, presentismo que busca aplicar los buenos modales modernos no sólo a los contemporáneos sino también a los que siglos atrás existieron, queriendo ser políticamente correctos hasta con los muertos y sus libros. Siendo o creyendo ser tuertos en tierra de ciegos.

Uno de los riesgos que se corre al juzgar el pasado con los ojos del presente, es creer que se ha llegado a una cima moral desde donde se puede identificar lo bueno y lo malo en su totalidad, creyendo que no hay más verdad que la verdad del momento, ni mejor juicio que el actual. En otras palabras, el que evalúa al pasado con los valores del presente cree que en el futuro, dentro de cien, quinientos o ‘n’ años, los mismos valores lo han de evaluar. Cayendo testarudamente en la ceguera tan característica del hombre-masa quien arrogantemente cree en la existencia y posesión de la verdad absoluta, dueño de la razón rozando con el totalitarismo.

El peligro no está en juzgar el pasado y ser crítico de él, sino en juzgarlo con los ojos del presente y peor aún, querer negarlo sin siquiera comprenderlo; desear desaparecer la evidencia y poder fingir que nunca sucedió, logrando incrementar nuestra ingenuidad, pensando que somos la mejor versión de nosotros mismos, deseando borrar el pasado para únicamente identificarnos con nuestro presente que es bueno, inclusivo, inclusiva, inclusive, inclusivx, xnclxsxvx, xxxxxxxxx , … , y clarísimamente de una  . Queremos, cuales avestruces, clavar la cabeza en la tierra para que mágicamente se aniquile todo aquello que no podemos ver por falta de valor y dureza de espíritu, por cobardes y esclavos, no del hombre caucásico, sino de nuestros propios juicios incuestionados y de nuestra moral de rebaño.

¿Qué pensaríamos si Alemania desapareciera todo monumento y rastro relacionado al holocausto o al nazismo? Si de pronto, quitaran el monumento a los judíos de Europa asesinados, en Berlín, y en su lugar pusieran un monumento a la mujer celta de milenios atrás. ¿Quién vería esto con buenos ojos? Un monumento, no sólo sirve para glorificar sino para recordar, tanto lo bueno como lo malo. Quitar el monumento de Cristóbal Colón por su esclavismo, que hay que resaltar no era del todo ajeno a la época. No sólo no cambia el pasado, sino que ayuda a olvidarlo, dejando sin ejemplo tanto de lo bueno como de lo malo a las generaciones siguientes. Cristóbal Colón, sin duda es un personaje controversial y justamente por eso debemos recordarlo, conocer su historia más allá del bien y del mal, no con los lentes morales del presente ni con admiración conservadora, sino como lo que fue.

Debemos brindar toda la información, la historia completa, el heroísmo de las tres carabelas y el terrorismo para con los esclavos indígenas. No es matar al perro sino estudiar la rabia. Sólo a través de una imagen completa, considerando su tiempo y contexto, podremos posicionarlo en la historia. No digo que el monumento a Colón se debería quedar en la Avenida Reforma intocable, sino que se podría quedar, siempre y cuando se comunique su historia, por ejemplo, podrían haber puesto placas narrando lo mejor y lo peor del personaje. Pero ya que fue quitado, no lo guarden en la oscuridad de las bodegas, en el olvido de lo secreto, al contrario, pongámoslo en un museo y contemos la historia sin prejuicios ni presentismo, sino total, tal cual es.

Así como no debemos ocultar la corrupción, los feminicidios, el narcotráfico y todos los problemas que vive México, no debemos ocultar nuestro pasado, sino conocerlo y ponerlo en un museo para que todos sepan lo que sufrimos y a la vez hicimos sufrir. Cuando la verdad, el pasado, la historia, queda en manos de la moral subjetiva de unos cuantos, corremos el riesgo no sólo de no conocer lo sucedido sino de repetirlo. De los pueblos sin memoria, de la cultura de la cancelación surge el autoritarismo pues una sociedad que no está abierta al diálogo, que no se cuestiona, termina siendo poco más que un rebaño detrás de ideales abstractos y abusadores de poder.

Ocultar la historia también es discriminación, es incluso el peor tipo de discriminación, pues asume y considera al otro tan débil, que le oculta la verdad porque decide que no podría soportarla. “Mira allí, mujer indígena, un hombre de nombre Pedro, sí, exacto como el del primer papa de la Iglesia, y de apellido Reyes, exacto como los de España, hizo esa escultura en tu honor. ¿Qué había antes? No quieres saber, algo horrible. Te aseguro que esta mujer olmeca con nombre náhuatl (¿?) es mucho mejor”. Parece chiste y tal vez lo es. ¡Bravo! ¡Arriba el progreso!... No sería menos discriminatorio, menos patriarcal dejar el Colón y decir: “Mira, ese de ahí sin duda cambió el rumbo del mundo y su historia, siendo un admirable explorador y un sanguinario esclavista.” ¿No sería mejor dar la oportunidad de juzgar por sí mismos entregando toda la información disponible en vez de querer ocultar la historia porque es demasiado cruel o políticamente incorrecta? Si creemos que el otro es demasiado débil para saber la verdad, es quizá porque nosotros lo seamos.

Creo que están confundidos, tienen la mirada muy corta. Se puede ser liberal, incluyente, abierto, sin ser políticamente correctos. Se puede ser crítico sin tomarse letras y monumentos a pecho, sino todo lo contrario, debemos ser capaces de mirar y escuchar objetivamente, más allá del bien y del mal lo que es y ha sido el mundo, para así crear un mejor presente y un mejor futuro, sin nunca temer el pasado, poniéndolo en un museo.

@fgabrielgt

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Fernando Gabriel García Teruel

Nacido en Puebla en 1996, estudió la licenciatura en Ingeniería Industrial en la Ibero Puebla. Actualmente estudia la maestría en Biosistemas en Wageningen University and Research. Apasionado por la ciencia y artes