El sueño americano no tiene muchos privilegios

  • María Clara de Greiff
De la ordeña en las granjas del Upper Valley a la pisca de limón en Veracruz

Fairlee, Vermont. En el libro de relatos “El cazador de Historias,” el escritor peruano Eduardo Galeano expone con agudeza a la mirada del lector una realidad desnuda, cruda, crítica y profunda del ser humano, donde la intolerancia, la barbarie y la indignidad humana son los actantes principales en un mundo de opresores y oprimidos y dice: 

Tu Dios es judío,

Tu música es negra,

Tu auto es japonés,

Tu pizza es italiana,

Tu gas es argelino,

Tu café es brasileño,

Tu democracia es griega,

Tus números son árabes, tus letras son latinas

Soy tu vecino ¿Y todavía me llamas extranjero?

 

Cita esta, que me remite a la historia de mi entrevistado Don Manuel, quien tras casi diez años de auto destierro en este país del norte de frío y de silencio, ha regresado a su Martínez de la Torre, Veracruz y ahora, en este proceso de adaptación se ha sentido también “un extranjero” en su propia tierra.

Don Manuel llegó a la edad de diecisiete años a Vermont a trabajar en una granja lechera. Diez años después emprendió el retorno a sus terruños de origen. Ahora se dedica a recoger limón en las fértiles tierras de Martínez de la Torre. Aquí en Vermont, Don Manuel aprendió “el valor del trabajo y de la familia.”  

 

Don Manuel en la pisca de limón. Martínez de la Torre Veracruz.

 

Iniciamos nuestra conversación con la pregunta de siempre:

-¿Qué significan para usted sus manos?

--Mis manos son lo mejor que tengo, para empezar el día agradeciendo a Dios, son las que nos ayudan a poder trabajar para agarrar los alimentos. Mis manos son primordiales para mí, para trabajar, para poder abrazar a la familia. Mis manos son la vida.

 

Cuando Don Manuel se aventuró a “irse al otro lado,” él cuenta que su mamá era ama de casa y su papá trabajaba. Desde muy chico se daba cuenta de los apuros, de que no bastaba, que no alcanzaba. Su hermano estaba “del otro lado” y Don Manuel habló con él y tuvo la iniciativa de pedirle que lo apoyara para cruzarse la frontera. Posteriormente, habló también con sus padres y un día de tantos emprendió su ruta, caminó su sueño.

Don Manuel entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

--Yo me fui sólo, crucé muchos estados hasta llegar a Sonora donde me esperaba el señor que me iba a coyotear. Uno de verdad no tiene idea. Nadie nos dice de los retenes, de los malos tratos. Uno no sabe. De Sonora nos llevaron a la frontera, y nos bajaron en un lado donde unas personas armadas hicieron que nos pusiéramos las mochilas en frente y a ellos les tuvimos que pagar mil pesos cada uno de los que queríamos entrar al otro lado. Creo que eran gente del cártel. De por sí, yo sólo llevaba dos mil pesos y ellos me bajaron mil. Un sábado en la mañana empezó el show de la adrenalina, caminamos por una semana. Se acaba el agua, la comida, íbamos con el coyote y su hermano. En total éramos veinte. Vimos víboras cascabeles, muchos animales del desierto. Las noches eran muy frías. Uno casi que no aguanta. La última noche se me metió una espina horrible en el pie y no podía caminar, un amigo me ayudó a quitarme el zapato y a quitármela. Tenía el pie hinchado y con mucho dolor. Después llegamos a un lado y nos esperaba una camioneta y nos levantaron y nos llevaron a otro lado, ahí nos botaron y ahí si caminamos doce horas seguidas. Desde la una de la tarde hasta la una de la mañana. Ahí nos metieron en una troca acostaditos y nos dejaron en Phoenix, Arizona. Ahí estuvimos una semana. Yo no sabía nada de mi familia, no tenía teléfono. Íbamos catorce en la camioneta…nos paró un gringo, un policía y le preguntó al chofer qué cuántos éramos. Él le dijo que catorce y que íbamos a Nueva York. El  policía abrió la puerta, contó cuántos éramos, luego la cerró, se arrancó y se fue. Nos dejó ir. El chofer no sabía qué hacer, pero también se arrancó y siguió el camino.

 

El primer año de estadía de Don Manuel en estas tierras del norte fue un año lleno de desafíos, “las noches y los días se me hacían largos” en sus propias palabras, “aprendí las labores de la granja en otro idioma. No fue fácil.”

-El primer año tuve que aprender a vivir una vida nueva. Otra vida que nunca antes había tenido y de la que no sabía yo nada. Entender incluso cómo caminar entre las vacas, usar maquinarias pesadas, atolerar el invierno. Ese primer año fue complicado, con horas muy cansadas de trabajo. Seis días a la semana con jornadas de doce y hasta catorce horas al día. El primer invierno recuerdo que mi primo me dijo: “ven a ver la nieve” y estábamos emocionados. No sentí tanto el frío porque con la emoción de ver la nieve y el trabajo pues estábamos felices. Los años posteriores, los inviernos se me hicieron más duros y largos. Ya no eran tan novedosos. 

“Entendí también los siguientes años todo lo que daba por hecho cuando vivía en México. El que mi mamá nos cocinaba unos frijolitos con su epazotito deliciosos con nopalitos. Yo decía “no manches, cómo quisiera una comidita así en el invierno.” Fue aquí cuando valoré todo eso, el tiempo en familia, el que tenía la libertad de salir e ir a las ferias, a los bailables de la escuela, las navidades, los años nuevos, las comidas familiares. Sobre todo, los tres primeros años que no podíamos salir a ningún lado sin conseguir un ride que siempre era muy caro y difícil.”

 

El estado de Vermont a diferencia de otros de la unión americana permite a los inmigrantes sacar su licencia de manejo. El examen teórico se puede hacer en español, pero el práctico es en inglés. Posteriormente, Don Manuel compró carro y sacó su licencia para poder desplazarse con un poco más de independencia, no obstante, durante los últimos cuatro años de Trump en el poder, el miedo a ser perseguidos por ICE  Immigration and Customs Enforcement se intensificó.

--A mí me gustaba mucho la vida en Vermont, en la granja logramos hacer buena comunidad, me gustaba la sencillez de la gente, no nos juzgaban por la ropa que traíamos puesta. La gente que conocí en Vermont siempre fue muy amable. Aprendí del orden que tienen y la disciplina para manejar. También los americanos de las granjas eran gente muy trabajadora- dice Don Manuel

-¿Cómo cambió su rutina con el coronavirus?

--Nosotros seguimos igual trabajando. Sólo pude notar cambio en el hecho de que teníamos que usar los tapabocas. Pero de por sí no salimos mucho del rancho. Trabajamos seis días a la semana, con sólo día libre.  A mí no me impactó mucho el COVID, porque de por sí estábamos muy aislados y ocupados con el trabajo todo el tiempo. Yo sólo salía de vez en cuando a visitar a mis primos a otros ranchos y por la comida al súper. No sentí una gran diferencia. Los americanos si lo sintieron, ellos estaban sintiendo por primera vez lo que es el tener que estar aislados sin salir y con miedo. Nosotros ya sabíamos lo que es eso.

 

Para finalizar mi conversación con Don Manuel le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

--Cuando yo quise salirme de México, vi que mi hermano que estaba allá después de unos años ya se había construido su casita. Mi sueño era tener una casa, un trabajo y un carro. Ese era mi sueño. Sabía que tenía que irme para allá. Ya estando allá te das cuenta de que para uno como ilegal, el sueño americano no tiene muchos privilegios. Yo me di cuenta lo dura que es la vida americana, créame que es bien dura también para los americanos del rancho, ellos también le tupen en esos fríos que matan, a las 5:00 de la mañana se van a la granja y tienen que pagar todo, renta, luz, agua y la calefacción y lo pagan todo en dólares, los carros, los seguros. Ganan bien, pero todo lo tienen que pagar. Me dí cuenta que ese sueño americano para mí se trataba de echarle ganas, pero para hacer el sueño en México, para poder tener la casita y el carro, eso era acá en mi pueblo.

Don Manuel en la cosecha de limón en Martínez de la Torre, Veracruz.

Don Manuel tiene un mes de haberse devuelto a su tierra natal y ahora que está de regreso se dedica a recoger la cosecha de limón” y dice:

 “Me está costando otra vez acoplarme, apenas estoy agarrando trabajo. Hay momentos en que quisiera regresar para allá y tener esa vida. Creo que estaba ya muy acostumbrado. De momentos quisiera andar allá, porque sí hay certeza de tener trabajo.”

 

A Don Manuel y sus manos valientes, fuertes e incansables dedico esta columna.

mcdegreiff@yahoo.com.mx

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María Clara de Greiff

Es periodista y profesora para el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Dartmouth en Hanover, New Hampshire