Pañuelos vs Pañuelos
- Elmer Ancona Dorantes
¿Por qué tanta ansiedad en el ser humano para terminar con la vida, con lo más preciado que tenemos? ¿Para qué frenar la existencia? ¿Qué “chip” llevamos dentro que hace gritar constantemente “acaba contigo mismo”, “extingue lo que llevas dentro”?
Algo debe estarle sucediendo a la humanidad que motiva a las personas a abanderar causas aparentemente “justas” -como la del aborto-, pero que en el fondo revelan el hastío de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que representamos.
El ser humano es un todo concéntrico que refleja el universo que lleva dentro; alma, cuerpo y espíritu es la triada, los tres elementos torales que reflejan un vínculo realmente divino.
No es producto de la casualidad, sino de la causalidad; su razón de ser radica en algo ulterior y supremo que lo debe orillar a actuar con inteligencia y optimismo para disfrutar del entorno.
Hombres y mujeres, niños y jóvenes, adultos y ancianos deben estar conscientes de que su permanencia en este mundo tiene una sola razón de SER: vivir en plenitud.
La vida es lo más valioso que le ha otorgado la divinidad. Todo el cosmos, con hermosura propia, le grita con frecuencia que nada se compara con la existencia propia, que todo tiene su tiempo, tanto para vivir como para morir.
Pensar en la muerte prematura, sin ofrecer la posibilidad de conocer lo que es respirar y tener vida, de las oportunidades que regala la existencia, es un acto de egoísmo extremo imposible de soslayar.
Todos nacemos -o deberíamos nacer- para ser felices; todos tenemos un propósito en este corto camino que debemos recorrer; todos debemos atrevernos a hacerlo, a conseguirlo, a lograrlo.
Es cierto, a veces las calzadas son demasiado sinuosas, complicadas, difíciles, incluso hasta extremos, pero eso no justifica ni da razón para no andarlas, para no recorrerlas.
¿La vida es complicada? Si, quizá en extremo ¿La vida otorga llanto? Por supuesto, todos lloran de tristeza, pero también de alegría ¿La vida es incomprensible? Nadie está para entenderla a cabalidad porque viene llena de sorpresas.
Los abuelos suelen decir, sabiamente, que la vida es más cabrona que bonita. Eso que ni qué, pero su porcentaje de hermosura -poco o mucho- le da justificación plena a la existencia.
El ser humano que vive o al que le dan oportunidad de llegar tiene la primacía de abrir los ojos y mirar al cielo, de disfrutar las estrellas; de bajar la vista y deleitarse con los océanos.
El que decide vivir o al que le permiten vivir tiene la grandísima posibilidad de saber lo que es el amor, de amar y ser amado, de palpitar para entregar el corazón a quien más le plazca.
Incluso, puede darse el lujo de sentir la presencia de una Divinidad, de una Eternidad difícil de comprender, pero fácil de asimilar; lo único que necesitaría es dejarse llevar, respirar, escuchar, tocar, mirar. No es tan complicado.
En cambio, el que no vive ni deja vivir pierde la oportunidad de conocer, de sentir, de acariciar, de deleitarse con todas las maravillas del universo que fueron creadas específicamente para él.
Verde vs Azul Celeste
“Mara Verde” contra “+ Vida”, dos posturas radicalmente contrarias. Las mujeres de los pañuelos verdes, que plantean, exigen, demandan la interrupción legal del embarazo, contra las mujeres y hombres del pañuelo azul celeste que apuestan ante todo por la vida.
Las primeras abogan por la protección prioritaria de la madre; plantean su iniciativa ciudadana para permitir la interrupción del embarazo hasta la décimo segunda semana de gestación del “producto”.
Las y los segundos defienden la protección de "Las dos vidas", tanto la de la madre como la del embrión que ellos llaman "el niño por nacer". Dos posiciones radicalmente diferentes. Lucha de contrarios.
Los dos colectivos plantean sus razones. Las primeras, las del colectivo Marea Verde, argumentan que las mujeres son dueñas de sus cuerpos, de sus emociones, de sus derechos.
Por lo tanto, dan prioridad a la mujer que “porta el producto”; prácticamente lo fundamentan: el primero en existencia (padres y madre) son los que llevan la delantera. Los que toman la decisión de vivir o no dejar vivir.
Mientras tanto, el secundo colectivo, el de “+ Vida” también rinden sus razonamientos: la vida es sagrada, la vida está por encima de todo. Nada más importante.
Nadie tiene derecho a atentar contra la vida de terceros, por muy pequeños que fueren. Los padres, aunque sean los portadores, tienen derecho propio pero no sobre los aportados. No son dueños de la creación.
Cada uno -padre y madre- participan con una parte a un ente poseído o hecho en común -el hijo-, pero no tienen el consentimiento del producto engendrado -incapaz de decidir por sí mismo-, aunque tengan el aval (en lo legal) o la aprobación de un Congreso.
Dos banderas o pañuelos que tienen puntos extremos, irreconciliables. Jamás llegarán a un acuerdo, nunca coincidirán en posicionamientos ideológicos o doctrinales.
En los hechos, es una lucha a favor de la existencia (“+ Vida) o de la muerte o “inexistencia” (Marea Verde). Todos están en su derecho de manifestarse, de expresarse, de exigir y demandar.
Vivir o no vivir…
Dejar vivir o no dejar vivir. Ese es el dilema. Más allá de las creencias espirituales o religiosas, de los dogmas existenciales, la verdad es que nadie tiene la verdad en sí misma, mucho menos en estos temas de difícil interpretación.
Cada quien, hombres y mujeres, están en la libertad de decidir sobre su propia existencia, si quieren o no quieren permanecer en este mundo, en estos espacios. Lo controversial radica en la capacidad (técnica, legal, moral) para decidir sobre la vida de terceros, aunque sean sus propios hijos, sus propios “productos”.
Largas y arduas batallas se librarán estos días en algunos congresos de los estados, como ya se han dado en otros, para deliberar la despenalización del aborto, su legalización.
Vivir o no vivir, dejar vivir o no dejar vivir. Ese es el dilema. Mientras tanto, el autor de esta columna apuesta por lo primero: por dejar respirar, por dejar sentir, por dejar amar y querer, por dejar SER. Apuesta por la vida en casi la totalidad de sus circunstancias.
@elmerando
Opinion para Interiores:
Anteriores
Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y maestro en Gobierno y Políticas Públicas por el Instituto de Administración Pública (IAP) y maestrante en Ciencias Políticas por la UNAM. Catedrático. Ha escrito en diversos medios como Reforma, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.