De los “ghetos” y “coyotes” burocráticos a ‘la 4ta. T’

  • Samuel Tovar Ruiz
Hay un personaje cuya función no se resuelve sino en complicar el problema.

Los obstáculos  de un gobierno MORENA estatal, municipal o, incluso, federal no son sólo de retórica y actitudes contestarías de partidos “en desgracia” o con signo de decadencia “neoliberal” o probadamente “conservadores” e incluso “reaccionarios”, sino, además,  de modo fundamental, tales obstáculos se anidan en los mismos íntimos sedimentos y dinámicas o inercias de la práctica administrativa o de plano en su distorsión “burocrática”. Es, en efecto, en los “nichos” y “ghetos” de los “servicios” que prestan las diferentes dependencia públicas, en que  mora o proahija esa enorme capa, que aparece como personal del servicio civil de carrera (empleados, funcionarios medios y menores, delegados, subdelegados, comisionados, oficiales mayores, etc.), pero también es en ellos donde se forman círculos o “cinturones o costras de interés” de grupo o de verdaderas mafias que de ese modo aparecen con “grandes poderes”; que además se despliegan como saberes, creencias, prejuicios, representaciones comunes,  prácticas permisivas u omisivas, componendas, trucos, valores entendidos, maniobras, procedimientos, usos y costumbres administrativistas, incluso sanciones o premios sociales, morales o psicológicas, al interior de un círculo, etc. Tales “poderes”, se adquieren con la antigüedad, con el ejercicio reiterado de un puesto, pero también, de modo primordial, con los modos de relacionarse “personalistas” (aquí se da una verdadera traslación de intereses y saberes de una generación a otra de esos “servidores”) a la par que con pretensiones “neutralistas” a propósito  del “servicio” prestado por el personal burocrático. Es decir la burocracia “simula” no hacer “nada” personal, aunque los resultados de su “práctica” conduzcan a otra cosa distinta, que los intereses comunes de la ciudadanía. De ahí su “mala fama” entre el público.

Pero los círculos burocráticos desde sus “ghetos” de poder no sólo cumplen una función meramente referencial que hace referencia a esta capa, sino que a partir de sus respectivos puestos y ocupaciones no sólo llegan a “rediseñar” de modo “muy particular” las decisiones tomados por rangos jerárquicos superiores, sino que utilizándolas como verdaderos “taparrabos”, deslizan “otras” que si no nacen desde las peculiares circunstancias de los “ghetos”, o  de ese curioso pero efectivo poder en que estos se resuelven, lo hacen desde las “intimidades” subjetivas de quienes predominan en ellos, y que luego, ni sin dejar “tomar consciencia” de sus alcances, logran imponer al resto, que así parece estar más a su servicio, que al de un funcionario de rango superior. Suponiendo que no hubiera un superpoder con una doble intención, y que más bien el primero fuera democrático, daríase el caso de una “duplicidad” de poderes, en que, por una parte, quedaría “desactivada” la dinámica de poder del rango superior, mientras se activaría,  aquella que, por el contrario, surge de la “astucia” misma de una “subjetividad adelantada”, de las muchas que, en efecto, ahí en los llamados cuadros medios se mueven. Aquí, no hay que perder de vista que en ese maremoto las <<relaciones de poder>> son verdaderamente complicadas, pero se resuelven por la lógica de “intereses preponderantes” y por el modo como “alguien” capta su urdimbre y envuelve a todos en su resolución. Así del modo como se resuelven se derivan dos cosas: por una parte, que mientras la resolución del “inicial” jefe queda disuelta en ese maremoto, tornándose ineficaz, o despersonalizada; por otra, emergiría una, que saliendo de la misma despersonalización de la del jefe, o de un especie de “nada”, se configura en una “nueva orden”, o más bien en una especie de “contra-orden”. Aquí lo más increíble, consistiría en que su autoría pareciera deberse a una “fuente anónima”, mucho menos a “subjetos adelantadas”  o, mucho más, más que manos invisibles, a “ordenes invisibles”, o verdaderos claro-oscuros, que, por un lado, están delante del jefe, pero, por otro, al responder, en realidad, a “intimidades” , su fuente de decisión subjetiva en su parte más concreta increíblemente “queda oculta”. Gran poder éste, ¿no? Tal es la razón de que lo que se ordena al máximo nivel “no siempre se cumple”, se disuelve en el trámite, en el decisionismo intermedio de mandos inferiores. Así el “laberinto burocrático” está siempre por elucidarse, aunque sus constantes son siempre tres: tramite de servicios mediante oficios y dinero, decisiones tortuosas por machote, imposición jerárquico autoritaria del personal de una oficina. Es todo <<un reto al oponente>> el descifrar los cómos y los cuándos de un servicio. Es decir, al mismo <<responsable de gobernar>> y no se diga a <<su destinatario>>, ambos en relación a este tema, se les pone en “jaque”. Algo que debiera ser muy diligente y objetivo resulta que no lo es, si cae en lo mediático de lo burocrático. Hay casi siempre un “mar” de ineficiencia y  subjetividad de por medio. Allí la simulación y en retardo es la carta de presentación del acto administrativo. Su consecuencia la desesperación y el ablandamiento del usuario. Su efecto, si no es el “moche” o la “alta corrupción”, es sin duda la condena colectiva del acto burocrático y de quien lo personifica. 

Toda vía más, derivado de ese maremoto hay un personaje cuya función no se resuelve sino en complicar el problema, pero aquí lo presentamos de manera muy simplificada.  Para ello nos valemos de un símil. El del “coyote-intermediario” o el del “intermediario-coyote”, para el caso casi es lo mismo. Veamos: el coyote, el “animalito” que todo mundo sabe de él, proviene de la maleza o de la cueva en la montaña en zonas más o menos frías, ahí nace o mora.  Su modo de proceder es muy característico. Antes de actuar o cometer una agresión o incluso una traición, siempre, recurrentemente, si no actúa en manada, busca la espalda, o se cerciora de que la víctima esté “descuidada”, “indefensa”. De ese modo, cuando ese momento llega, es cuando le parece más apropiada para lanzar su “letal” ataque, y así asesta casi siempre un golpe mortal a sus víctimas, casi siempre ganado, aves de corral, etc., pertenecientes a personas del campo, a quienes de ese modo causa graves mermas o perjuicios en su patrimonio.  Pero, ahora, ya, en la “zona administrativa o burocrática”, una práctica de extraordinario parecido al de estos “animalitos”, no aparece, ciertamente, de modo infrecuente, sino en el aparato administrativo con gran reiteración. Tal es “el parte” que nos permite inferir que al igual que en el campo, en la zona “administrativo-burocrática”, de igual modo, surge el fenómeno del “coyotaje burocrático”. Este peculiar personaje, de modo similar que el del campo, también actúa a mansalva, incluso los más conspicuos y notables, no actúan sino en condiciones de gran sigilo o de alta traición.  Pero aquí no es un ganado la víctima, sino una que se presenta en dos rostros, el del presupuesto de un servicio público, por un lado, y el del público o destinatario ablandado en el trámite de ese servicio, por otro. Entonces tenemos un victimario por “partida doble”. Es decir uno de máxima peligrosidad, cuyo “techo”, empero, no lo logra exactamente en equipo o en manada como el del campo, sino cuando la “función coyote” viene prefigurada desde una orden que ya “nace” distorsionada. Es decir, cuando la orden ya trae aparejada la “marca de un coyote subrepticio” que no exactamente nace en  la “maleza burocrática”, sino, además de quien hace posible ésta. Así el “coyote administrativo” o burocrático puede ser un “hiper-coyote”, y por tanto generador o innovador de “usos” y “costumbres” o “saberes” de ese tipo. Es decir de nuevas “traiciones” al presupuesto, o al público. Ejemplos hay muchos. El anterior régimen fue especialmente prolífico en casos de estos. Muchas “celdas” del país ya probaron de esa sopa, en modo alguno es ciencia ficción, como ejemplo tenemos muchos casos y sigue dando la mata corrupta nuevos engendros suyos.

Ahora, desde el público, la “actividad del coyote” no se ve sino como una “experiencia contradictoria”, “trágica”.  Pues un público que espera que las instituciones le sirvan realmente, que las políticas públicas realmente lo tengan como <<telos>>, como <<pretensión de validez>> suya, debe parecerle desastroso encontrarse con resultados “desalentadores” tanto a nivel institucional como a nivel suyo, al quedar en manos de “coyotes”, estos entran al quite del tortuoso formalismo y burocratismo, poniendo como alternativa los “moches” que ahorran tiempo pero “corrompen” y pudren a todo mundo .  Todas sus apuestas a un <<futuro mejor>> en base a políticas publicas honestas, al venirse abajo, no pueden concluir sino en experiencias que además de “fallidas” representaría ni más ni menos la decadencia institucional y moral de la ciudadanía de un país. Así desde la perspectiva del público, lo que menos puede esperarse es que un <<nuevo estilo>> de gobernar y administrar, debe propender sino a reencausar las prácticas de gobierno por nuevos senderos institucionales, por lo menos hacer ajustes para que se inhiban o se intimiden los “detonantes”, los “posibilitadores” de ellas.  La <<4ta. T>> ha generado expectativas muy alentadoras sobre el tema, ahora, ante la inminencia de una nuevo régimen, lo que se espera son realidades, experiencias de ese nuevo cuño. El nuevo titular del gobierno tiene la palabra, además tiene todo el derecho a hacerlo.  El público por su lado mira la “bestia burocrática” pero ahora espera no intimidarse ante ella, como le imponían los regímenes neoliberales.  Ahora en cambio espera confiado a que se dome, incluso, desde el más alto nivel. Espera que finalmente su destino al buen servicio público, sea real, realísimo, se ancle a una nueva administración que sea, en efecto, democrática.

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