Las protestas contra AMLO

  • Xavier Gutiérrez
Mal está quien cree que el presidente es perfecto.

Hubo ayer en el país algunas manifestaciones de protesta contra el presidente López Obrador. Y eso está muy bien. El que mexicanos salgan a la calle a expresar su malestar y discrepancia con el poder habla bien de la democracia mexicana.

Una conclusión inmediata es que el presidente es un demócrata, sin mayores adjetivos.

Es preocupante y reprobable un gobierno y gobernante que no permite la disidencia en las calles. El ejemplo evidente es el caso de Maduro en Venezuela.

No es el caso de México, pese a visiones sesgadas o tramposas que así lo quieren pintar.

Mal está quien cree que el presidente es perfecto. Iluso es quien lo cree infalible. Y torpe es quien lo considera una deidad.

Es un gobernante reformador, armado de excelentes intenciones e idealista.

Adolece de múltiples fallas. Algunas graves, otras medianas y algunas menores. Lo normal de quien gobierna a un pueblo de más de 120 millones de personas.

 Lo lógico en el caso de quien tiene ante sí una montaña de vicios, podredumbre y malos hábitos, tanto de sus antecesores como de sus propios habitantes.

Y es un acto de ingenuidad esperar que las acciones de un hombre y su equipo van a cambiar a una nación terriblemente compleja como la nuestra en unos cuantos meses.

Pero pensar así no impide expresarlo. Se vale y se debe hacerlo. Todas las trincheras están abiertas como nunca. Los medios, los analistas, los intelectuales, la sociedad organizada o no y el hombre de la calle.

Hasta hoy, no se tienen evidencias de limitación o represión al derecho de protestar o criticar al gobierno federal.

Esto es lo normal en una democracia.

Armar la protesta en las calles no es una hazaña de la ciudadanía. Es un deber cívico. Admirable y ejemplar si lo mueve la honestidad y se predica con el ejemplo. Tampoco es un mérito el que un gobierno lo permita. Esto, es apenas la obligación de cualquier gobierno genuinamente democrático.

Pero en el papel de cada quien, es saludable llamar a las cosas por su nombre.

Quienes critican a López Obrador componen un arcoíris muy extenso. Hay discrepantes honestos, desde luego. Hay adversarios de corte ideológico que nunca lo van a aceptar. Entre estos, la gama es igualmente muy variada. Esta la ultraderecha, la guerrilla, quienes odian todo lo que huela a izquierda o liberalismo, a juarismo o cardenismo.

Son grupos variopintos intolerantes que a veces van de la mano con los anarquistas. Y por momento pueden compartir el plato con fascistas.

Hay en muchos de estos casos un ADN muy añejo de mexicanos que fueron educados o se nutrieron del odio a lo que huela al libre pensamiento, al socialismo, al criterio libre, al ateísmo inclusive.

Hay críticos decepcionados del propio presidente por quien votaron. Tienen sus razones. Hay quienes quisieran cambios rápidos y a fondo, por encima de todo. Ignoran o fingen ignorar que el poder no es así. Tampoco el gobernante puede cumplir hoy, mañana, el gusto, deseo o capricho de cada quien.

A quienes así piensan, no los va a satisfacer ni dios padre.

Hay críticos muy lúcidos. Honestos e imaginativos. Y todavía mejor: propositivos y tolerantes. Hay opositores muy leales y enormemente respetables. Son los menos, pero existen.

Una corriente crítica ilustrada, brillante, respetuosa, le da prestigio al gobierno que critica.

El papel de estos últimos merece más que la tolerancia. Sus razones deben ser leídas o escuchadas y, lo más importante, atendidas en aquello que es viable, razonable y procedentes.

Pero todos, absolutamente todos merecen respeto absoluto. Con excepción de aquellos que buscan, justifican o azuzan al recurso de la violencia; o quienes desde una pretendida oposición pura o radical apelan a la desaparición física de quien no comparte sus ideas o actúa como ellos.

Estos críticos, solitarios o en grupo merecen cierto cuidado. Constituyen la parte más dañina o enferma de una sociedad. Siempre han existido, siempre son un riesgo.

Pero me parece que la responsabilidad de un gobernante, de cualquier nivel y en cualquier latitud, debe ir mucho más lejos que el sólo respeto y la tolerancia. Sujetarse a esto bien puede ser tomado por quien gobierna como un escudo mudo y comodino. Y ser esto la puerta de acceso a la demagogia o el cinismo.

La crítica debe ser atendida en toda la extensión de la palabra. Abrir canales, tender puentes, generar debates, tener contactos para escuchar razones, propuestas, ideas, alternativas.

La crítica es un ingrediente invaluable para la democracia.

Y el siguiente paso debiera ser  atender, incorporar, poner en práctica todo aquello que procedente de un núcleo crítico esté bien fundamentado, enriquezca las propuestas o actos del poder y ensanche el horizonte del quehacer social.

Esto es lo que comúnmente no suelen hacer los gobiernos o los gobernantes.

Se quedan sólo, por todo mérito, en el escuchar y tolerar. Y esto, seamos sinceros, equivale a ignorar, a engañar.

La disidencia, la crítica, la protesta, la discrepancia, son formas normales y naturales de toda democracia que se precie de serlo. Sobre todo si tienen como cimiento la honestidad y la propuesta. Y mejor aún, el ejemplo de cumplir lo que se exige o predica.

¿No le parece a usted?

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.