Personajes periféricos

  • Xavier Gutiérrez
Terminó el poder del sempiterno dirigente obrero poblano.

Hay personajes que vivieron en una relación singular con el poder. Pudieron estar en la cumbre, pero siempre en un sitio discreto. Casi en penumbra. Su lugar fue una especie de botón cercano al poderoso, pero sin pasar a la historia.

Conocí fugazmente a uno y por referencias de interpósita persona a otro.

Don Blas Chumacero fue el segundo hombre más poderoso en el sindicalismo mexicano. El número dos  de Fidel Velázquez durante mucho tiempo. Por eso se turnó durante sexenios diputaciones y senadurías. Doña Aurelia era su esposa y todos la conocían como Aurelita.

Don Blas era el representante de la CTM en el poderosísimo consejo directivo del Infonavit. Ahí se decidían presupuestos multimillonarios para miles de unidades habitacionales en todo el país. Desempeñó ese encargo largo tiempo hasta que llegó el peso de la edad.

Al final asistía a las sesiones pero ya por los efectos de la vejez se dormía. Interrumpían su sueño para hacerle firmar la documentación. Hasta que falleció. Entonces, Aurelita decidió seguir asistiendo a las sesiones en representación de su difunto esposo.

Pero cortésmente le dijeron que no podía estar presente. El titular era su esposo y con la muerte ese lugar lo ocuparía otro representante de la CTM, le informaron. Ella se inconformó e insistió en entrar a cada sesión, allá en la capital del país. Su molestia llegó a las amenazas. Dijo que hablaría con Don Fidel para “hacer respetar su derecho”.

Fue a gestionar una audiencia con el veterano líder cetemista y éste, notificado del asunto, no la recibió. Ella intentó una y otra y otra y otra vez hablar con él. Invariablemente le negaron el acceso.  Nunca lo logró.

El secretario de don Blas había informado de todo esto a Fidel. Le entregó la documentación que poseía en relación a los asuntos de la cartera cetemista de don Blas y le dio pormenores del capricho de Aurelita.

 El vetusto dirigente nunca prestó atención a las pretensiones de la viuda. Se comportó institucionalmente y nombró un nuevo representante ante el Infonavit.

Así terminó el poder del sempiterno dirigente obrero poblano, y así también los sueños de heredar el poder de su difunta esposa.

El otro caso es de un hombre serrano de origen. Poblano, de Cuetzalan. Allá en la sierra contaban una leyenda. Decían que cuando era joven, un tipo pendenciero y bravucón lo intimidaba y humillaba. Él, un día, desperado por esta insoportable situación, lleno de ira, fue a su casa, regresó con una escopeta, buscó  al provocador y lo mató de un tiro. Después se fue de ahí y regresó al paso de los años. Eso se cuenta. No se si sea del todo exacto el relato.

Lo que sí es verídico es cómo lo conocí. Un día un amigo me invitó a comer a Cuetzalan y me dijo “vamos a comer casi como lo hacían los romanos”. Me pareció un poco exagerada la comparación, pero a donde llegamos fue a la casa de este personaje. Nos recibió en la puerta, elegantísima guayabera, dos puros en el bolsillo de esta, níveo sombrero estilo jarocho y modales más que cordiales.

La sonrisa, los modales, la jovialidad, creaban un ambiente gratísimo. En un espacio con ventanal hacia el hermoso paisaje de la sierra, nos ofreció, a los dos comensales invitados ,una enorme variedad de quesos. Realmente parecía una exposición quesera.

Los múltiples  aperitivos y vinos le daban un toque fino, estimulante y placentero a la antesala de la comida. Luego pasamos a la mesa. Impecablemente dispuesta. Manteles de una blancura como la nieve. La cubertería finísima y elegantemente colocada.

La mesa era para seis personas, pero sólo nos sentamos dos y el anfitrión. Su señora esposa nos atendió. Él ofrecía los vinos, de manera discreta y distinguida. No insistente ni encimoso. Sumamente cordial, delicado y cálido. Todo esto, salpicado de charlas sobre su relación con la familia Ávila Camacho.

Don Manuel Ávila Camacho le tuvo gran confianza y lo mantuvo siempre cerca, al servicio de la familia. Lo mandó a estudiar cocina a Francia. Esto explicaba el refinamiento en la comida, un banquete realmente.

 También fue diestro en el manejo de las armas, aunque no lo parecía. Se contaban proezas suyas sobre tiro al blanco a la vista de los invitados de su jefe y amigo. Alguna vez, incluso, despertó la admiración del presidente Lázaro Cárdenas.

A su conversación, interesante, simpática, prudente, le agregaba anécdotas de la vida política que le tocó presenciar o saber de primera mano, y algunas las ilustraba con curiosas e interesantes fotografías. Poseía un archivo extraordinario. Los platillos desfilaron de modo interminable.

Todo  increíblemente delicioso. Realmente parecían viandas de un restoran de lujo de una capital europea. La comida típica de la sierra, combinada mágicamente con platillos de estilo español o francés. Luego los postres, una variedad infinita.. El café, los chocolates, los puros, los digestivos….

Cuando nos levantamos de la mesa, nos condujo a la cocina y cortésmente y con una sonrisa, nos dijo: Qué lastima que ya se van mis amigos…miren…aquí esta lo que no quisieron comer.. Y había ahí efectivamente, en braseros ,mesas y fogones, más platillos que no llegaron a la mesa…

Las horas se fueron. El disfrute maravilloso.

Sé que tuvo diversas facetas este personaje inolvidable. Sé que vivió muchos años en la antesala del poder de la familia Ávila Camacho, de don Manuel particularmente.

Sé que afuera del despacho de su jefe y amigo aguardaba siempre, y que  al grito de “¡Eugeniooooo..!!!”, como un resorte, en un instante,  se hacía presente él con una respuesta lacónica y firme “¡A las órdenes señor..!!”

Yo lo conocí de esta manera y nunca olvidaré esa tarde casi mágica que compartimos con él allá en Cuetzalan.

El fue, don Eugenio Herrera…

 xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.