El gatopardismo en Morena

  • Guillermo Nares
Se vislumbra con mayor evidencia una tendencia mayoritaria en el elector poblano

El desarrollo de la campaña ha puesto de moda el cambio de color. Todos se quieren vestir de guinda, aunque sigan pensando y adorando las claves políticas del pasado.

No es para menos. Se vislumbra con mayor evidencia una tendencia mayoritaria en el elector poblano, optimo solo para un candidato. Atendiendo el símil de la guerra, que lo es, aunque su naturaleza es electoral, el panorama presenta a un contendiente con generales y tropa, otro solo con generales y un tercero sin generales ni tropa.

Luis Miguel Barbosa Huerta -con fórmula unitaria, conciliadora- participa en buenas condiciones, de mayor superioridad sobre sus oponentes. Su penetración se ha incrementado, pues es la segunda vez que compite; las debilidades organizacionales de la primera campaña se han corregido; existe mayor experiencia para la promoción y defensa del voto; ha ensanchado su estructura electoral; el contexto mediático local, sin la dirigida hostilidad del año pasado es sano, de mayor equilibrio y evidentemente el tiempo de campaña opera a su favor,

El abanderado tricolor, Alberto Jiménez Merino, brega contra todo: es candidato alterno; ha sido un funcionario discreto de bajo perfil siempre; representa a un partido que perdió la presidencia de la república; su estado mayor se compone de añejos y desprestigiados generales, cuyas habilidades quedan como testimonio histórico, porque su pasado reciente es un compendio de derrotas, guerras perdidas; él y sus generales van a la guerra sin infantería electoral porque ya no la tienen, se alejó, desertó o sencillamente su proceso de migración empezó desde hace ocho años y lo poco que queda continúa trasladándose hace el manto morenista. Solo desde el autoengaño se podría afirmar que el PRI tiene alguna posibilidad de ganar.

La candidatura de Enrique Cárdenas raya en el martirologio. Es él y su existencia. No hay estructura partidaria, no hay oficio electoral, no hay historia política y su discurso quedo en desuso. Es uno de los tantos personajes ciudadanos que, desde junio pasado, fue atropellado por el lopezobradurismo.  Su campaña podría tener la virtud de obligar a sus contendientes a fijar posiciones de agenda gubernamental, pero su discurso, que es el único recurso del cual podría echar mano, se vació de contenidos al aceptar ser postulado por el Partido Acción Nacional. Tampoco tiene futuro la estrategia del voto útil que pretende implementar.

La teoría del voto útil en realidad es un recurso mediático que en nuestro país se ha utilizado para encubrir la movilización de poderosas estructuras electorales el día de la elección para modificar, alterando, los resultados electorales. Como estrategia de campaña es excesivamente pobre en sus expectativas.

Por ello afirmamos que el proceso ya se encuentra decidido. Es incluso inútil e irrelevante quien quede en segundo o tercer lugar. El año pasado se distribuyeron muchos puestos de representación política, en esta ocasión no es así: el que gana, gana todo y el que pierde, pierde todo. Tanto el segundo como el tercer lugar tendrán que remar desde la oposición y a contracorriente de sus trayectorias, para intentar recomponer su capital político. 

Los problemas en realidad son de otro tipo y provienen de la cohesión e identidad de la fuerza política que hoy ya es mayoritaria, morena. Su crecimiento enfrenta el contrasentido del gatopardismo.

La estrategia política coalicionista ha llevado a admitir a agrupaciones y personajes diversos. Muchos de ellos, por intereses personales adoptan los colores de morena de modo interesado. Aprovechando el discurso de unidad, vendieron sus oficios bajo la careta de ser demócratas, progresistas e incluso de izquierda. Falso. Son gatopardos, se visten con los colores de morena única y exclusivamente porque significa comprar un boleto seguro hacia el presupuesto y el poder público. Morena debe tener cuidado con estos personajes. Su pasado no ha sido muy venturoso en la política. Muchos de ellos se encumbraron en el antiguo régimen y su aporte para las oficinas gubernamentales fue nada. No son personajes honorables. Nunca han construido nada. Vivieron y se enriquecieron de las instituciones. Se presentan como operadores electorales expertos, otros como enlaces de la sociedad, algunos más como maestros de la pelea callejera, como fajadores verborreicos. En realidad, son actores cuyas claves para hacer política se encuentran en desuso, con un discurso limitado, elemental. Nunca bajaron de loco y populista a Andrés Manuel López Obrador. Por el contrario, querían y cantaban la derrota de morena. Perdida la presidencia no son nada y no representan a nadie. Por su pobreza conceptual ni siquiera es posible considerar sus puntos de vista respecto a los problemas que aquejan a la sociedad. Manifiestan fidelidad, pero el día después de la elección estarán tramando ya su propia agenda. Morena les otorga todo, lavarles la cara, a cambio de nada.

¿Qué lealtad pueden tener quienes hoy se ponen la camiseta del presidente de la república, pero su corazón sigue siendo azul o tricolor?

En política lo que unos ganan otros lo pierden. Desafortunadamente de la convocatoria a la unidad y a la reconciliación se han quedado fuera el grueso de militantes y simpatizantes del morenismo que provienen de una larga tradición de izquierda poblana. Es una gran verdad: los históricos izquierdistas se encuentran marginados, la avalancha de gatopardos los redujo no solo simbólicamente, fueron excluidos de la mayoría de la representación política desde el año pasado. Como expresión teórica e ideológica permanecen al margen de la discusión y el debate, no por incapacidad, sino porque como expresión política ha sido reducida al mínimo.

La propuesta del nuevo gobierno debe incorporar las distintas voces de la sociedad considerando una premisa fundamental: se requiere construir un orden local democrático, lo cual significa pasar a retiro los mecanismos de control político que dominaron la escena poblana durante largo tiempo. No basta la implementación de medidas inmediatistas sin tocar la gestión pública en el ámbito de su estructura institucional. La inseguridad tendrá que combatirse asociada a la revisión del funcionamiento del sistema de administración e impartición de la justicia.

En igual sentido, el combate a la corrupción significa llamar a cuentas a los mecanismos encargados de combatirla, pues es en territorio poblano es letra muerta. Las distintas instancias no son sino un tinglado de intereses que funcionaron para solapar el mal uso de los recursos públicos. Se requiere reinventar los controles anticorrupción y empatarlos, cuando menos, con el ámbito federal.

El diagnóstico de la realidad es de complejidad y urgencia. El bienestar de los poblanos es el que está en juego a final de cuentas. En dicha perspectiva el gatopardismo, si llega a ser hegemónico, será un lastre político para quien gobierne y para la sociedad. El riesgo será de cinco años con más de lo mismo…o peor.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior