Vivir es una delicia
- Elmer Ancona Dorantes
Vivir es una delicia. Es cierto, desde que nacemos la vida está llena de complicaciones, incluso de mucho llanto, pero eso no le quita lo hermosa e inquietante.
¿Quién no ha sufrido penuria a lo largo de su existencia? Nadie se ha salvado de eso. En menor o mayor medida todos hemos padecido desamores, desengaños, sobresaltos, pobreza, miseria, enfermedades, limitaciones físicas y psicológicas o carencias de cualquier índole. De la muerte ni qué decir. Nadie escapa a estos pasajes terrenales.
No obstante, la vida también nos ha bendecido con amor, caricias, ternura, alegría, dicha, sorpresas, descanso, diversión, de asombrosas postales y otros tantos placeres que hace que la gente exprese en voz alta ¡Vale la pena vivirla!
Vivirla con toda intensidad, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, sin arrepentimientos. Sólo los que se atreven a experimentar el ímpetu y el ardor de la vida saben a lo que me refiero.
El pasado 28 de septiembre se celebró el Día de Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro, y en diversas ciudades del país decenas de mujeres y colectivos marcharon para exigir el reconocimiento legal del aborto en cualquier circunstancia que la mujer lo requiera.
Esas mujeres están en todo su derecho de pedirlo. Las leyes nacionales y los tratados internacionales les otorgan esa facultad. Así es esto de los derechos humanos.
Las normas han regido nuestra existencia desde los tiempos más primitivos y no se diga ahora que vivimos horas de “lograda” civilización.
En lo personal -y tengo todo el derecho a expresar mis propias ideas sin ser objeto de ninguna inquisición (artículo 6º constitucional)- considero que en la mayoría de los casos el aborto no es la solución para terminar con las penurias de una madre en potencia y mucho menos para “blindar” al recién nacido de carencias futuras.
Yo creo (es sólo un supuesto) que al momento de ser concebido el nuevo ser ya viene investido de alma, de espíritu, de ese “halo” de luz que le da todo el derecho personal e individual para enfrentar la vida, venga como venga, con todas sus oportunidades y con todas sus complicaciones.
Haciendo a un lado el iuspositivismo, tendríamos que centrarnos en el iusnaturalismo que establece que todos los seres vivos, sin excepción, deben disfrutar de los derechos universales por el simple hecho de formar parte de la existencia humana.
Aunque el “producto” (ser vivo) esté inmerso en el cuerpo de la madre, por el simple hecho de haber sido concebido ya goza del derecho pleno a la vida. Ser un Ser Vivo y Viviente le da esa garantía. No lo digo yo, lo dicen los tratados universales.
Este es un tema delicado y complicado (digno de ser debatido y discutido con seriedad en diversos foros), ya que aquí estamos hablando de duplicidad de derechos, tanto los de la madre (que porta al “producto”) como el del ser humano engendrado.
Si la joven madre no quiere tener a ese ser vivo en su vientre por no haber sido concebido con amor, o porque no fue planeado, o porque carece de los recursos económicos para alimentarlo ¿Tiene el derecho de arrancarlo de su cuerpo y frenar su existencia?
Los iuspositivistas dirán que sí –y tienen toda la razón- porque el ser humano está investido de esos derechos que le reconoce y otorga el Estado como ciudadano universal que es.
Pero los mismos iuspositivistas reconocen que el ser vivo que ha sido engendrado también goza de derechos naturales intrínsecos, tanto es así que el propio Estado afirma que sólo bajo ciertas circunstancias podrá ser interrumpido el ciclo de vida del “producto” (por ejemplo, en caso de una violación o de enfermedad letal).
Para los hombres y las mujeres que decidieron procrear por voluntad propia o que “fallaron” en sus cálculos y no midieron las consecuencias de sus actos, no es tan fácil decir “abortamos a este ser y punto”. Craso error.
Todos los seres humanos están investidos de derechos, desde que son concebidos hasta que mueren. Así es el derecho. Así es la vida. No es tan sencillo acabar con la existencia de nadie por más pequeño que parezca o por más anciano que se vea.
Hasta el derecho positivo tiene sus límites. Un Estado-Gobierno, por sus pistolas, no puede decir: “A partir de hoy todos los que tengan más de 70 años deberán ser ejecutados por ser poco productivos para la nación” ¡A cuenta de qué!
Lo mismo sucede con los grupos pro-aborto, que a más no poder pretenden que todo tipo de embarazo pueda ser interrumpido por la simple voluntad o deseo de los progenitores o de la “portadora”. Suena como a defensa de algo, como algo hermoso, pero en realidad no lo es.
¿Están en su derecho de exigirlo? Sí ¿Están en su derecho de marchar para presionar un cambio de legislación? Sí ¿Está obligado el Estado a cumplir con todas sus propuestas, así marchen cientos de personas? No.
Este mismo derecho de marchar o de protestar tienen los grupos “pro-vida” o “conservadores”, porque el Estado Mexicano y sus leyes ofrecen esas garantías. Suelo parejo para todos.
Soy partidario de que todos expresen sus sentimientos, sus posicionamientos, sus ideas o creencias como mejor les parezca. El derecho los faculta y les da esas garantías.
Soy firme creyente de abrir foros de discusión serios, donde todas las posturas sean escuchadas sin violentar los derechos de terceros. A fin de cuentas el Estado (los gobernantes, los legisladores, los jueces) se echarán encima la responsabilidad de sus actos y decisiones y todos deberemos acatar la ley.
Algo más: la sociedad debe retomar con seriedad el tema de la educación sexual. Si desde niños el Estado, los padres de familia, las iglesias, los grupos y comunidades educáramos a nuestros hijos sin esconder o asustarnos de estos temas centrales que los involucra, se evitarían muchos “embarazos no deseados” que terminan llegando a abortos autorizados o mal practicados.
Soy un amante de la vida porque creo que la vida es una delicia desde que comienza hasta que termina; no soy partidario del aborto (salvo excepciones) por considerar que se violentan los derechos elementales de los seres vivos, por muy pequeños que parezcan.
La vida hay que dejarla correr, venga como venga, y hay que respetarla con las garantías que el propio Estado establece para lograrlo. El Estado debe abrir más opciones para esas madres que no quieren saber nada de esos pequeños. Legalmente, el Estado tiene la última palabra.
Yo, mientras tanto, seguiré pensando que Vivir es una delicia y la existencia hay que defenderla hasta con los dientes sin violentar la ley. Cuestión de enfoques.
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Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y maestro en Gobierno y Políticas Públicas por el Instituto de Administración Pública (IAP) y maestrante en Ciencias Políticas por la UNAM. Catedrático. Ha escrito en diversos medios como Reforma, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.