Primero la propuesta
- Fernando Castillo
Nadie puede negar que se ha iniciado ya -y desde hace algunos meses- el proceso sucesorio para elegir al próximo presidente de México. Si bien es cierto que formalmente, el año electoral comenzará el próximo 8 de septiembre, no hay partido político en el que no se cuestionen quién será el candidato y se pugne por obtener la designación, mientras que en el país en general se siente ya ese ambiente de año de elección presidencial.
Sin embargo, a pesar del difícil momento en que se encuentra México, con todos los problemas que afectan la marcha diaria del país, la sociedad mexicana está recayendo en el error de apoyar a un candidato, con la absurda pretensión de que su sola existencia y ascenso al poder habrá de borrar de un plumazo los problemas, sin considerar que la mejor elección no debe de basarse totalmente en el candidato, sino en la propuesta.
Aún cuando falta bastante tiempo ya hay un candidato definido. Nadie duda que Andrés Manuel López Obrador será el candidato de MORENA a la presidencia de la República, pues es un partido que creo ex profeso para ello. El problema es que no tiene una propuesta para atajar los problemas ni un proyecto claro y congruente para construir un mejor país.
Pensar que la corrupción es el gran problema de nuestra nación puede que no suene tan errado, pero la realidad es que es sólo una consecuencia de uno más grande, que me permitiré detallar más adelante. Creer que con la sola llegada de un político retrograda la corrupción habrá de desaparecer, es una falacia, que se convierte en burla, cuando en su recorrido nacional (que es la continuación de una campaña que ha durado ya casi 12 años) va integrando en su equipo a una cantidad bárbara de políticos que sólo han vivido del erario y de los beneficios -legales e ilegales- que obtuvieron de sus posiciones de poder. Definitivamente hay sumas que restan y López Obrador, en su obsesión de conseguir la presidencia, va haciendo estas despreciables adiciones.
En el resto del espectro político, el PRI ha reafirmado su obediencia ciega a la figura presidencial, eliminando los candados que limitaban el poder decisor de los tres sectores tradicionales: falange, falangina y falangeta.
De manera por demás absurda, la militancia del PRI se ha sometido a la voluntad de un presidente que sólo tiene el respaldo del 19 por ciento de la población y que, con su actuar y el de su equipo, tienen al otrora partidazo con una intención de voto dos puntos porcentuales menor a eso.
Las dirigencias del PAN y PRD están en pláticas para consolidar un frente amplio opositor, al que que ven como un instrumento para frenar el avance de MORENA y para sacar al PRI de Los Pinos, sin darse cuenta que han generado la idea de que sólo aliándose podrán triunfar. Menudo disparate el pensar que la mezcla de derecha e izquierda -de agua y aceite- puede ser una alternativa de gobierno.
Hoy, los partidos políticos están en la búsqueda de los candidatos que aseguren el triunfo y que les permitan una mayor cuota de poder durante los próximos años, sin considerar siquiera que la situación actual del país requiere de un proyecto que permita construir al México de las próximas generaciones.
Winston Churchill decía, atinadamente, que no vas a curar el cáncer con una mayoría de votos, requieres de un remedio. De la misma manera no se entiende esa desesperada búsqueda de los votos, cuando no se han dado visos de que tal o cuál plataforma vaya a ser el proyecto de gobierno que se pretende encabezar. Corremos el riesgo de repetir el fiasco presidencial que fue la elección de Vicente Fox en el año 2000.
Estoy convencido de que éste es el momento en que nuestro país requiere de un gran cambio, pero no sólo en lo que respecta a la persona del presidente ni de los colores del partido que lo impulse, sino un verdadero cambio estructural que sea efectivo para combatir los lastres que azotan a México y así poder generar las condiciones para enfrentar el futuro. Este es el momento de elegir una propuesta y no a una persona.
Creo que a diez meses de la elección, no hay tiempo para generar el gran proyecto que los mexicanos queremos escuchar, pero sí tenemos la oportunidad de elegir a quien siente las bases de un cambio, a quien inicie la transición hacia el México del futuro y que dé el primer paso. Elijamos el Presidente del cambio, el que quizá no tenga tiempo de llevarnos a la meta, pero que sí nos va a sacar de dónde estamos.
Hoy exigimos recuperar el Estado de Derecho. El gran problema de México es el poco valor que tiene la Ley. La corrupción, la inseguridad y la violencia son efectos de la arbitrariedad en la procuración e impartición de justicia. Si un funcionario público recibe grandes sobornos o si un «huachicolero» pica y pica ductos, lo hacen porque pueden, porque saben que aunque la pena sea muy alta -y estúpidamente se crea que aumentarla más es la solución- las posibilidades de ser capturados son relativamente bajas y siempre hay cabida para un «arreglo».
Este gobierno, al que le explotó en las manos el tema de la corrupción, se la ideó para crear un mamotreto como lo es el Sistema Nacional Anticorrupción, un instrumento inútil, sin dientes y sin recursos. Lo ideal es que se fortalezcan las instituciones constitucionalmente obligadas a la revisión de cuentas públicas y a la procuración de justicia. No necesitamos, ni siquiera como ejercicio de transparencia, el conocer a detalle el patrimonio de los servidores públicos, es una información que no debe de ser revelada. Lo que requerimos es que los órganos encargados de la vigilancia del servicio público funcionen bien, cuenten con esos datos y que cualquier incremento patrimonial sea investigado a fondo y en caso de alguna discrepancia injustificable entre el crecimiento de este y los ingresos del servidor público, se sancione con energía y se repare el daño al Estado.
Necesitamos una propuesta de reforma integral al sistema electoral. No basta con una maquillada a las leyes para que la clase política siga ordeñando a las finanzas públicas. Hay que buscar una reforma estructural del sistema de partidos, para que estos sean verdaderos órganos de poder público y dejen de ser negocio de élites, para convertirse en instrumentos de sus militantes.
Dejemos de crear un partido para cada pensamiento, sino buscar la pluralidad de estos dentro de su marco ideológico, conformando así verdaderas plataformas políticas construidas a base de coincidencias. Urge que se establezcan procedimientos de selección de dirigencias verdaderamente democráticos, que lleven a las bases al poder y estás puedan participar directamente en la toma de decisiones partidistas.
La democracia no tiene que costarnos tanto y ser tan ineficiente. Parece digno de una comedia, si no es que de una tragedia, que el presupuesto que los partidos recibirán en 2018, sólo por parte del INE, alcance los 6,800 millones de pesos y estos no encuentren alguien digno entre sus militantes y digan que buscan postular «candidatos ciudadanos». Los partidos políticos deben de ser el medio de acceso al poder, pero también los principales difusores de la cultura política entre los ciudadanos.
Es necesario buscar alternativas para reducir notablemente el financiamiento público de los partidos. La excusa de que ampliar el financiamiento privado favorecería la entrada de dinero sucio, no es más que la aceptación de la incapacidad del Estado Mexicano para enfrentar eficazmente al crimen e impedir que recursos de origen ilícito se introduzcan a la vida política del país y al sistema financiero nacional.
Debemos dejar de lado falacias demagógicas como la supresión del fuero constitucional, del que ahora se reniega, pero que es un instrumento para evitar arranques autoritarios del ejecutivo en contra de los otros poderes. Hay que reformar los procedimientos para que si la fiscalía hace una investigación sólida, sea la Suprema Corte la que determine si ha lugar a proceder contra un funcionario investido de fuero. El hacer del Congreso un tribunal de procedencia, sólo ha permitido que la negociación política y la solidaridad entre pares (cómplices) permita la impunidad o la persecución a partir de cálculos políticos, en detrimento de la impartición de justicia.
Es ineludible también reformar la forma de integrar al poder legislativo. El sistema híbrido con el que integramos la representación en el Congreso, con diputados y senadores de mayoría relativa y de representación proporcional, debe sustituirse por un modelo más justo. O tenemos legisladores electos por mayoría o votamos listas de partido en cada circunscripción. La mixtura, que en algún momento permitió darle voz a la oposición, hoy está superada y sólo es el vehículo para que muchos miembros de la élite política vayan brincando de cargo en cargo, sin que tengan mayor mérito que la buena voluntad de la cúpula de sus partidos.
Hay que modificar el sistema tributario y los programas sociales, para lograr un país más competitivo y con mejores niveles de desarrollo social. Una reducción de las tasas de impuestos daría un impulso notable al mercado interno, a la inversión y con ello a la creación de más empleos y, como consecuencia, a los salarios se incrementen.
Hay que favorecer la inversión en los lugares donde la pobreza reina, sin dejar de atender las apremiantes necesidades sociales de los sectores más desprotegidos. Vamos a darles el pescado hoy, mientras los enseñamos a pescar el de mañana, los llevamos al mar y les ayudamos a conseguir las redes.
El sistema fiscal requiere de ampliar la base de contribuyentes y reducir los gastos fiscales con los que hoy cargamos y que no tienen otro fin que el control político de amplios sectores de la población. También hay que profesionalizar a los órganos tributarios para hacer más efectiva la recaudación y la auditoria, simplificando también el cumplimiento de las obligaciones fiscales. Hoy es más fácil entender física cuántica, que como cumplir con las obligaciones fiscales.
No podemos construir el México del futuro, si no definimos cuál es el lugar que queremos ocupar en el mundo. Nuestra política de no intervención y la doctrina Estrada, fueron los medios para impedir que el mundo interviniera en nuestros asuntos, aduciendo que nosotros no interveníamos en los ajenos. La realidad geopolítica del siglo XXI y las nuevas tiranías que se están formando, nos obligan a una posición más firme en defensa de los derechos humanos. Estoy convencido que la no intervención sólo favorece al opresor, nunca al oprimido.
La política exterior hacia Venezuela nos ha demostrado la ineficiencia de la simple condena, si esta no se acompaña de un endurecimiento de nuestra posición, del retiro de nuestro embajador, la ruptura de relaciones diplomáticas, una política de ayuda humanitaria a los venezolanos que se quedan allá y facilidades migratorias para los que quieren salir.
El México del mañana se va a erigir sobre los cimientos que construyamos. Elijamos un Presidente que, por su capacidad, su integridad y sus principios, pueda sacar adelante un buen programa de gobierno. Decidamos la elección, atendiendo a la propuesta.
EL IMSS ES OTRO
Mi padre fue médico del Seguro Social durante 30 años y tanto en su actividad institucional, como en los años que formó parte del sindicato, conoció y dio solución a muchas de las contingencias que siempre se presentarán en el IMSS. Ante el fallecimiento de mi padre, mi madre debió de realizar algunos trámites ante la institución, trámites que alguien mal informado le dijo que serían lentos y llenos de complicaciones;l. Busqué la intervención de Igor Rosette, Director de Prestaciones Económicas y Sociales del Instituto, quién sin conocerme atendió mi inquietud y me canalizó con dos funcionarios muy competentes, Mario Alberto Martínez Hernández y Eduardo Javier Elías Gallardo, con los que tuve una comunicación pronta y me informaron que el trámite marchaba bien y mucho más rápido de lo que se podía esperar. A los tres les estaré siempre muy agradecido.
Hay que fortalecer la profesionalización del servicio público; el Seguro Social, que ha mejorado tanto en los últimos años, es una muestra de que sí se puede, lo han hecho y por eso hoy el IMSS es otro... y se nota.