El país de las consecuencias
- Fernando Castillo
Decía José de San Martín que la soberbia es una discapacidad que suele atacar a pobres infelices mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.
Las palabras del héroe de la independencia argentina, definen muy bien ese padecimiento de la clase política mexicana, que va más allá de la incapacidad, estupidez y locura de muchos personajes y que, además de contagiosa, parece ser hereditaria.
México tiene hoy muchos problemas. Nadie puede decir que gobernar un país sea fácil -y menos si ese país es el nuestro, tan diverso, pluricultural e históricamente enfrentado- pero es evidente que esto se vuelve más difícil cuando el gobernante se aleja del sentir ciudadano y menosprecia sus necesidades, pues la clase política vive en un mundo distinto y cree que basta su palabra para cambiar la realidad de una nación. La soberbia que nace de un desconocimiento de la situación social es la que ha generado el México de las consecuencias, al que hoy estamos padeciendo.
Hace unos años, la película «La ley de Herodes» nos mostró, a la escala más pequeña, las más deplorables prácticas de los gobiernos priistas, con un régimen que entregaba a sus leales pequeños feudos con los que, los hijos de la revolución, a fuerza de corrupción y crimen se iban labrando un futuro, que dependía de su descaro y habilidad para torcer la ley.
Aunque la creencia general pudiera decirnos que ya no se trata del mismo país, la realidad no deja de darnos sorpresas, pues no erradicamos los vicios sino que los generalizamos. Lejos de haberse formado o consolidado una opción real, que fuera la alternativa al viejo sistema, la clase política de hoy ha adoptado las peores mañas y repite las viejas prácticas del más repugnante priismo.
El periodo 2000-2012, el de la primera alternancia, no representó ningún cambio de sistema. La poca capacidad política de Fox y la escasa legitimidad social -que no electoral- de Felipe Calderón, fueron bien aprovechadas por los priistas que, como gobernadores, pusieron un freno al ejercicio de la presidencia sin otro fin que el de proteger sus intereses, cayendo en el absurdo de frenar las reformas que hoy se presumen como creación de Peña Nieto y que llegan a destiempo, con lo que se perdió la oportunidad de explotar todo su potencial.
Hoy los mexicanos vivimos las consecuencias de aquello que no se hizo, pero principalmente, de que todos los partidos se han vuelto instrumentos de la clase política, que ve en el gobierno la oportunidad de enriquecerse y han hecho del poder público, como dijera un intelectual, el más sucio de los negocios que existen en nuestra patria.
El PRD, conformado en su mayoría por los priistas resentidos desde 1988, nunca ha sido una verdadera opción de cambio, al haber sido bien en usufructo de tribus y caudillos que han establecido una estructura clientelar, que lejos de abrir las puertas del poder al pueblo, utiliza a éste para beneficio de sus líderes, a cambio de la protección política para los que violan la ley. Tianguistas, ambulantes, invasores y extorsionadores en los sitios donde gobiernan, son la prueba de ello.
Las consecuencias del cambio que no llegó, las vemos en la descomposición del PAN. Hoy, Acción Nacional está cada vez más lejos de lo que fue y de lo que México necesita. El último gran ideólogo del panismo, Carlos Castillo Peraza, decía en un discurso de 1993: «Somos una fuerza, porque nos exigimos a nosotros mismos antes que exigirle a los demás... porque respetamos las leyes sin necesidad de pactos y porque exigimos acuerdos políticos verificables para modificar las practicas irregulares y mañosas... porque somos partido político, no academia, ni horda ni grupo de presión ni fábrica de insolencias».
El panismo de hoy se ha convertido en cómplice de las más sucias violaciones al orden democrático y a la ley. Igual se aprueban nombramientos improcedentes que se negocia la ley y el manejo del dinero está condicionado a la asignación de una tajada que el legislador pueda negociar con su respectivo «moche». El PAN de hoy paga las consecuencias de abrirle las puestas a los que llegaron cuando fue gobierno y de habérselas cerrado a los que lo llevaron al gobierno. Acción Nacional no es más, el partido de la gente decente.
El panismo de empuje, iniciativa y resistencia está hoy relegado y excluido y sus liderazgos actuales se han olvidado de que, como decía el mismo Castillo Peraza «el partido que en la práctica muestra que no confía en las propias ideas ni respeta su propia historia, acaba por darle la razón y el poder a las ideas ajenas, para mentirse a sí mismo y engañar al elector».
La desesperación de obtener el poder, sólo por el poder mismo, está llevando al partido al absurdo de buscar una alianza con el perredismo que no sólo lo ha insultado, sino vilipendiado en extremo. Lo más irónico es que hay quienes proponen la alianza PAN-PRD, para llevar a la presidencia a un expriista.
La oposición renuncia a ser oposición y se pretende convertir en el instrumento del sistema para frenar a un candidato; el populista de la derrota eterna que hoy, increíblemente tiene posibilidades de ganar.
Lo que la élite política parece no ver, es que las posibilidades de triunfo del orate de ideas mesiánicas y soluciones simplistas, son consecuencia de que se ha creado la percepción, no muy equivocada, de que la ineficiencia, la incapacidad y la corrupción, son vicios compartidos por las fuerzas políticas tradicionales y el discurso anti sistema del lopezobradorismo, aunque falso, es diferente y para un desesperado, cualquier agujero es salvavidas.
El entorno electoral que vivimos, es consecuencia de las alianzas cupulares que crean un entuerto legislativo después de cada elección, que sólo viene a entorpecer la ruta democrática, con una excesiva regulación y con acuerdos en lo «oscurito», en los que se reparten los órganos electorales y se imponen consejeros que actúan como verdaderos representantes de partido y que tienen un criterio tan flexible que son capaces de ver bajo dos ópticas distintas unos mismos hechos.
El sistema de hoy, es la consecuencia de la vuelta al poder del PRI, corrupto y corruptor, que vela sólo por sus intereses personales y de camarilla, sin que exista un verdadero proyecto de nación.
Este gobierno se dedica a hacer y proteger negocios, a administrar la pobreza y permitir la injusticia. A ratos es un gobierno espía que quiere ser un gobierno agresivo para ocultar su debilidad. En otros momentos se habla de economía de mercado, se liberan los precios de las gasolinas, pero se maneja el precio a conveniencia política, aumentando o disminuyendo el incentivo fiscal y, por ende, el IEPS. Se habla de estrategias de seguridad, pero sólo se recurre a la fuerza bruta, con acciones de guerra en contra de los presuntos delincuentes. Se quiere combatir la pobreza, pero lejos de brindar oportunidades al pobre, se van repartiendo dádivas en un ejercicio que favorece actos de corrupción y compra de votos.
Quizá hoy, más que nunca, tengan validez las palabras de Hugo Gutiérrez Vega, que en 1961 dijo «... este régimen en poco se desayuna izquierdista, come derechista, cena anarquista y duerme soñando con el socialismo de Cárdenas». No hay una idea de país.
La apertura económica no termina de cuajar, porque el gobierno no busca, mediante incentivos, promover la inversión ni la creación de empleos y que estos sean bien pagados, sino que tiene estrategias fiscales con fines recaudatorios que le permitan sostener una burocracia obesa y programas sociales que constituyen meras dádivas para seguir administrando la miseria y lucrar políticamente con ella.
Durante años se castigó el ingreso del trabajador para buscar la inversión. El control gubernamental de las decisiones relativas al incremento del salario mínimo, tuvo consecuencias en el poder adquisitivo del mexicano, situación que hoy será corregida pues también fueron verdaderas prácticas de «dumping» y es un tema en el que, al renegociar el NAFTA, nuestros socios comerciales no van a ceder. El salario mínimo va a aumentar y eso, irónicamente, se lo vamos a deber a Donald Trump.
El México de hoy, es el México de las consecuencias. Particularmente es consecuencia de una apatía ciudadana. Hace unos días, veía un video de Carlos Emiliano Salinas, en el que decía, con mucha razón, que el compromiso ciudadano nos ha alcanzado para una marcha, cada dos o cuatro años. Es el momento de cambiar las cosas.
Hay que elegir un gobierno que se decida a cambiar el sistema y unos legisladores que se comprometan a cambiarle el rostro al país. Hay que dejar la queja en las redes sociales y pasar al activismo real. Que los ciudadanos recuperen las instituciones, comenzando por los partidos políticos y desde ahí, iniciar el cambio que este país necesita. La soberbia no puede apoderarse del ciudadano y debemos dejar de creer que es sólo el voto el que va a cambiar las cosas. Es momento de comprometerse a luchar por el país y abandonar la absurda idea de que es un tuit el límite de la acción. Las consecuencias de no hacerlo, las pagará la siguiente generación.
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