La política mexicana desde la mirada social

  • Guillermo Nares
El proyecto de la revolución. La creación de la clase media nacioanal. El fracaso. El neoliberalismo

Durante la centuria pasada las elites posrevolucionarias desarrollaron  un modelo de país sustentado en la creación y fortalecimiento de una clase media nacional.  El sueño criollo de pretensiones universalizadoras  del siglo XIX, que desembocó en la ausencia de ciudadanía (dice Fernando Escalante), fue suspendido, adaptado y reorientado por las élites posrevolucionarias hacia principios ideológicos de igualitarismo social.

La fórmula política de la elite posrevolucionaria diseñó fines y medios. El programa ideológico de la Revolución mexicana hizo síntesis en la Constitución de 1917. El medio fue la burguesía. Una  nueva, posrevolucionaria, moderna, de veta nacionalista. Sustituyó (no mucho) a la  porfirista, y sus herederos acabaron comulgando, en el silencio público, gracias a la hacienda pública,  ideales con los líderes revolucionarios, que no con los fines sociales de la revolución.

Para las elites políticas nacionalistas fue prioritario hacer crecer una “burguesía nacional”.  El capitalismo mexicano del nacionalismo revolucionario, sería realidad si desde el Estado emergía y  se cuidaba a dicho segmento social. Así fue hasta 1982.

Alentaron proteccionismo estatal directo e indirecto hacia los empresarios mexicanos. El extendido programa del estado mexicano (Estado de bienestar) tenía la meta de consolidar  empresarios nacionalistas, serían la vértebra del desarrollo del país. Crecerían gracias  a un mercado interno amplio subsidiado, menor para el consumidor y mayor para el productor. Ambos colaboradoramente acelerarían el crecimiento gracias a la industrialización. Se mejorarían los indicadores de salud, educación, empleo y urbanización. Dicha perspectiva terminaría por consolidar y extender un sector medio en la población como soporte de largo plazo de un Estado nacional mexicano posrevolucionario. Pasamos a ser un país moderno, industrializado, urbano, con instituciones de salud no tan malas, con programas estatales de vivienda y un sistema de educación pública no tan malo, con respecto a América Latina

El modelo empataba muy bien con las perspectivas de avance de los capitalismos nacionales regulados por el bienestar social. México fue prototipo de desarrollo. La esfera pública encontró su traducción en el fortalecimiento de una clase media convertida en soporte político, económico e ideológico duradero  identificada perfectamente con el ideal de bienestar.

El esquema sin embargo presentó una ausencia. La condición social clasemediera fue ajena a toda pretensión de ciudadanía, de ampliación de libertades políticas, de democracia. Su fuerte presencia caló en los demás sectores que vieron en la urbanización de la capital del país un paradigma elevado hasta el paroxismo del buen vivir, sólo eso. La ilusión nacional derivó del progreso de los sectores medios de la capital mexicana. Su emergencia ciudadana fue desproporcionadamente despedazada en el 68; el modelo de clase media nacional alentaba  bienestar social y económico, no ciudadanía.

Las nuevas clases medias, de origen geográfico y étnico diverso, acabaron seducidas y colonizadas por el modernismo posrevolucionario que construyó un orden social sustentado en proyectos de mestizaje como medio unificador nacional.

Las diferencias étnicas, de lengua, de cultura, de creencias, de religiosidades, de formas de justicia distintas y distantes del modelo nacional, las formas de participación política ajena y hasta contraria al régimen, la inquietud social de los marginados urbanos y rurales, la protesta, la exigencia de demandas,  siempre fue mal vista por este sector. Tanto así que desde siempre, sus sectores “ilustrados”, han clamado olvido para las atrocidades de violencia política del autoritarismo mexicano, muchos de ellos fueron voceros oficiosos del autoritarismo y son quienes suponen toda pretensión innovadora de la política mexicana como desproporcionada.

Los contenidos simbólicos del nacionalismo revolucionario, a través del espejo que significaron las clase medias, dejó que el país viviera, en elecciones controladas, la ficción democrática, enterrará su pluralidad étnica originaria en una suerte de “folklore nacional” para consumo del mercado, hiciera caso omiso del crecimiento de los cinturones de miseria que generó la urbanización acelerada. Se olvidó comodinamente, que el país, sigue siendo rural y si bien minoritario en términos demográficos, mayoritario en términos de control de espacio y del cual el Estado mexicano se ha ausentado cuantas veces ha querido.

El modelo llegó a su fin en 1982. Se convirtió en un sueño roto. Las clases medias, sin ciudadanía, percibieron con naturalidad el declive de sus condiciones de bienestar y poco les importó ajustar cuentas con el autoritarismo en sus irresponsables omisiones. Los usos institucionales  modelaron interesadamente la ausencia de política en dichos segmentos; los aislaron, fueron confinados cultural y políticamente. Se encargaron de aterrorizarlos si exigían sus derechos. Sus segmentos intelectuales más destacados se convirtieron en defensores a ultranza del “status quo”.

Gracias a dicha actitud, a su omisión política, la cara salvaje del capitalismo se enseñoreó en el espacio mexicano. El neoliberalismo, el más rapaz, depredador e inhumano que aterrizó fue natural para estos sectores. Acabaron uniformándose como consumidores, no como ciudadanos, arrastrando a los marginados permanentes a través de ilusiones ópticas mediáticas. 

El orden social construido en el siglo XX con las clases medias terminó. No dio lugar a uno mejor. Su  auto reducción, la restricción desde la esfera gubernamental, su progresiva disminución cultural (des) identitaria y circunscrita al aislamiento social gracias a su proclividad por el ámbito privado,  ha provocado deterioro irreversible.

Las reformas estructurales apuntan la misma tendencia y reafirman vocaciones irracionales para el consumo. El crédito y el fetiche los convirtieron en esclavos-consumistas cautivos, incapaces de exigir calidad.  Golpea al país la ausencia de ciudadanía y  desinterés por procrearla. De ahí derivan nuestros problemas nacionales, parafraseando a Andrés Molina Enríquez.

Hoy, la nación mexicana no es sino un conjunto de escenarios regionales de violencia desmedida derivada del re-surgimiento de enclaves territoriales dominados por grupos delincuenciales; imagen difusa de justicia social gracias a un sistema de salud pública quebrado por la negligencia gubernamental y por el conformismo social acostumbrado a las “fallas involuntarias”, que con el tiempo aumentaron como bola de nieve, hasta llegar a los actuales escenarios de colapso sanitario. México es ejemplo de un sistema educativo público en vías de convertirse en nuevo escenario de oportunidad para construir fortunas personales con recursos públicos; la bursatilización y la compa venta masiva de cursos de “capacitación” para más de un millón de potenciales consumidores (los maestros) apunta hacia ello. La hacienda pública ha hecho lo suyo, es extractiva y consolida una nueva clase política empeñada en montarse en los contextos regionales como actores económicos y/o gestores económicos de la globalización para los ámbitos regionales, gracias a la debilidad de los filtros institucionales anticorrupción.

Pese a ello, emerge una perspectiva que apunta a rescatar las unidades territoriales desde sus integrantes. Hay un visible proceso de reorganización de la vida política, económica y social, centrada en la emergencia de redes humanas que vislumbran la construcción de escenarios locales por encima del modelo fracasado de nación mexicana. Es el modo que tienen de insertarse en la globalización por el desdibujamiento del Estado nacional y la afirmación del Estado guardián del neoliberalismo.

Los enclaves regionales se encuentran sustentados en el control territorial social en parte por la autonomía municipal que ofrece la constitución y en parte por las prácticas de convivencia derivadas de la coexistencia entre propiedad privada y propiedad de la comunidad.

Este escenario no es bien visto por las elites nacionlaes, sin embargo, cada vez es más visible en todo el territorio. Son las nuevas caras locales del orden social ante el desorden provocado por el autoritarismo nacional, que no acaba de retirarse, la democracia, que no acaba de llegar y la derrota del proyecto de la clase media nacional.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior