El PRD en la elecciones para gobernador el Puebla

  • Guillermo Nares

La alianza electoral con el PAN poblano fue parte de la agenda política del PRD durante el sexenio de Rafael Moreno Valle. Era asignatura pendiente para este año. Se mantuvo como prioridad gubernamental hasta antes de iniciar el actual proceso electoral, incluso, miembros connotados de la clase política poblana terminaron afiliándose a dicho partido. Sin embargo, en vez adherirse a Tony Gali, el PRD decidió abandonar la alianza y postular a Roxana Luna Porquillo.

¿Qué explica dicho rompimiento? ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

Es verdad aceptada: la alianza electoral con el PAN, Convergencia y el Partido Nueva Alianza para postular a Moreno Valle como candidato a gobernador, provocó que el perredismo desapareciera del espacio público y redujera su presencia en el electorado poblano.

La coalición partidaria diluyó el criterio diferenciador, que permite mantener electores leales y relevancia para un segmento de la sociedad, identificado con el espectro ideológico denominado de izquierda. Dicho partido, aun en un nivel simbólico, marginal y a pesar de la maquinaria gubernamental, se significó en la el etapa del priismo autoritario, por ser un freno ante decisiones gubernamentales arbitrarias, verticales y en muchos casos violentas. Fue el interlocutor opositor por excelencia. A partir del 2010, el capital político se desdibujo al intercambiar su valor simbólico por una participación imaginaria en la esfera gubernamental.

La apuesta por la alternancia en la gubernatura, razón de ser de dicha alianza, terminó por mostrar que el cambio de partido en el ejecutivo estatal, fue insuficiente para mejorar los procesos de democratización local. Los saldos son negativos.

El PRD tuvo limitado acceso a la gestión pública, fue testimonial su participación en las decisiones de gobierno. Se marginó a dicho partido de posiciones gubernamentales de primer nivel; menos fueron escuchadas las expresiones críticas. Incluso, las voces afines al aliancismo oficial, fueron fantasmales en el debate público.

Las siglas y colores hicieron perder las diferencias. La mescolanza de nombres de partidos nacionales con nombres de coaliciones y partidos locales hicieron ante la opinión pública, iguales a los desiguales. La historia de ampliación de libertades políticas en Puebla, los actores de reconocida trayectoria en la lucha social, la experiencia en el legislativo poblano, la elemental defensa de los derechos humanos, todo fue suprimido al uniformar al PRD con partidos nacionales de rijosidad anti perredista y partidos locales que no representan absolutamente nada y que nada tienen que ver con la exigencia de democracia en el contexto estatal y nacional. La estrategia de comunicación oficial y oficiosa limitó, inhibió e incluso, de plano, se dirigió a reducir al mínimo esta expresión política, igualándolo a entelequia partidarias anónimas.

Al final de la jornada el PRD no tradujo su alianza electoral de principios de sexenio en dividendos políticos para su causa. No creció su número de diputados en el congreso local y los municipios donde es gobierno no sobrepasan los 24. Aparte de factores externos al contexto poblano –el replanteamiento nacional de su política de alianzas, la emergencia de Morena como partido político, el poco aprecio gubernamental- la limitada influencia solo podría ser contrarrestada por la nominación de un prospecto emanado de sus filas. Era obligado. La alianza morenovallista inhibió potenciales victorias en presidencias y diputaciones de mayoría al supeditar decisiones de los órganos locales, al juego de negociaciones nacionales que poco o nada influyeron por incidir en un orden local más democrático.

La prioridad del PRD es reposicionarse. Para decirlo en prospectiva: su sobrevivencia depende de la efectividad que tenga para ganar representación política local. Por ello la participación de Roxana Luna está orientada a rescatar para sí la estructural local del PRD. El proceso electoral permitirá a dicho partido y específicamente a las facciones que se coaligaron alrededor de dicha candidatura,  afinar, revisar, reorganizarse para el 2018, con el pretexto del 2016.

El PRD compite contra sí mismo. Sabe que su candidata no tiene ninguna posibilidad de ganar. En el corto plazo, su participación en las elecciones para gobernador mantiene una función de utilidad para el candidato de la alianza que gobierna,  puesto que ayuda a dispersar el voto opositor.

En perspectiva interna el PRD gana por tener para sí todo el proceso preparatorio para las próximas elecciones; la presidencia de la república, las senadurías, diputaciones federales, gobernador, diputaciones locales y presidencias municipales, significan elementos cohesionadores partidarios porque otorgan mayores incentivos a un mismo tiempo para todas las facciones que decidieron separarse de la alianza.

Se disputa todo: candidaturas, recursos económicos para campañas y estructura partidaria. Una potencial alianza ahora y en el 2018, pondría a los perredistas en una posición absolutamente marginal respecto de todos los incentivos que estarán en disputa en la próxima elección concurrente.

Hay que señalarlo, hasta antes de la emergencia de Morena, el PRD se significó por ser síntesis histórica de pensamiento y acción política, enfilada a empatar la demanda de democracia con las exigencias de justicia social; razón de ser de lo que hoy consideramos izquierda. Su ausencia, la pérdida de identidad ideológica -tan presente, clara y agresiva en la derecha- es contra natura de la acción democrática. La democracia requiere oposición u oposiciones genuinas. Y, en países como México, oposiciones electorales genuinas y movilizadas.

La pasividad, la falta de comunicación con el electorado, la permisividad ante acciones gubernamentales verticales, el hacer mutis respecto a la separación formal y no real entre poderes, en suma: el decantamiento del interés público, llevó al PRD a una crisis interna de cohesión y hacia fuera, de no credibilidad política.

En el caso poblano, tendrán que remontar la imagen de partido acomodaticio al poder. Ello explica el acuerdo para que Roxana Luna Porquillo abandere al perredismo. Representa una de las pocas expresiones que no se perdió en la vorágine del aliancismo, ni cedió ante los vendavales mediáticos que intentaron e intentan suprimir, todo signo y actitud opositora que provenga de la izquierda. El reto para los sectores afines a la candidatura de Roxana es complicado, no solo porque enfrenta obcecación de actores políticos oficialistas serviles hasta la ignominia y la sinrazón, sino porque la campaña por la gubernatura significa en realidad, una campaña interior de refundación.

Desafortunadamente dicha campaña pasa por pagar costos de imagen gracias a la condescendencia con políticas instaladas en el extremo opuesto al perredismo.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior