La emancipación de unas fue la desigualdad de otras
- Lilia Vásquez Calderón
La liberación de la mujer se ha considerado un gran avance, la igualdad de género se pregona como un triunfo, el espacio público ya es un lugar donde se reconoce la participación femenina, pero los costos los sigue pagando la mujer por su propia condición.
Al ingreso del mercado laboral muchas otras mujeres tuvieron que hacerse cargo de la labores domésticas, así se transfiero el cuidado del hogar y de los hijos a las abuelas, hermanas, tías, trabajadores más pobres o migrantes. En algunos casos se tradujo en una doble carga que trajo como consecuencia un desgaste mayor.
En palabras de Amaia Pérez Orozco, economista y feminista española el feminismo apostó por la emancipación de la mujer por conducto del empleo, pues la autonomía financiera “te sacaba del único lugar donde podías construir tu vida”. En consecuencia el trabajo asalariado otorgo derechos sociales, reconocimiento, pudiendo tener otro tipo de vida, incluso separarse en caso necesario, sin embargo ello trajo como consecuencia la transferencia de la desigualdad de los trabajos a otras mujeres.
Lo pertinente sería preguntarnos de ¿qué trabajo hablamos? Esta independencia económica tiene sus límites ya que lleva un sometimiento a la lógica capitalista que no garantiza salir de la pobreza y que cada día pierde más derechos, si quedas embarazada, si faltas por el cuidado de tus hijos o si te enfermas o accidentas, ya no te que queda nada. En trato que recibe la mujer que trabaja reproduce una doble explotación, implica una paradoja de amor y desamor, de protección y abandono, de sacrificio y entrega, de presencia y ausencia, de una posibilidad de construir el presente para garantizar y prever un futuro por demás incierto. De cubrir el rol de madre y de padre.
Por ello la vida a la cual se aspira no corresponde a este sistema socioeconómico, resulta imposible que todas las mujeres avancemos, porque se necesita de otras que cubran los trabajos domésticos, ocultos e invisibles. Las tareas del hogar, aquello que cotidianamente se hace, por lo que rara vez se pregunta quién y cómo lo hace, ha sido asignado históricamente a la mujer. Esta condición es el principal yugo que se tiene, esa labor tan simple y compleja que le da sentido a la existencia femenina, por ello no se puede comprender sino no se destruye el sistema capitalista heteropratriarcal.
La condición femenina conlleva una doble exclusión la masculina y la social, mientras existan mujeres vulneradas, explotadas, sometidas y negadas, tendremos como consecuencia sociedades, familias, vida en pareja, cuidado y desarrollo de los hijos fragmentados, divididos, en pugna permanente, justificando en algunos casos el exterminio del otro.
Lo adecuado sería cambiar el discurso, compartir las funciones, redistribuir los papeles, involucrar a los hijos, a la pareja, desde lo doméstico empezar a generar conciencia, para aprender a crecer juntos, construyendo una sociedad más incluyente, solidaria, para que los hombres asuman con responsabilidad el papel que les corresponde. Los derechos sociales, laborales, sexuales, reproductivos, la violación, la trata de personas y la desaparición requieren de atención inmediata y afectan en nuestro país a hombres y mujeres por igual. Aspirar a una sociedad diferente es mi mínimo que podemos hacer, solo así podremos construir un futuro más certero.
Nos siguen faltando nuestros 43 estudiantes, desaparecidos por el autoritarismo y la barbarie. Carmen Aristegui mujer combativa, congruente y comprometida con el derecho a la información mi reconocimiento y solidaridad.
Opinion para Interiores:
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Lilia Silvia Vásquez Calderón, Licenciada en psicología, maestra en derecho.
Coordinadora Académica del posgrado del Centro de Ciencias Jurídicas de Puebla (CCJP)
Docente jubilada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, BUAP.