Hijo de Dios

  • Fidencio Aguilar Víquez
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La película, en general, me gustó, no tanto como La pasión de Mel Gibson, pero, si buscaba sensibilizar, creo que lo logró. Aunque no me gustó la actriz que representó a la Virgen, mucho botox y muy engrandecida la boca que, por momentos, la deformaba. ¿Qué me conmovió de la película y qué me hizo evocar?

Se me hizo un nudo en la garganta cuando Jesús hace la comparación del fariseo y el publicano delante de los recaudadores de impuestos: ahí está san Mateo escuchando y percatándose que el rabí se estaba refiriendo a él y que lo estaba llamando a que lo siguiera. El publicano, luego de que el fariseo ha hecho alarde de sus bondades, no se atrevía a levantar la vista, narraba Jesús: “perdóname, Señor, porque soy un pecador”, apenas balbuceaba.

La escena de cuando los apóstoles van en la barca para encontrarse con el Maestro y luego viene una tormenta que está por derribarlos, siempre me ha merecido una atención porque es uno de los grandes símiles de la vida: el mar, la travesía, el bote, la noche, la tempestad o la tormenta, el llamado particular: Ven, Pedro. El asombro, luego la duda y la salvación por parte de Jesús.

Otro momento que me conmovió fue una imagen: cuando la Virgen, ya en el camino de la cruz, se encuentra con Jesús y éste le dice que no tenga miedo, ella le ayuda a cargar el madero; son unos segundos, pero muy significativos. La teología de san Alfonso María de Ligorio (1696-1787) respecto de la Virgen como corredentora se me hizo iconográfica con esa imagen.

A mi parecer, en la película se presentan también los papeles y los roles de Caifás, el sumo sacerdote, y de Pilato, el procurador romano. Ambos muestran sus dotes políticas, uno para defender los intereses de los judíos y otro los de Roma y el emperador. Caifás no quiere poner en riesgo la Pascua y, por ello, hace todo para quitar al que considera el principal obstáculo: Jesús. Y entonces busca su condena, pero como quitar vida corresponde al imperio, arma todo el juego para que Pilato no tenga otro remedio que hacerlo. Éste, que también tiene sus habilidades, hace que la decisión la tome el pueblo (claro, ya sabemos cómo le hicieron los sacerdotes judíos) y, aprovechando una prerrogativa de libertar a un prisionero, busca liberar a Jesús; no lo logra, pero está convencido que la condena a la cruz no ha sido responsabilidad suya. No, la democracia puede dar muerte a un inocente.

Casi inmediatamente vino a mi mente también aquel otro caso de la condena de un inocente; igualmente, se trataba de otra gran ciudad que se caracterizaba por sus grandezas humanísticas y sus prácticas democráticas: Sócrates (470-499 AC). Sócrates y Jesús condenados a muerte y muertos por la ley y en nombre de la ley, en nombre de Atenas y de Roma. Uno, el sabio griego, con una tranquilidad impresionante, al grado de que cuando su esposa fue a llorar a la prisión, aquél pidió que la retiraran porque le distraía su concentración para bien morir. El otro, el rabí judío, por el contrario, con todo el drama, dolor y patetismo que conmocionaron y siguen conmocionando a quienes lo han analizado.

Dos sabios, dos maestros, dos creadores de escuelas de discípulos, de pensamientos éticos, maestros que se preocupaban por el alma humana; uno muere casi con la sonrisa en los labios, otro con el rictus de dolor, angustia y casi desesperación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Antonio Gómez Robledo, en sus Obras, Vol. 4, Filosofía, El Colegio Nacional (2001), p. 175, hace una comparación entre ambas personalidades, y sobre el asunto, de por qué uno muere tranquilamente y otro no, señala, luego de hacer un análisis de varios pensadores desde la patrística hasta la modernidad: porque uno, Jesús, vino a salvar al mundo, con todo el mal, con todos sus dolores y con todos sus terrores.

Al final, el mensaje central cumple su cometido: la muerte no tiene la última palabra.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).