Manuel Díaz Cid: Visión sobre la Independencia de Hispanoamérica
- Fidencio Aguilar Víquez
Amigas y amigos, hoy quiero compartirles una tesis que don Manuel Díaz Cid sostenía respecto a la independencia de los pueblos hispanoamericanos a inicios del siglo XIX, desde la Nueva España hasta Río de la Plata. Por mucho tiempo se impusieron las lecturas oficialistas de la historia sobre la independencia de los pueblos de la América de habla hispana. Dichas visiones sostenían que tales gestas libertarias las iniciaron y realizaron las logias de la masonería, ya escocesas, ya yorkinas.
Según el oficialismo surgido precisamente a partir de la independencia de España y de la creación de los modernos estados hispanoamericanos, desde 1810 a 1824-26, en la gran mayoría de la América hispánica, hasta la independencia de Cuba en 1898, los precursores y realizadores de esos movimientos independentistas pertenecían a las logias masónicas de tradición inglesa, francesa y/o norteamericana. Desde luego, no puede negarse la influencia de las ideas libertarias de la Ilustración ni de los intereses políticos y/o económicos de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de América sobre las tierras entonces dominadas por la Corona Española. Pero de ahí a afirmar que fue la masonería la que hizo la independencia de Hispanoamérica, hay una enorme distancia.
La tesis de Manuel Díaz Cid, con base en datos historiográficos verificables, era que las gestas independentistas tenían diversos elementos de influencia ideológica, política, económica y cultural que se aglutinaron sobre todo en las llamadas “sociedades de pensamiento”; éstas hacían una suerte de tertulias a las que acudían sobre todo jóvenes inquietos pertenecientes a las clases criollas y a algunas clases mestizas o autóctonas que, imbuidos de las ideas libertarias, fueron convenciéndose de que la independencia de los pueblos hispanoamericanos era necesaria.
A esas tertulias acudían, en sus propios países, pero a lo largo y ancho de todo el subcontinente, los precursores, tanto militares como intelectuales. Desde Miguel Hidalgo y luego Agustín de Iturbide (en México), hasta Simón Bolívar y José de San Martín en el Cono Sur, eran asiduos a estas reuniones donde se planteaba el futuro de las naciones si se independizaban de España. La ocasión había llegado porque Napoleón había obligado a abdicar al rey español en favor de su hermano José.
En efecto, había una crisis interna profunda en la Corona española, en conflicto con Francia y con Inglaterra, de donde provenían las principales logias masónicas. Los grupos hispanoamericanos dirigentes, encontraron el mejor argumento para recuperar “lo suyo” y no pasar a servir a un “rey extranjero”. Por otro lado, justamente las logias masónicas norteamericanas, inglesas y francesas -incluso españolas-, presionaban a los grupos criollos y locales para tomar partido contra España. Tal combinación de crisis interna y presión externa detonó las iniciativas independentistas que se prolongaron por más de una década, pero que culminaron en las independencias de los pueblos hispanoamericanos y la creación de sus estados modernos.
Como se ve, hubo dos rasgos fundamentales en la detonación de las independencias de los pueblos hispanoamericanos: 1) El acecho de los países extranjeros, cuya influencia se confiaron al secreto de las diferentes logias masónicas; 2) La conciencia de clase, sobre todo de los grupos de criollos (hijos de españoles nacidos en América) que crearon sus propios grupos con las sociedades de pensamiento (una suerte de logias adaptadas a las formas y costumbres locales). Tales grupos conformaron una idea más concreta de la independencia en cada uno de los países de la América española.
Estos dos factores fueron relevantes para la realización de las gestas de independencia en todo el continente de habla española. Quizá por ello prevaleció el acecho de los países extranjeros y la supuesta acción de las logias masónicas como el factor determinante para la independencia. En realidad, sin embargo, fueron ambos factores y, quizá más el segundo, la convicción de que los diversos países habían alcanzado la suficiente madurez y conciencia histórica para romper con España y valerse por sí mismos.
Lo que unificaba a ambos sectores de grupos (las logias masónicas y las sociedades de pensamiento) era la convicción y el lenguaje de que era la hora de la libertad, la igualdad y la fraternidad, los grandes ideales de la Ilustración y la revolución francesa. Pero lo que distinguía a ambos tipos de grupos eran sus motivos e intereses: 1) Mientras la masonería buscaba hacer prevalecer el dominio extranjero de sus diferentes ritos, 2) las sociedades de pensamiento querían rescatar la administración pública para las clases dirigentes locales, máxime cuando la Corona española había sido tomada por un gobierno extranjero (1).
La presencia de logias masónicas se dio desde 1739 en el Caribe y en las Antillas, pero a ellas pertenecían militares ingleses, irlandeses, holandeses y franceses; su acción se dio en Haití, Jamaica, Santo Domingo, Curaçao, Cuba e incluso Guatemala, sobre todo para apoyar la independencia de los Estados Unidos de América (de 1776). Muchas de esas logias estaban de paso. Aunque hubo denuncias sobre la presencia de masones en Lima (1755) y en México (1762 a 1794), no hubo presencia formal de logias masónicas en la Nueva España ni en Nueva Granada ni en el Perú ni en Río de la Plata ni en las capitanías de Chile y Venezuela (2).
Por el contrario, las sociedades de pensamiento se llegaron a formar antes de las gestas de independencia en Europa. En Madrid, Pablo de Olavide formó la “Junta de diputados de la América meridional” en 1794; en Londres, Francisco de Miranda fundó la “Gran Reunión Americana” en 1798; y algunos de sus simpatizantes se aglutinaron en Cádiz en la logia “Los caballeros racionales” en 1800. A estos grupos posteriormente se les conoció como las logias “Lautaro”. A sus filas pertenecieron los libertadores del Cono Sur, Simón Bolívar y José de San Martín (3), ya mencionados.
Lo que sí ocurrió a partir de 1820, cuando los procesos de independencia se estaban consolidando, fue la infiltración de las logias masónicas en las sociedades de pensamiento y, por consecuencia, en los gobiernos de los estados nacientes. En buena medida ello explica después las luchas internas de ambos grupos en el seno de los estados modernos hispanoamericanos; tales grupos ya contaban con miembros locales. Los conflictos se fueron polarizando hasta desembocar en las guerras internas entre liberales y conservadores. Esa ha sido la marca de todo el siglo XIX en nuestros países. Y llega a nuestros días a través de los discursos neopopulistas que quieren reeditarla.
La tesis de Manuel Díaz Cid quiere enseñarnos que, si leemos bien la historia, es necesario aprender del pasado para no repetir los errores en el presente ni en el futuro. No vale la pena dividirnos por motivos ideológicos ni políticos. Cuando en el pasado lo hemos hecho, terminamos mal: no solo divididos, sino ensangrentados y débiles como países, endeudados hasta el copete, empobrecidos e incapaces de construir nuestro futuro. Como han dicho los estudiosos de la historia y de la cultura, la igualdad y la libertad de una forma o de otra se han dado y alcanzado, pero nos falta la fraternidad.
No hemos sabido reconocernos como hermanos, hemos actuado como Caín ante Abel, por ello caminamos errantes sin un lugar seguro y sin saber qué hacer ni a dónde vamos
Debemos hacer que nazca el nuevo hijo del género humano: Set, el renuevo de la esperanza y el origen de la nueva humanidad. Se trata de hombres y mujeres nuevos, con nueva mentalidad, nuevo corazón y nuevas entrañas; que sepan mirar en el rostro del otro (de la otra) su propio rostro. Entonces descubriremos que yo estoy en el otro y el otro es yo mismo. Si realmente me amo, amo al otro, porque amando al otro me amo a mí mismo.
Don Manuel se esforzó por enseñar no sólo la historia para que aprendiéramos a construir nuestro presente y nuestro futuro como sociedad, sino para conocernos a nosotros mismos y construir nuestra propia historia como personas, como familia, como comunidad. Por eso lo recordamos en el sexto aniversario de su fallecimiento. No olvido las últimas palabras que le escuché en el teléfono: “Tú sabes que nos volveremos a ver.” Estoy convencido de que ello ocurrirá tarde o temprano. Mientras tanto, tratemos de honrar su memoria haciendo eco de sus enseñanzas.
Notas
1 Manuel Díaz Cid – Fidencio Aguilar Víquez, Sociedades de pensamiento e independencia, UPAEP, Puebla 1994, pp. 169-170.
2 Ib., p. 170.
3 Ib., p. 171.
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Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).