¿En qué país vive el presidente?

  • Fernando Castillo
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Abraham Lincoln, el muy recordado presidente norteamericano, dijo una vez que: “si pudiéramos saber primero en dónde estamos y a dónde nos dirigimos, podríamos juzgar mejor qué hacer y cómo hacerlo”.

Sin duda, ese es un paso lógico para la actividad de aquellos a quienes corresponde el ejercicio del poder. Sin embargo, en nuestro país, lamentablemente no es así.

Y no es así, por que la estructura gubernamental, por una parte, no conoce la realidad de la nación y por la otra –y esto es verdaderamente perverso- o no la quiere conocer o se niega a reconocerla.

Mientras el presidente Peña Nieto se vanagloria, en México o en el extranjero, acerca de las reformas (que no tienen reglamentación) o de sus acciones en seguridad (que no tienen una estrategia), en el ámbito interno vemos que el gobierno lleva saldos negativos y carece de ideas y estrategias para resolver los problemas del país.

Mientras el presidente presumía, el mismo 5 de febrero, la elevación de la calidad de la deuda nacional, el INEGI presentaba datos que mostraban la caída en el Índice de Confianza del Consumidor.

Mientras se asegura que la reforma fiscal del año pasado será motor de crecimiento para este, la sociedad en general se muestra demasiado pesimista y ello llevo a que el ICC cayera casi 15% a tasa anual.

Mientras el presidente hace pie en Michoacán, asegurando que se ha instaurado, nuevamente, el imperio de la ley en comunidades que habían caído bajo el control de los llamados templarios, los enfrentamientos se dan entre estos y los grupos de autodefensa, limitándose el ejército y las policías a servir de meros escuderos a estos últimos grupos, sin cuestionar siquiera el origen de sus recursos, ni por qué tienen las mismas armas prohibidas que portan aquellos a los que combaten y a los que descaradamente les dicen delincuentes.

Y peor aún, que aunque el presidente diga que combate todo tipo de delincuencia, su comisionado para el estado michoacano, establezca estrategias de acción en reuniones en las que participan individuos de dudosa calidad moral, como Juan José Farías Álvarez “el abuelo”, reconocido como uno de los capos del extinto cartel de los Valencia.

Tal vez a estas alturas, sea hasta absurdo el pedirle al presidente que cumpla su palabra – hace algún tiempo, prometió sin cumplir, visitar Michoacán cada mes- pero sí es necesario el exigir, que no se ensucie, ya no el trabajo, porque no se ve, sino la imagen de las instituciones federales, la que se está dañando al hacerse públicas las reuniones de su emisario y amigo, con quien ha sido identificado como un capo del crimen organizado.

Y es que en realidad, lo que no ve o no quiere ver el presidente, es que este problema se le ha salido de las manos.

La separación del doctor Mireles de las autodefensas michoacanas, no viene en un momento sin importancia, sino a unos días de que él mismo anunciara que en Veracruz, se le estaba solicitando apoyo para formar grupos de este tipo en ese estado.

Un estado, que entro en una lucha que puede ser aún más sangrienta que en Michoacán, pues con la muerte del jefe de plaza de los zetas en Tuxpan y el levantón al familiar de uno de los principales lavadores de dinero de ese cartel, inició la disputa por ese territorio, entre el cártel de la letra y el cártel del golfo, grupo criminal que, desde el 2013, ha visto renacer su influencia en la zona y que, se dice, comienza a financiar grupos armados, tipo autodefensa, para vulnerar el poder de los zetas en Veracruz, un estado que es su bastión y que, dada su ubicación geográfica, quien lo quiera desestabilizar, tiene que hacerlo desde dentro.

Si se continúa con la desidia del gobierno hacia este problema seguirá creciendo el cáncer que son los grupos armados que, con la bandera de la seguridad, desafían en los hechos la autoridad del gobierno y el poder del estado.

Para Peña Nieto, el problema de seguridad, no le merece la más mínima atención y no se da cuenta, de que ninguna reforma generara crecimiento, si no se erradica el miedo en que vive la sociedad.

La promesa de una gendarmería nacional, se convirtió en la aberración del primer año al reducirla a un inoperante cuerpo de policías de esquina, sin funciones esenciales y con apenas 5000 elementos.

Es ahí donde estriba la contradicción de las buenas notas extranjeras y los malos números internos.

Afuera ven el ímpetu reformador, mientras que al interior del país se ve la sangre, la indolencia y la faramalla.

Porque en este país, vemos que los que tienen poder se sienten los dueños del poder.

Debemos de estar muy mal, donde un senador puede usar al senado de la república, como su sala de fiestas. Mientras que otros legisladores, diputados y senadores, lo ven como su salón de juegos.

Tenía razón aquel que dijo que: “para el que nada tiene, la política es una tentación comprensible, porque es una forma de vivir con bastante facilidad”.

Mientras eso sucede a oscuras, a la luz crece la farsa, con el caso de una senadora que solicita licencia al cargo, para que se investiguen sus supuestos nexos con los templarios. Coincidentemente se olvida de mencionar la legisladora, que al pedir licencia, no pierde el fuero y suelta un mensaje velado a la procuraduría, pues se hace acompañar del presidente del senado, como muestra del respaldo institucional, en la rueda de prensa. Una muestra más de que todos son lo mismo.

Y es que aquí, corrupción es lo que nadie ve, pero todos hacen. Vivimos en un país en el que todo tiene precio; tenemos un gobierno, en el que todos tienen precio.

A pesar de tanta reforma, en México nada ha pasado. El gobierno no sabe en donde está parado y obviamente no tiene un camino claro hacia dónde quiere llegar. Sin embargo, Peña Nieto habla tan bonito (cuando no se le traba la lengua), que a veces quisiera saber en qué país vive el presidente.

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