La alegría de la Navidad
- José Enrique Ortiz Rosas
Sin duda que éste es uno de los momentos más trascendentes del año. La celebración del nacimiento de Jesús nos brinda una pausa en la vorágine laboral y social en la que cotidianamente estamos inmersos. Hasta los avisos comerciales y publicitarios de diferentes medios se encargan de representar idealizadamente al menos por unos días, un mundo más humano, en el que reina la paz y la cordialidad entre los hombres.
¿De qué manera vivimos nosotros este tiempo de Navidad, en nuestra casa, familia, comunidad, grupo, movimiento, etc.?
La alegría que nos trae la Navidad no debería convertirnos en sujetos pasivos, que se contentan simplemente con brindar, contemplando los ruidosos festejos pirotécnicos de medianoche o la llamativa decoración que luce nuestra ciudad para la ocasión. El nacimiento del Salvador nos debe motivar a ser activos transmisores de la Buena Nueva; a compartir la alegría auténtica y duradera que nace de la certeza de que nos ha nacido un niño, el Emmanuel, el Dios con nosotros; a colaborar y renovar nuestro compromiso con él, a pesar de nuestras limitaciones, de construir un mundo más fraterno y solidario.
En este día solemne, resuena el anuncio del ángel, que es también una invitación para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador. Los hombres de hoy no deben dudar en recibirlo en sus casas, en las ciudades, en las naciones y en cada rincón de la tierra. Es cierto que, en el milenio concluido hace poco, y especialmente en los últimos siglos, se han logrado muchos progresos en el campo técnico y científico; son ingentes los recursos materiales de los que hoy podemos disponer. No obstante, el hombre de la era tecnológica, si cae en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, corre el riesgo de ser víctima de los mismos éxitos de su inteligencia y de los resultados de sus capacidades operativas. Por eso, es importante que abra su mente y su corazón a la Navidad de Cristo, acontecimiento de salvación que puede infundir nueva esperanza a la existencia de todo ser humano.
En Navidad, nuestro espíritu se abre a la esperanza contemplando la gloria divina oculta en la pobreza de un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre: es el Creador del universo reducido a la impotencia de un recién nacido. Aceptar esta paradoja, la paradoja de la Navidad, es descubrir la Verdad que nos hace libres y el Amor que transforma la existencia. En la noche de Belén, el Redentor se hace uno de nosotros, para ser compañero nuestro en los caminos insidiosos de la historia. Tomemos la mano que él nos tiende: es una mano que no nos quiere quitar nada, sino sólo dar.
Entremos con los pastores en la cueva de Belén, bajo la mirada amorosa de María, testigo silencioso del prodigioso nacimiento. Que ella nos ayude a vivir una feliz Navidad; que ella nos enseñe a guardar, en el corazón, el misterio de Dios, que se ha hecho hombre por nosotros; que ella nos guíe para dar al mundo testimonio de su verdad, de su amor y de su paz.
Director de Capacitación del Programa DIM
Secretaría General de Gobierno