Danza en Puebla
- Elvira Ruiz Vivanco
Una revisión a la programación dancística poblana nos lleva a cuestionarnos, ¿si hay en rigor un movimiento de danza como tal, que haya modificado las miradas y los caminos de la composición coreográfica? ¿Acaso los contenidos, las formas de estructuración, las técnicas estilísticas han cambiado mucho? Parece que no.
En el Encuentro Estatal de Danza 2013 efectuado al principio del mes en el Instituto Cultural Poblano, predominó un matiz tradicionalista, reiterativo en sus haberes y con una casi nula apuesta en su ensamblaje. Danzas típicas: folclórica, vernácula, regionalista; árabe, polinesia, contemporánea; clásica, neoclásica y hasta “danza integral”. Ningún vocabulario fuera del común denominador, bailes resultado de talleres de entrenamiento y, en el mejor de los casos, quizá lograr una formación o perfeccionamiento en la ejecución de la danza.
¿Es éste un muestreo de lo que en el lenguaje de la danza se produce en Puebla? Obvio no. Hay otras búsquedas diseminadas, que rebasan la repetición de secuencias previsibles, para apostar por una tramitación discursiva distinta, con menos concesiones y con un gradiente mayor de complejidad además de en su efectuación, en su relatoría e interpretación.
Así tenemos por ejemplo, las investigaciones teóricas – prácticas de algunas egresadas de las escuelas profesionales de danza. Valga mencionar la Tesis de Danza ID de Constanza Amparán, que no se limita a cuidar el diseño y el buen desempeño de los movimientos en el tiempo y en el espacio, sino que se vale del lenguaje escénico-dancístico, para indagar sobre fenómenos agudos. Circunstancias que le producen a esta artista, más que una comezón a instrumentar estéticamente, el pasar a una plataforma diversa y transcurrir genuinamente el amplio espectro de danzar.
La iniciativa de Mari Lú Macareno y Luis Camey apoyados por el CECAP vía Nancy González, nos aportó un filtro muy distinto del arte de danzar, con su oxigenado proyecto de Danza Butoh, programa suigéneris conformado por un tratamiento más dramático de lo “butoh” en el caso de Irma Juana; más dancístico en el caso de Isabel Beteta y su Jardín en el Bosque; ritualístico es el rasgo que le conocemos a Malú Macareno y, propositivamente trágico contemporáneo, fue el Espejo Negro de Tadashi Endo.
Mucho antes, en el SHOW CASE que se llevó a cabo en el Teatro Ocampo en Cuernavaca, vimos un desempeño impecable en su ejecución y con disfrutables contrapuntos en su estilo, además de un dúctil manejo temático logrado por nuestro maestro, el propositivo Bill Evans con su divertida y crítica coreografía Colony, efectuada por los integrantes de la Compañía de Danza Contemporánea CCU-BUAP.
En el marco del Programa Creadores en los Estados, la Compañía ContempoDanza, trajo un aderezado programa con tres estrenos coreográficos: Tregua en la memoria de Itzel Zavaleta, que fue muy larga y a veces tediosa; aunque se percibía una incidencia en el trabajo interior del intérprete. La señal de Ugo Ruiz, que dio muy pocas señales de aproximarse a lo ambicioso de su planteamiento sinóptico; parece que no basta con acrobacias y buenos giros, más un set de variaciones dinámicas. Luego Sueño 13 de Marely Romero, más redonda en la conjunción de sus elementos compositivos e interpretativos, pero, creemos que su obra da para desarrollar el anecdotario que traduce en declaraciones verbalizadas y danzadas. Y no es un saxofón, sino una flauta transversa la que grácilmente toca un portentoso Alan Fuentes, más el ameno y distintivo dueto conformado por las rubias empelucadas: Gabriela Gullco Guadalupe y Acosta. El cierre fue cachondo, rico, apasionado con el fragmento de la obra grupal: Azul… como una ojera de mujer, Ensayo de una pasión de la Trilogía de una Pasión de la coreógrafa y directora Cecilia Lugo.
Si queremos un movimiento significativo que mejore las condiciones de realización de la Danza en Puebla, tal vez tendrían que tener más presencia las nuevas voces, para que respire un poco el anquilosado criterio sobre el quehacer de la danza, que se ha anclado no sólo en el IMACP, sino también en el CECAP. Falta una visión además de culta, con un proyecto sostenible y transformador de sus artistas, y consecuente para la formación de públicos.
Porque amamos la Danza, deseamos que no ocurra con esta manifestación fundamental del arte, lo que se sintomatiza con la Compañía Teatral del Estado o con la COTEATRO CCU-BUAP, ambas maniqueamente “dirigidas” por dos cabecillas, que no se caracterizan por integrar talentos formados académica ni artísticamente, sino todo lo contrario. Arman los elencos de sus refritos teatrales con sus allegados, y para que se maquille un poco su impune arbitrariedad, en el caso de la “Compañía Universitaria” llama a algunos egresados nóveles del CAD – BUAP; mientras la “Compañía Estatal”, cuyo presupuesto de producción queda en manos de una sola persona, quien rellena con sus alumnos de Espacio 1900 los repartos; pues los protagonistas pertenecen al mismo grupo de amigos egresados de su “Instituto Andrés Soler”, quienes prevalecen en la COTEATRO y cuando hay llamado, se aseguran vía la cínica mancuerna Amancio Orta – Manuel Reigadas, de insertarse en la Compañía Teatral del Estado. Tras casi dos décadas, ese par de firmas artísticas ¿qué han aportado creativa, crítica, estéticamente?