“En el rincón de la tierra”

  • Fidencio Aguilar Víquez
Remembranza de un pueblo. La segunda tierra. La maduración. Los frutos. Perspectiva.

¿Qué puede uno decir de la tierra que lo vio nacer, literalmente en la casa de los padres, casi depositado por la partera en el suelo, para que la madre tierra lo acogiera y lo arropara en sus manos y decirle al oído –casi como en un susurro-: “Este rincón de la tierra es tu casa, siempre lo será y siempre serás bienvenido a ella.”?

Melchor Ocampo es un municipio del estado de México situado a unos 45 o 50 kms. al norte de la Ciudad de México, 55 mil habitantes conforman su población. Cumple su primer centenario como tal, aunque existe desde hace dos siglos cuando menos, cuando su iglesia estaba dedicada a san Nicolás Tolentino (hacia los años cuarenta de ese siglo) y cuando por entonces apareció la misteriosa imagen del arcángel san Miguel dejada por unos viajeros (acaso migrantes de la época) y la cual cuando quisieron moverla del lugar no pudieron por más que hicieron quienes la encontraron. Su interpretación, o el mensaje que quisieron sentir por parte de la imagen fue este: “Aquí me quiero quedar y deseo estar en la iglesia del pueblo.”

San Miguel Tlaxomulco fue denominado este “rincón de la tierra”. Precisamente Tlaxomulco tiene ese significado: “En el rincón de la tierra”. En el pueblo se extraía piedra negra, había algunas canteras tanto en el norte como en el sur de su territorio. La iglesia y algunos portales del centro están construidos de piedra negra y roja extraída de esas canteras. El lugar pasó a llamarse entonces San Miguel de las Canteras, luego San Miguel de Ocampo, ya en pleno dominio liberal y, finalmente, como ahora se llama: Melchor Ocampo.

Los cronistas, tanto del estado de México como del propio municipio, han podido comprobar, junto con profesores investigadores del INAH, que en 1924, en una de las casas del pueblo, en una reunión que mantenía con vecinos de este “rincón de la tierra”, fue aprehendido por el régimen Enrique Flores Magón, el menor de los hermanos, y llevado preso a la entonces presidencia municipal, hoy Casa de la Cultura dedicada precisamente a los hermanos Flores Magón.

Un comité del centenario del municipio, integrado entre otros por la Casa del hijo del Ahuizote, nombre de un periódico satírico donde escribían los Flores Magón, y el grupo cultural Zoltepec, también del pueblo, decidió seleccionar de entre los originarios a un grupo de cuarenta personas para otorgarles un reconocimiento y para recoger sus semblanzas para elaborar un libro que dé testimonio del mismo. A este grupo, entiendo, se le sumará otro grupo de reconocidos originarios que fue conformado el año pasado. La idea, a decir de sus organizadores, es que el pueblo vea lo valioso de sus hijos en las diversas actividades deportivas, culturales, sociales y económicas, y que con ello cobre conciencia de lo valioso que puede ser no sólo haber nacido ahí, sino la convivencia constructiva de un mejor horizonte.

Las instancias arriba mencionadas tuvieron a bien integrar a quien escribe estas líneas en ese grupo de personas: “Reconocen y aceptan como tal, su participación en el área de Ciencias y Artes. Con su personalidad, luces y conocimientos, deja en alto y enorgullece el nombre de nuestro querido municipio Melchor Ocampo ‘Tierra de jóvenes Talentosos y Valiosos’.”

Fue, entonces, inevitable volver la mirada a los tiempos juveniles en que, buscando realizar mi vocación personal, inicié una suerte de aventura, primero a Nuevo Casas Grandes, Chihuahua, y luego a la ciudad de Puebla.

Si es verdad, como dice Ortega y Gasset en su teoría de las generaciones, que la generación de los 15 a los 30 años es básicamente una etapa de formación, casi un tercio de ella me tocó en este “rincón de la tierra”, en la Ciudad de México y en Nuevo Casas Grandes. Los otros casi once años en la ciudad de Puebla donde, en efecto, desde 1985, encontré mi vocación y donde pude fundar mi propia familia. De ahí a la fecha, 33 años, Puebla es mi segundo “rincón de la tierra”. He vivido y amado, he reído y llorado, he estudiado, aprendido, reflexionado, escrito, encontrado, inventado, imaginado, un mundo mejor, un mundo más justo, más humano.

Desde Puebla he visto al mundo, he ido al mundo, he querido mejorarlo. A veces he dejado de mirar el horizonte, a veces he perdido brío; pero sin duda, he encontrado los mejores años de mi formación y de mi juventud. He dado también los mejores frutos, junto a mi mujer: mis hijos, esos renuevos que llenan cada día y todos los días los motivos para vivir y para seguir. En el estudio y la reflexión he engendrado otro tipo de hijos, intelectualmente hablando: algunos libros (aún me falta escribir “el libro”). Eso es lo que han visto y reconocido en el pueblo que me vio nacer, “en el rincón de la tierra”. Gracias, tierra mía, quizá sin proponértelo has dado un hijo al mundo y a Puebla, mi segunda tierra. Gracias tierra mía, tú me diste un rincón de tu espacio (¡qué un rincón! ¡todo tu espacio!) y yo te doy un rincón de mi corazón.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).