Un exalumno destacado consiguió, recién egresado de la licenciatura, trabajo como auxiliar de un conocido intelectual. Entre sus funciones estaba escribir los artículos de prensa que su jefe firmaría. Escribir textos para publicarlos como si otro los hubiera escrito era visto por el muchacho como lo más normal del mundo: “es que cuando llegas a ese nivel (el de su jefe) ya no tienes tiempo para leer y escribir: tienes que concentrarte en comidas, cenas y relaciones públicas”.
Recordé la anécdota al leer el libro Dinero para la cultura, de Gabriel Zaid (ed. Debate, México, 2013). 69 capítulos de textos publicados entre 1971 y 2013 que giran en torno a la cultura, su importancia, su realidad en México, sus contradicciones, paradojas, perversiones.
Hay que aclarar que el personaje mencionado que firmaba los artículos escritos por su empleado aspiraba a ser secretario de cultura o equivalente. Que alguien que ha aspirado a dirigir la más alta organización burocrática en su estado o incluso en el país, ponga a un pasante a escribir los textos que él firmará como propios habla de esas paradojas: ¿cómo perder el tiempo leyendo y escribiendo, si estoy en la puja por ser el director o secretario del organismo que impulsará la cultura en mi municipio, mi estado o mi país?
Como esa paradoja, contradicción o perversión hay muchas señaladas en el libro. Con datos duros, como la notable disminución de librerías en el país, mientras aumentaba notablemente el número de universitarios. Algo que está insinuado en el título del libro: el dinero para la cultura no siempre garantiza que la cultura mejore. Frecuentemente hasta la destruye: muchos prefieren obtener un buen cargo, con el respectivo buen sueldo, con acceso a cenas y relaciones públicas, a perder el tiempo leyendo y escribiendo.
La cultura para Zaid es una actividad artesanal, que se opone a las grandes burocracias. Es algo que se hace individualmente o en pequeños grupos. Algo importante, pues eleva el nivel de vida, hace al mundo un lugar más habitable, permite alcanzar cierta plenitud (como la que puede verse en los retratos de Hermenegildo Bustos, o escucharse en las canciones de los Beatles).
Distingue tres usos de la palabra cultura. Los tres válidos, siempre y cuando no se confundan. La cultura 1 se refiere a “las conductas animales que se transmiten socialmente, no genéticamente”; la cultura 2 a “la que tienen todas las tribus del plantea”, es decir, la cultura en el sentido antropológico; y la cultura 3 “la cultura de la libertad creadora”.
Esta última es la eleva el nivel de la vida humana, individual y colectica. Es la que promueve “que todas las personas sean más libres, que desarrollen su conciencia individual, social e histórica, que ejerzan su autonomía y responsabilidad, que cultiven su inteligencia…”. Es la que vale la pena defender y fomentar. Aunque no sea simplemente cuestión de dinero; pues el dinero en la cultura bien puede ser contraproducente.
El libro inicia señalando las cinco formas en que se puede financiar la cultura: “el sacrificio personal, la familia, los mecenas, el Estado y el mercado”. Todos tienen pros y contras, límites y posibilidades, costos y beneficios. Pero su posición final es clara: “El sostén último de las obras valiosas está en el sacrifico personal: creer en lo que se cree…”.
Resalta que el libro, que la idea de cultura contenida en él, se centre en un término en desuso: sacrificio personal. Zaid señala que puede resultar ridículo. Lo es, visto superficialmente. Pero los ejemplos y los argumentos que lo sustentan lo hacen convincente. No se trata de una convicción pacífica, sin la que seguramente le gustaría al autor: polémica, crítica, que obliga al lector a elevar su propio nivel de reflexión.
Profesor investigador de la UDLAP
victorm.reynoso@udlap.mx