En el Séptimo congreso del Consejo Europeo de Investigaciones Sociales de América Latina (CEISAL), que se realiza en estos días en Oporto, se discute sobre la posibilidad de que los partidos políticos sean democráticos en su interior. Los casos analizados son generalmente decepcionantes: las elecciones internas suelen generar conflictos sin llegar a buenos resultados. Generan problemas sin dar lugar a la solución buscada: los mejores candidatos, o los mejores dirigentes.
Lo anterior plantea un problema para quienes vemos en la democracia un valor. ¿Deben ser democráticos los partidos políticos en una democracia? En lo personal considero que en un sistema democrático los partidos deben tener una gobernanza interna congruente con la democracia del sistema en el que están, y que además la fortalezca. Una buena gobernanza que no necesariamente debe basarse en la regla de la mayoría (razonamiento que puede aplicarse a otras organizaciones en un sistema democrático, como familias, escuelas, empresas).
Por buena gobernanza debemos entender aquí que los partidos políticos sean capaces de lograr los objetivos que les exige una sociedad democrática sin destruir sus valores básicos como organización, como el respeto a los derechos de sus militantes (expresión, asociación, disenso). Esto se puede hacer sin que las decisiones partidarias más importantes, la nominación de los candidatos por ejemplo, se realice mediante la regla de la mayoría.
La democracia puede uno de los conceptos más amplios y ambiguos de nuestro lenguaje político. Para algunos es, conscientemente o no, sinónimo de todo lo bueno. Ciertamente la democracia es más que la regla de mayoría (aunque no menos que ella), pero es posible separar esa regla de otros valores políticos para aclarar que un partido puede funcionar sin la regla de mayoría pero manteniendo otros valores propios de las democracias liberales modernas.
Fue lo que hicieron en la nominación de su candidato a la presidencia para el pasado 2012 el PRI y el PVEM por un lado y el PRD, PT y MC por otro. Ninguno recurrió a la mayoría de los votantes de sus partidos, o de la población del país, para esa nominación. El PRI logró consenso por un candidato único, y el PRD y sus aliados recurrieron a las encuestas. Con eso se evitaron riesgos de conflictos y rupturas internas, como las que hemos visto de manera destacada en algunas elecciones de la dirigencia nacional perredista.
¿Es posible que una democracia funcione sin democracia interna de sus partidos? Desde una perspectiva integrista no: todo debe ser democrático, por simple congruencia de términos. Pero hay otras visiones, más realistas, para las que un sistema democrático global nos protege de las malas decisiones que puedan tomar los partidos políticos en su interior. ¿Cómo? Castigándolos con la derrota electoral.
El filósofo austriaco Karl Popper propuso una influyente teoría de la democracia, considerando que se debía partir de una pregunta: ¿cómo evitar que los malos gobernantes hagan demasiado daño, y cómo deshacernos de ellos sin derramamiento de sangre? La democracia electoral o liberal es la mejor respuesta que se ha encontrado.
Podemos aplicar la pregunta y la respuesta de Popper a la vida interna de los partidos en una democracia. ¿Cómo protegernos de sus malas decisiones, en este caso en las nominaciones de candidatos? Sometiéndolos al juicio de las urnas. Los partidos lo tienen claro, y tratan siempre de nominar candidatos con buenas posibilidades de triunfo.
No es una respuesta para un mundo de caramelo. Sí la mejor, o la menos mala, que hemos encontrado para el mundo real.
Profesor de la Universidad de las Américas Puebla
victorm.reynoso@udlap.mx