Julio en la Cultura

  • Patricio Eufracio Solano
Definiciones y programas específicos sobre el qué, cómo, cuándo.

El pasado 27 de junio, Luis Miguel Barbosa hizo público que, en su gobierno, la Cultura estará a cargo de Julio Glockner Rossainz, en calidad de Secretario del Ramo. Con el anuncio se despejan dos incógnitas que provocaban zozobra y rasquiña entre los cultos poblanos: uno, habrá Secretaría de Cultura y, dos, la encabezará un hombre, antropólogo, experimentado en las lides culturales y proclive estudioso de los ritos y costumbres de los pueblos originales; además, académico, investigador, escritor y comunicador. ¿Acaso puede pedirse más? Creo que… sí.

En los pasados meses a través de este espacio, plantee un recuento, con la intención de diálogo abierto, de la problemática, actualidad, desempeño, corruptelas, componendas, vicios y realidad, tanto de la Cultura en Puebla, como de los protagonistas –funcionarios y creadores- de ella. Tres de los artículos despertaron mayor respuesta: 1. El relativo a la estructura organizacional de la Subsecretaría de Cultura y los empeños que demanda para transformarse en Secretaría (titulado: Montserrat y el MIB), 2. Aquel que refiere la pobreza de planteamientos o proyectos sobre Política Pública Cultural que se vivió a lo largo de las campañas políticas del 2018 y 2019 (titulado: Enrique y la Incultura), y, 3. El que señala la existencia y persistencia de grupos y grupúsculos, intereses creados, nepotismos, feudos, heredades, anquilosamiento y miasmas culturales de más de un cuarto de siglo en Puebla (titulado: Los cárteles culturales). Por supuesto, lo tratado en mis reflexiones no agota la diversidad y profundidad del mundo cultural poblano, pero intenta destacar lo relevante y necesario de ventilarse, mediante el diálogo respetuoso, informado y sin cortapisas ni censura, en el sector cultural de nuestro Estado. Hasta ahora, salvo algunas dispepsias de los actuales dirigentes de la desarticulada institucionalidad cultural poblana por las verdades expresadas, nada de lo dicho ha sido refutado o, al menos, reconvenido, por lo que continúa en la mesa de análisis.

Hoy, con la designación de Julio Glockner –y su inminente toma de posesión del cargo en los primeros días de agosto-, la problemática cultural poblana no disminuye ni un ápice, pues, como el dinosaurio de Monterroso: “todavía está ahí”, si bien, entra en la fase de necesaria definición de las vocaciones, sentido y alcance que tendrá, tanto en lo inmediato de la recreación de la Secretaría, como en lo mediato de sentar las bases del proyecto gubernamental de Luis Miguel Barbosa, equilibrado a caballo en los conceptos/compromiso de Reconciliación y Paz; y en los principios de Revisar, y Revertir/Sancionar las malas artes y satrapías de los dos gobiernos anteriores. Todo ello, armonizado con el proyecto nacional de la 4ª. Transformación Amloista.

Como vemos, los cimientos del proyecto gubernamental barbosista parecen claros –y, por ende, los de Cultura-, si, bien, necesitan de definiciones y programas específicos sobre el qué, cómo, cuándo y con cuáles recursos se llevará a cabo. Y se sobrentiende que estos asuntos han sido delegados a Julio Glockner, o, al menos, debieran serlo y, por lo tanto, esperaríamos que en las siguientes semanas sean precisadas y divulgadas entre la comunidad cultural. Esa que a lo largo de los pasados 8 años, ha sido vituperada por el morenovallismo cultural ramplón y proclive al show business.

Lo hasta ahora declarado por Julio muestra su intención de privilegiar la cultura de los pueblos originarios; revivir los recintos culturales –bibliotecas y Casas de Cultura- del interior del estado; y, ampliar y fortalecer la interacción cultural entre los municipios, comunidades y la ciudad capital. Asimismo, asume entender que, el gobernador Barbosa Huerta, desea la descentralización institucional del Ramo, con la intención de revalorar, en su justa dimensión, la cultura y culturas de todos los poblanos.

Bien, pero ¿podemos considerar que la Cultura en Puebla es solo eso: pueblos originarios, escasez de recintos culturales, interacción cultural entre los distintos grupos poblacionales y descentralización de sus recursos? No, a mi entender; por ello la afirmación inicial en el sentido que podemos, y debemos, pedir más a la renaciente SC poblana y, por ende, a sus titulares. Van algunos puntos al respecto, reciclados de aquello que plantee a lo largo de los pasados meses.

1. Una Secretaría para todos. No hay duda sobre la prioridad que tienen las manifestaciones actuales de la cultura de los pueblos originarios asentados en Puebla. Lo que no parece estar perfectamente definido es: cuáles de estas manifestaciones quieren, esos mismos pueblos originarios, que se destaquen, rescaten, conserven o divulguen, y, sobre todo, con cuáles propósitos culturales futuros. Lo cierto es que el inmenso, prolífico y diverso mundo cultural de ellos: tangible e intangible, por ejemplo en la lengua –ya que el gobernador electo ofreció la creación de un instituto que atienda lo relativo a las lenguas originarias-, conllevaría acciones de registro oral, escrito y simbólico y, a la fecha, no es del conocimiento general de la población, si la renaciente SC contará –o podría contar-, con los recursos tecnológicos, materiales y humanos para realizar exitosamente dicha tarea. ¡Y,  por supuesto, que la limitación o carencia de ellos, no es argumento para desechar el proyecto, pero, sin duda, lo acotan y determinan la existencia de resultados a un plazo largo! De ahí la necesaria claridad en la trayectoria y metas de dicho proyecto cultural estatal, que, suponemos, se articulará y desarrollará por la renaciente SC.

Ahora bien, es innegable la importancia de las culturas originarias, pero considero que, también, buena parte de la identidad cultural poblana proviene del Virreinato: como su gastronomía o sus edificaciones más elogiadas y representativas, realidad que no se reconoce cabalmente, ya que esta, la cultura virreinal poblana, arrastra, desde tiempo ha, una  supuesta “mancha de nacimiento”, puesto que su aparición y esplendor, tiene, en el entender de no pocos poblanos, la tara de haber desvirtuado a las culturas originales y, por ello, debe condenarse o, al menos, acallarse. Y ese absurdo persiste hoy por hoy, a pesar que una parte significativa de las actuales manifestaciones culturales de los pueblos originarios están entramadas con la cultura virreinal, sobre todo, las espirituales y festivas, por lo que al condenar a aquella, necesariamente condenan a una parte de estas. Esto es así y no tiene vuelta de hoja, aunque algunos aseguren lo contrario y, en su falaz aseveración, busquen simplificar la cultura nacional a los modos y formas ancestrales de nuestra nación.

Por otro lado, en el caso específico de Puebla, su cosmopolitismo –paradójicamente ancestral y contemporáneo al mismo tiempo-, es uno de sus sellos identitarios distintivos. Hoy no es posible entender –y justificar-, a Puebla, sin la veta española, la libanesa, la chipileña, la alemana, la fugaz japonesa y la actual coreana; a más de la siempre fluente de los estados mexicanos, primordialmente la oaxaqueña, la chiapaneca, la veracruzana y, por supuesto, la chilanga.

De tal suerte, imaginar a una SC sin la inclusión de todos estos matices culturales, es actuar de la misma forma como lo hicieron los morenovallistas, quienes excluyeron a todo aquello que no encajara en su visión cultural iridiscente de espectáculo y apantalle.

Por ello, sugiero: No a una SC monotemática y excluyente, por más grande que sea la deuda cultural de antaño. Evitemos lo sucedido en otras administraciones, cuando la profesión, oficio, gusto o gana de los titulares, era la vara que medía la importancia sexenal y destino de los recursos: si escritor, harta literatura; si pintor, hartas artes plásticas; si mitotero, hartos festivales; si…

Implantemos, de una vez y para siempre, un proyecto cultural de largo aliento, acorde a nuestra realidad e idiosincrasia, sin plañidos por los amores fallidos del pasado, ni descubrimiento de hilos negros y aguas tibias.

2. Creación, Conservación y Colaboración. En una sociedad que aprecie su cultura, los creadores son importantes, pero igualmente –y acaso más, pero, sin duda, no menos-, sus conservadores, restauradores, divulgadores, custodios, administradores, etcétera... Sin los primeros, no existe el arte; sin los segundos, el arte desaparece. En la cultura, sucede lo mismo, la presencia no trasciende sin la persistencia; el mole poblano se habría perdido entre los claustros, si no existieran las cocineras familiares y de fondas. Pues bien, en este delicado equilibrio cultural: ¿a quiénes deben destinarse mayores recursos? La respuesta no es fácil y, menos, simple. Lo cierto es que los recursos son finitos, por lo tanto, demandan tempero y buen juicio en su destino. Traída esta ecuación a lo profano, la cuestión es: ¿qué sucede si no procuramos a las artes y a nuestros artistas; o, si, descuidamos su conservación y trascendencia? No hay solución ideal porque ambos mundos, si bien simultáneos, no se rigen por la misma temporalidad. Si los próximos 20 años, todos los artistas poblanos dejarán de crear, aun así, tendríamos que mantener, restaurar, conservar, divulgar… lo hasta hoy creado; y, para ello, deben existir ya, los recursos humanos, técnicos y materiales para lograrlo. En contra sensu, ¿qué sucedería si, en pro de reforzar a los artistas, les destináramos solamente a ellos nuestros recursos sociales y financieros?, pues, habría mermas en aquello que nos identifica y singulariza culturalmente hablando.

Por ello, y debido a la sutil complejidad que conlleva vislumbrar el futuro cultural desde de la realidad de lo finito presente, es que la conducción de la cultura de una sociedad debe recaer en aquellos hombres y mujeres que estén mejor preparados para discernir y aplicar lo necesario que mantenga este equilibrio dinámico de creación y conservación en una sana convivencia trascendental. Y, eso, no pueden hacerlo los improvisados, ni los “bien intencionados”, ni los “estudiados”, ni los “ganosos”, ni los recomendados, ni los “de mi colonia”, ni mis “cuates de escuela”, ni los “necesitados de chamba”. Deben hacerlo los que saben; aunque no sean de mi partido, ni de mi generación, ni mis correligionarios, ni de mi apellido, ni de “mi pueblo”.

Colaborar, significa: trabajar juntos; por supuesto, en algo que ambos sabemos y conocemos. De ahí que estos sabedores/colaboradores, tampoco pueden elegirse sin que, previamente, haya un diagnóstico certero de cuáles son los retos y demandas que existirán para que el proyecto cultural barbosista llegue a buen puerto. Y, hasta hoy, no parece existir dicho diagnóstico y, por ende, corremos el peligro que los titulares y cuadros medios de la SC, hagan lo mismo que los morenovallistas: contratar teniendo como único criterio “la cuatitud”.

Dejemos el provincianismo administrativo cultural y pasemos, de una buena vez, al cosmopolitismo gubernativo, aunque los que haya que contratar para ello no sean “de mi colonia”. Y esto es relativamente sencillo de solventar por el secretario designado, si solicita proyectos culturales, los evalúa imparcialmente y conforma su equipo con los más idóneos.

3. ¿Organigrama o “Ahorcanigrama”? Las dos instituciones de mayor éxito organizativo en la historia humana son: el clero y la milicia. Uno de sus secretos es la parca claridad de su conformación y desempeño: mínimos niveles organizacionales, efectiva transversalidad de sus funciones y precisa direccionalidad de sus instrucciones, mandatos y responsabilidades. O, sea, eficaz y eficiente definición de su vocación, alcance, público objetivo y derroteros realistas. Una más de sus virtudes, es la constructiva paciencia para conseguir sus metas. Nunca se dan por vencidos y, cada paso dado, aproxima la consecución del logro. Por ello, estas instituciones son ejemplo y materia de estudio administrativo.

Y no es fortuito, ya que en el mundo de la administración se acepta que es posible predecir el éxito o fracaso de una empresa estudiando su estructura; si lo mostrado es un organigrama, puede funcionar, pero si es un “ahorcanigrama”, lo predecible es el fracaso. Las diferencias esenciales entre uno y otro, son que, el primero, denota: precisión sustantiva de la labor, fluidez de la información y la utilidad de la misma, y, efectiva evaluación de los resultados que alimenten verazmente la reprogramación de metas. El otro, se explica claramente en su contrahecha acepción: está “ahorcado” todo el sistema.

En Puebla todos esperamos que la SC se sustente en un organigrama preciso, sensato, no obeso, ágil, eficaz y efectivo; y no en un “ahorcanigrama”. Lo primero es lo administrativamente saludable, democrático anhelado y, de cierto, merecidamente esperado por los poblanos. Lo segundo, es lo que tuvimos los pasados 8 años; y, sin duda, estamos hartos de ello.

Pues bien, todo lo anterior es lo que debiera suceder en julio, desde luego, con el liderazgo y pujanza de Julio.

Esperemos que así sea.

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Patricio Eufracio Solano

Es Licenciado en Lenguas y literaturas hispánicas por la UNAM.

Maestro en Letras (Literatura Iberoamericana) por la UNAM.

Y Doctor en Historia por la BUAP.