¿Dios?

  • Patricio Eufracio Solano
No imaginé en esos momentos que tendría que regresar tan pronto al tema

Hace apenas un par de semanas mi colaboración versó sobre el uso y el abuso interpretativo maniqueo de que están echando mano los combatientes políticos actuales, sobre el sentido y alcances de lo que afirman o declaran cada uno de los bandos en pugna. No imaginé en esos momentos que tendría que regresar tan pronto al tema.

Hechos a las formas ortodoxas –crípticas y mojigatas de “los emisarios del pasado” y “la mafia del poder”-, los “moralmente derrotados” no encuentran la manera de contrarrestar el discurso directo, desparpajado, chispeante y, por momentos, inaprensible que están imponiendo los hombres y mujeres de la 4ª Transformación. Es tan hondo su desconcierto verbal que han comenzado a comportarse “más papistas que el Papa” y, a hacer –como afirman los asturianos- “de un piojo, un caballero”; pero, sobre todo, a reinterpretar sesgada y convenientemente “aquello que dijiste o que yo digo que dijiste y cuyo verdadero significado es lo que yo digo, no lo que tú dijiste”. ¿Oh, no?

Somos una sociedad teoléxica puesto que, literalmente, tenemos a Dios a flor de labio. Lo mismo en nuestro asombro: “¡Por Dios!”; que en nuestra duda: “¡Solo Dios!”; que en nuestros deseos: “¡Si Dios quiere!”; que en nuestra esperanza: “¡Dios proveerá!”. Esto no es fortuito, sino resultado de la acción constitutiva socio lingüística que hemos forjado en los últimos 5 siglos, cuyas afluentes judeocristiana e indígena (originaria, en nuestro renovado decir), son profusamente “teodependientes”. Y siendo el lenguaje un instrumento humano de uso cotidiano y repetitivo, al tiempo pierde brillo y deja de significar precisamente algo unívoco, provocando con ello nuevos significados; o, bien, se va percudiendo y perdiendo con ello la nitidez de su contorno, hasta que algún poeta lo retoma en un verso para devolverle su valor, sentido y resplandor original.

Sin embargo, no olvidemos que una de las intenciones del lenguaje es la comunicación expedita y efectiva, y, para logarlo, se vale lo mismo de largos enunciados, que de atajos, puentes y veredas; a estos últimos los llamamos: “frases hechas”; mismas que son una especie de emoticones formados por palabras, en vez de imágenes. Por supuesto, en nuestra habla cotidiana una buena parte de estas “frases hechas” tienen inserto a Dios, porque su mención provee de veracidad o compromiso a lo dicho. ¿Algunos ejemplos?: “A Dios rogando y con el mazo dando”; “A quién madruga, Dios le ayuda”; “A quién no habla, Dios no lo oye”; “Bueno, bueno, solo Dios del cielo”; “Cada uno en su casa y Dios en la de todos”; “De mujer libre, Dios me libre”; “De todo hay en la viña del Señor Dios”; “Dios aprieta, pero no ahoga”; “Dios te dé salud y gozo, y casa con corral y pozo”; “Labrador trabaja y suda, que Dios te ayuda”; “Más puede Dios solo, que los diablos todos”.

Lo anterior viene a cuento por la polémica artificial y artificiosa desatada hace unos días por una expresión de Miguel Barbosa, formada por tres aseveraciones: “Yo gané (la elección del 1 de julio de 2018), me la robaron; pero Dios los castigó”. Los dos primeros asertos pertenecen a la realidad; al menos a la de Miguel, pues está convencido de la certeza de ambas acciones: triunfo y despojo. Sobre ellas no hay nada que decir, al grado que sus detractores no se han pronunciado sobre ellas, coincidiendo –por silenciosa omisión- con lo dicho por Barbosa; o sea, aceptan que, efectivamente, Luis Miguel ganó y lo robaron. Este asunto resulta fundamental en la polémica puesto que, si no fuera cierto el triunfo y despojo, no habría falta que castigar; de tal suerte, la tercera aseveración, la polémica por su mención divina, no tendría sustento y, por lo tanto, sería banal e inútil –por falsa- rebatirla.

Siendo así, ¿por qué la tercera aseveración, misma que pertenece al lenguaje figurado, ha levantado ámpula entre los políticos y no así entre los teólogos o el clero –ustedes han leído alguna opinión al respecto del arzobispo o alguna otra autoridad católica?

Varias son las razones semánticas que encuentro de esta euforia declarativa política (¡Y antes que me lapiden, nótese que las estoy denominado “razones semánticas”, o sea, relativas al habla y no a la Teología!): 1. Es falsa y, por lo tanto, debe reconvenirse; 2. Es verdadera pero insensible y, por ello, se demanda matizarla mediante una suavización: corrección, renombramiento, disculpa, etcétera; 3. No es ni falsa, ni verdadera y, por lo tanto, debe dejársele de lado; 4. Es incomprobable la posible intervención divina en el asunto, pero indudable la oportunidad de transformar lo intrascendente lingüístico en trascendente político y, por lo tanto, aprovecharlo en la batalla que se libra por la transformación estatal.

Vamos a ahondar un tanto en ellas, sin perder de vista dos elementos: 1. Los hechos del 24 de diciembre del 2018 son trágicos y lamentables para todos los poblanos, (convencido de ello escribí el 26 de diciembre en este espacio el texto “Umbrío por la pena”), y, 2. Hoy se libra una batalla política de la cual no son ajenos los hechos y circunstancias que se vivieron en Puebla durante el morenovallismo.

La época de Rafael Moreno Valle Rosas fue y, aún es, vibrante. Sus colaboradores cercanos –el más reciente: Mario Riestra Piña-, dan fe de su dureza e inflexibilidad en lograr sus objetivos. Una frase atribuida a Rafael lo resume: “Por las buenas, bueno; por las malas, mejor”. Contrincante respetado y, hasta temido, fue capaz de incomodar y, más aún, trastabillar, al mismísimo Andrés Manuel con el affaire de la controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación en contra de la Ley de Remuneraciones. Nadie en su sano juicio desestimaba sus alcances; Barbosa no lo hizo; se conocían; y, aun así, decidió enfrentarlo. En el primer encuentro electoral del 2018, Barbosa se batió contra Martha Érika, sí, pero también contra los alfiles de Rafael, los “candidatos de paja, borra y hojalata”: Chaín, Dodger y Romero Carreto; a más de sus esbirros incrustados en el IEE y el TEEPJ. Esto no debe olvidarse al momento de juzgar lo dicho por Luis Miguel, porque ello no brotó de la nada, sino, más bien, del todo.

Ahora bien, después de la caída del helicóptero, el grupo político de Rafael y Martha Érika estaba intacto; sin sus líderes es verdad, pero intacto, pues sobrevivían: Gali, Banck, Eukid, Moya Clemente, Rodríguez Almeida, los Riestra, etcétera. Siendo así, ¿por qué se dejaron vencer?, ¿por qué no refrendaron el triunfo en las urnas del 2019?, ¿por qué se desbandaron, abandonando el proyecto de Rafael y Martha Érika?; es decir: ¿por qué no “le mataron el gallo en la mano” a Barbosa, orillándolo con ello a tragarse sus aseveraciones de que lo habían robado? Más aún, ¿por qué no tienen un proyecto y planes para la Puebla actual? Su ausencia, abandono o franca huida abona al “sospechosismo” sobre la nitidez de la elección del 2018, dando con ello argumento para señalarla y esperar su sanción, de parte de cualquiera y, en primerísimo lugar, de aquel que se asume como el más agraviado.

Y ¿de quién podría venir la sanción a esos hechos?, de “un alguien” si se demandara; pero ¿por qué no ocurrió así?, debido a que en el 2019 ganó Barbosa aquello que, asevera, le fue arrebatado a la mala. Sin embargo, en el entendido de Luis Miguel, la falta existió y, ante la inexistencia de una explicación racional, un hecho fortuito humano devino en rectificación política.

Y ¿sabe Barbosa qué o quién provocó la tragedia? Asegura que no, por lo que es factible atribuírselo a un “Arcano”, al “Destino” helénico, a “Lo insondable”, al “Karma”, etcétera; pero como somos hijos del judeocristianismo, a lo incompresible lo llamamos: Dios.

Pero, ¿fue “ese” Dios, exterminador y justiciero que dice el texto sagrado católico, volverá el día del Juicio Final? ¡No me parece! Fue, creo, lo inaprensible a nuestro limitado entendimiento humano y, a eso, repito, le llamamos: Dios. Lo cierto, hoy en día, es que nadie tiene la certeza sobre lo ocurrido la tarde de Nochebuena del año pasado y, por ello, su misterio nos rebasa. De ahí el título de esta disertación: ¿Dios?; no lo sé, pero…

Mi abuela, fiel practicante católica, resumía su entender de la divinidad en dos dichos: “Dios no se queda con el trabajo de nadie”; “Dios no cumple caprichos, ni endereza jorobados”. Basado en ello, creo que la aseveración barbosiana obedece, como él mismo asegura, al contexto de lo coloquial; mientras que la reacción de sus detractores refiere el ámbito de lo coyuntural político; incluidas en ello la del senador  Monreal, cuya animadversión a Luis Miguel no es ningún secreto, y, desde luego, la de la senadora Lily Téllez, cuya filiación y convicción morenista es más falsa que una moneda de tres pesos. Todo lo demás que pudiera argumentarse sobre lo dicho y sucedido, no deja de ser “cultura de lavadero”, en la que todo es posible e imposible, al mismo tiempo y en el mismo lugar; ¡omnipresencia divina, pues!

Finalmente, creo que es hora de darle la vuelta a este asunto lingüístico pues ha comenzado a pisar los terrenos de la esquizofrenia, al grado que los panistas furibundos demandan, sin rubor ni cordura, que: “la Fiscalía General de la República investigue a Barbosa por sus dichos sobre los Moreno Valle”. ¿En un Estado laico? ¡Por Dios!

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Patricio Eufracio Solano

Es Licenciado en Lenguas y literaturas hispánicas por la UNAM.

Maestro en Letras (Literatura Iberoamericana) por la UNAM.

Y Doctor en Historia por la BUAP.