Consideraciones sobre el amor

  • Fidencio Aguilar Víquez
El amor expresa la dinámica de la vida (humana) porque es, literalmente, un canto a la vida

El amor, independientemente de lo que entendamos por tal o de nuestras experiencias al respecto, es algo que nos ocupa y/o preocupa en los diversos momentos de nuestra vida, especialmente el amor erótico o de pareja. No importa si nuestras experiencias hayan sido felices o no, el amor o el desamor ha sido parte relevante de nuestra existencia. Un primer dato que se nos muestra en este asunto es que tiene una fascinación casi irresistible, pero, al mismo tiempo, resulta ser un misterio.

Cierto, es un misterio que no podemos comprender con facilidad, con naturalidad, por más esfuerzos que hagamos. El amor, en ese horizonte, es problemático, como otros temas relevantes o delicados. Por tal razón brotan con frecuencia “expertos”, “conocedores”, “experimentados” que pretenden ayudar a quienes viven ese trance, ese momento o esa situación: el mal de amores, para usar una expresión coloquial. Nadie, sin embargo, experimenta en cabeza ajena y no hay fórmulas mágicas.

La experiencia del amor, puede decirse, es un asunto personal-relacional, porque supone un yo, un tú y un nosotros. Pero como experiencia es algo personal. Se vive en el amor, desde la fascinación hasta las crisis y sus devastaciones, si las hay. Desde luego, las experiencias son muy variadas. Por ello mismo, puede haber un cierto saber acumulado al respecto. La observación del fenómeno del amor a lo largo del tiempo lo ha hecho posible, desde Ovidio, en la antigüedad, hasta los tiempos modernos.

A partir de ese saber o conocimiento sobre el amor tenemos más o menos una idea o imagen de lo que es el amor o de lo que puede ser. No lo digo como una mera imagen, sino como algo que realmente constituye una suerte de saber o arte acumulado. Se trata, o se supone que trata, de las leyes o de la dinámica del amor, algo así como los rasgos generales de lo que siempre ha sido y, por eso mismo, de lo que debe ser o puede ser. Nada nuevo hay bajo el sol, menos en cosas del amor.

El amor erótico o de pareja es de tal manera que, tanto la historia como la experiencia (las diversas experiencias), nos muestran sus complejidades, sus penas y sus glorias. No obstante, no es fácil navegar en el mar del amor; es frecuente perderse en él y no salir bien librado. Incluso, sobreviviendo a él, su costo es altísimo. De ahí que sea necesario un arte, un conocimiento o una habilidad sobre el amor, para sobrevivirlo. Su naturaleza supera por mucho la mera condición física o psíquica.

En sus Notas sobre el amor, Ortega y Gasset señala que quienes saben sobre el amor, no suelen ser los artistas del amor —los grandes amantes, don Juan, por ejemplo—. Éstos, por el contrario, no suelen ser grandes conocedores del amor, sino simplemente sus “víctimas” o sus “realizadores”. Quien ama, no conoce sobre el amor. Quien conoce, suele no amar. No se trata de un juicio apodíctico, sino de una tendencia.

Por su parte, Michel Foucault señala la diferencia entre Oriente y Occidente acerca del tema del amor. Allá, más que interesarse por el conocimiento sobre el amor y la sexualidad, se interesan por las artes amatorias. Acá, en el mundo occidental, nos interesa más la ciencia sobre la sexualidad y el amor, aunque, en los hechos, no sirva de mucho. Occidente sabe mucho sobre sexualidad, pero su ejercicio le resulta caótico y/o catastrófico.

Más allá de esos enfoques, hay dos pistas aleccionadoras; una es de Paul Ricoeur y la otra de Octavio Paz. El pensador francés sostiene que la sexualidad humana no es similar a la de los animales. En estos hay perfecta coincidencia en la cópula, mientras que en los seres humanos hay discrepancia. Precisamente por esto es necesario ese arte propiamente humano que se llama erotismo. Éste puede hacer coincidir la discrepancia humana entre un hombre y una mujer. No obstante, el erotismo no es el amor ni lo dispone automáticamente, aunque lo suponga. Más todavía, el erotismo puede matar al amor si no da paso y cede al cariño.

Esto último es lo que señala igualmente Octavio Paz. En La llama doble reconoce también el valor del erotismo como una atmósfera propiamente humana. El amor, sin embargo, supera las meras condiciones biológicas, físicas y psíquicas de la sexualidad y del erotismo. El amor, mediante el cariño, apunta y alcanza la comunión de los espíritus y, por tal virtud, supera todo erotismo, aunque lo suponga e inicialmente éste haya sido una de sus condiciones. Como todo lo vivo, el amor no es mecánico.

Yo me atrevería a decir que los diversos ámbitos en que se conjugan la sexualidad, el erotismo y el cariño, se resumen en lo que llamamos amor de pareja. Es un circuito relacional dinámico, vivo, donde se involucran la pareja, sus cuerpos y sus espíritus, todo su ser y lo que proyectan de manera recíproca. Para decirlo de otra forma, el amor expresa la dinámica de la vida (humana) porque es, literalmente, un canto a la vida y el deseo mismo de vivir.

Por ello, independientemente de cuál haya sido nuestra experiencia en los asuntos amorosos, lo buscamos con un deseo ardiente —mejor dicho, a la persona que suscita en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestras entrañas lo que madura como amor— tanto que puede acompañarnos hasta el último instante de nuestra vida. Es una condición de nuestro ser humano.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).