La alquimia navideña de la empatía
- Eduardo Tovilla
Si esperabas el típico sermón navideño, con copos de nieve imaginarios y villancicos de fondo, déjame decirte que has llegado a la columna equivocada… o tal vez no. Porque, antes de que te salgas (no te vayas, por favor), permíteme proponerte un experimento: un instante para replantear qué significa realmente la Navidad cuando dejamos a un lado la lista de compras, los adornos brillantes y la obsesión por buscar la foto perfecta para Instagram.
Hace unos días me sorprendí dialogando conmigo mismo, si eres mi lector asiduo, sabes que me pasa seguido: “Oye, Eduardo Tovilla, ¿en serio la Navidad se reduce al bullicio, los días de asueto y al desfile Coca-Cola? ¿No habrá algo más valioso detrás de las guirnaldas y el árbol lleno de luces y esferas?”. La voz interior me contestó: “La Navidad nace cuando transformamos una felicitación en un abrazo, un regalo en una intención, y un festejo en un momento que toque la vida de alguien más”. Y, ¿sabes?, esa respuesta me sacudió.
Marcel Mauss, en su célebre Ensayo sobre el don, exploró cómo la práctica de dar y recibir refuerza lazos, pero también crea cultura, identidad y pertenencia. Su estudio sobre las antiguas sociedades polinesias y amerindias apunta a que el intercambio de obsequios va más allá de lo material; se convierte en un ritual que fortalece a la comunidad, una suerte de danza que reconfigura los afectos y el sentido de compasión compartida. Si aplicamos esta idea a la Navidad, descubrimos que la esencia de la celebración radica en la conexión humana, en romper con la inercia del egoísmo y pensar en qué podemos entregar al otro, especialmente cuando ese “otro” carece de un abrazo, una mano amiga o algo tan elemental como una cobija.
Permíteme contarte, sin ánimo de presumir, algo que me tocó el corazón este año: junto con un grupo de amigos, tuve la oportunidad de entregar cobijas a las personas que cuidan a sus enfermos en los hospitales de mi ciudad. Sí, esas madres, padres, hermanos o hijos que pasan la noche en una banca o en el mismo suelo; cansados y ansiosos, aguardando una noticia, un parte médico, una esperanza. En esos pasillos fríos se respiraba una mezcla de fe y agotamiento, y ver la leve sonrisa (o el simple alivio) de quien recibe una pequeña muestra de solidaridad, iluminó mi propia noche más que cualquier adorno navideño. Quizá porque, tal como intuyó Mauss, en el acto de dar también recibimos; en la entrega fluye un intercambio de humanidad.
Ahora, no podemos hablar de encuentro humano sin pensar en Martin Buber, quien en su obra Yo y Tú, nos recuerda que la verdadera relación nace cuando vemos al otro no como un objeto, sino como un sujeto pleno de vida y autonomía. Bajo esta mirada, la Navidad no es un intercambio de bienes materiales, más bien, es un diálogo profundo de respeto mutuo, en el que cada persona es reconocida y valorada. Buber estaría de acuerdo en que, con cada acto de generosidad —por mínimo que parezca—, nos aproximamos un poco más a la otredad, al “Tú” del otro, creando lazos que trascienden cualquier barrera de tiempo y lugar.
Pero ojo, esto no tiene que ser un “filantropómetro” para ver quien da o ayuda más, ni mucho menos un martirologio en temporada decembrina. No se trata de cargar con una culpa universal y renunciar a compartir con nuestros seres queridos. Lo que sí podemos hacer —y vaya que nos urge— es procurar un equilibrio, un toque de generosidad a conciencia, algo que nos recuerde que, en este gran pastel llamado vida, no todos tenemos la misma porción. Si tenemos la voluntad y podemos hacerlo: hay que multiplicar la alegría, no ostentarla. De pronto, me vuelvo a preguntar en otra charla frente al espejo: “Eduardo Tovilla, ¿acaso no te has dado cuenta de que un pequeño gesto puede encender grandes cambios en los demás?”. Y la respuesta, esta vez, la escucho de la voz de la experiencia que me devolvieron esos ojos en el hospital.
La Navidad no es el final, sino el principio de un viaje hacia la empatía que nos debe durar hasta el siguiente diciembre. Qué ironía más hermosa, ¿no crees? Pensamos que celebramos un nacimiento, cuando en realidad también podemos renacer nosotros, cada temporada de fiestas, con la promesa de cuidarnos un poco más los unos a los otros.
Un abrazo y un hermoso recuerdo a mis amigos que se adelantaron en el camino… Ellos partieron rumbo a la eternidad hace ya seis años, su presencia etérea pero constante me enseña que el momento presente es un regalo invaluable. Mientras podamos caminar, reír y compartir con quienes están a nuestro lado, hagámoslo con plena conciencia y sincero corazón. Después de todo, la verdadera Navidad ocurre cuando dejamos de ver al extraño como ajeno y nos reconocemos unidos en la frágil, pero maravillosa, aventura de estar vivos. ¡Feliz compartir!
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Economista egresado del ITAM y maestro en Administración de Negocios por la Universidad de las Américas Puebla. De 1995 a 2019 se desempeñó como funcionario público. Su conexión con el pádel se fusiona con una exitosa carrera empresarial y su compromiso filantrópico.